LA VIEJA NUEVA ORLEANS. ELIA KAZAN Y LA DAMA DEL SUR.
Cuando Elia Kazan se embarcó en Un tranvía llamado deseo, el mundo todavía no había visto los colores y la furia elegante con la que el cine llevaría a su terreno la obra del autor teatral americano del siglo XX por excelencia.
Aun no había visto a Richard Brooks desatando el infierno familiar en La gata sobre el tejado de zinc, o la elegancia salvaje en Dulce pájaro de juventud. Tampoco había visto aun la mente perturbada y la sociedad enferma de costumbre y religión en -según J.L. Mankiewicz– De repente, el último verano.
Ese mundo ni siquiera había vislumbrado la tórrida desesperación existencial que John Huston haría suya en 1964 con La noche de la iguana.
El mundo aun no había visto nada de esto, pero en 1951, Kazan le presentó a la hija más salvaje, altiva, sucia e indomable del autor: Nueva Orleans.
Tennessee Williams fue uno de esos tipos que tuvieron el valor de poner las cartas al descubierto, pero ante todo, era un tipo sensible y elegante, cordial, cortés y educado, y así, esas cartas sólo podían ser descubiertas con una luz discreta que dejase su lugar a las sombras en las que ocultar aquello que nadie quiere ver.
Elia Kazan era uno de esos cineastas que adelantaron la revolución, un tipo al que la humanidad le debe la que posiblemente sea la madre de todas las adaptaciones de uno de los dramaturgos norteamericanos por excelencia.
Cuando el lector se pierde entre las líneas de Williams, se mete de lleno en una declaración jurada de amor y ambigüedad sexual, de ansia de libertad, dolor, resentimiento y soledad. Una especie de mezcla extraña entre John Steinbeck, Carson McCullers y William Faulkner, pero con el ingrediente extra que lo vuela todo por los aires: el teatro.
UN TRANVÍA LLAMADO DESEO. ESPLENDOR EN LA SOMBRA.
Cuando el espectador sube a un tranvía llamado deseo, descubre que sólo hay una parada, un lugar en el que una América joven albergó a una Europa anciana, sabia, indomable y viciosa.
Nueva Orleans nació con las costumbres más antiguas del mundo. Es una poesía maldita, ruidosa, sucia, caótica y musical, una dama sureña que atrae a toda la humanidad con sus luces perfumadas por la esencia de las sombras en las que oculta los rasgos de su edad.
Nueva Orleans es el ruido y la furia de Faulkner, su voz suena como la balada del café triste de McCullers, su lugar se encuentra al este del Edén de Steinbeck, y su película es la que hoy nos ocupa, y como ella, nos fascina. Elia Kazan sabía todo esto perfectamente, por eso situó su película en el único lugar idóneo, entre la luz y la sombra.
Todo en esa Nueva Orleans húmeda, altiva y sucia, es como Blanche, Stanley, Stella y Mitch, seres indomables que circulan a toda velocidad hacia su destino, la única huida que afrontan estos personajes miserables es la huida de sí mismos, y en esa carrera suicida sólo se puede circular a media luz.
Todos necesitan que las sombras perfilen sus formas, que oculten su verdadera identidad, ninguno quiere exponerse completamente a la luz, pero la única que tiene el valor de admitirlo y convertirlo en su razón de ser, es la única que no tiene valor para admitir aquello de lo que huye.
Kazan era un estratega cinematográfico inimitable, y sabía perfectamente dónde situar las piezas, piezas en las que vemos perfectamente retratada la vieja diva cortesana que es Nueva Orleans. Y en la película vemos como la luz hiere mortalmente a sus hijos. Una luz que revela la tétrica y hermosa fotografía de Harry Stradling.
Nueva Orleans es la noche, y expuestos a la luz, sus hijos sufren.
Kazan sabía todo esto, y también sabía lo que con el teatro encerrado el cine Vivien Leigh podía hacer, hasta donde podía conducir la película, a Marlon Brando, Karl Malden y Kim Hunter, y por extensión, la película.
Es decir, a la cima.
Donde el tranvía llamado deseo condujo al Williams cinematográfico, nadie más lo llevó. Y así, Leigh hizo lo que Kazan quiso, lo que Williams jamás imaginó y lo que el espectador, aturdido y vencido por el dolor que arrastran estos personajes, asumió de la única forma posible.
Mientras tanto, Blanche se muestra jugando su últimas cartas como la antigua dama que fue, jugando por última vez con la seducción y la elegancia sensual, dejándose caer desde la cima al abismo, descendiendo al infierno y allí, confiando en la bondad de los desconocidos, el espectador se desmaya justo antes de entrar en coma.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://rakuten.tv/es/movies/un-tranvia-llamado-deseo
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Junio 2021.