BRAM STOKER SEGÚN TERENCE FISHER.
Drácula es una de las novelas que han supuesto un punto de inflexión para la humanidad, pues si bien su temática no era una novedad –Stoker no se adelantó a Le Fanu, Polidori, Lord Byron, Dumas, etc…- sí introdujo cambios prácticamente definitivos en la estructura y el ritmo de la novela, modernizándola para siempre.
Por lógica extensión, las versiones cinematográficas del vampiro han seguido el mismo orden, C. T. Dreyer y F.W. Murnau alcanzaron la cima con Vampyr y Nosferatu respectivamente. Poco después, al otro lado del mundo, Tod Browning desempeñó el papel de buen chico al servicio de la Universal y con la inestimable ayuda del maravilloso Bela Lugosi hizo del vampiro algo aparentemente eterno.
Pero la voluntad y memoria del gran público son débiles, necesitan algo o alguien que las fortalezca.
Así, cuando los monstruos se desvanecían en el olvido, la Hammer –la que posiblemente haya sido la productora capaz de realizar más con menos- y Terence Fisher detuvieron la respiración de la humanidad y dotaron al vampiro cinematográfico de algo de lo que había carecido hasta entonces: ritmo y pintura.
El expresionismo de Murnau y Dreyer era- y será siempre- algo hermoso y narrativamente impecable, pero Fisher y el director de fotografía en las dos primeras entregas del trío de Dráculas, Jack Asher quisieron enseñarle al mundo como sería todo aquello bajo las sombras de Caravaggio enfriadas con las luces pálidas de Vermeer.
Una vez solventada la revolución cromática y estética, Fisher recurrió a dos de las mejores armas cinematográficas de la segunda mitad del siglo XX.
Christopher Lee y Peter Cushing harían que el Stoker cinematrográfico pudiese volarle la cabeza al espectador. De pronto el vampiro no era un ser estático, nebuloso y confuso, era una pesadilla, sí. Pero tangible y rápida, y su rival humano no era un petimetre indefenso, era un tipo valiente, fuerte, ágil, veloz y de aspecto impecablemente británico. El James Bond decimonónico.
Terence Fisher introdujo estos cambios manteniendo el revestimiento clásico para contar la historia con una modernidad muy adelantada a su tiempo, exactamente igual que Stoker en su novela, no fueron los primeros, pero sí fueron los más valientes.
La humanidad y el espectador le deben muchísimo a la Hammer, a Christopher Lee, a Terence Fisher y al paradigma del héroe adelantado a su tiempo.
Le deben, además, la que posiblemente sea la mejor trilogía sobre el vampiro que veremos jamás:
1960. Las novias de Drácula.
1966. Drácula, príncipe de las tinieblas.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.