EL DEFORMADO NOIR DE CLAUDE SAUTET.
Max y los chatarreros es una película magnífica, pero su director, el gran Claude Sautet demostró en todas sus películas que es un tipo eficaz, sensible y ante todo contenido y pragmático.
En las cinco ocasiones en las que trabajó con la maravillosa Romy Schneider sus películas se elevaron exponencialmente, algo lógico contando con el talento sobrenatural que ella tenía. Sin embargo, esta película me parece grandiosa por tres motivos añadidos a la presencia de Schneider: La interpretación de Michel Piccoli, el guion basado en la novela de Claude Néron y la habilidad con la que Sautet elabora una miscelánea de fuentes e influencias para conseguir una película prácticamente única en su estilo.
Max y los chatarreros tiene una forma completamente atípica con respecto a su fondo. Si observamos su ritmo estático lo primero que nos viene a la cabeza es el cine de Jean-Pierre Melville, pero lo que realmente da forma al conjunto son las demás fuentes.
Sautet pone sobre el tablero unos personajes que nos recuerdan a los apaches del Casque d’or de Jaques Becker por un lado y a Los inútiles de Fellini por otro. Sin embargo, moldea a sus personajes acorde a las fuentes a la vez que los desvía hacia su terreno. No son delincuentes malvados o con sentido del honor como los de Becker, ni cretinos engreídos como los de Fellini. Son rateros de poca monta, estúpidos y sin más ambición que superar el momento.
Son medios que llegan a los extremos cuando la película se desarrolla, pero Sautet hace esperar al espectador para descubrirlo, esconde los personajes que dan ritmo a la película en favor de los dos factores que la elevan a la cima: Schneider y Piccoli.
Sautet se sirve de la capacidad hierática de Piccoli y la profunda tristeza que da forma a la mirada de Schneider.
Esa es la clave de la película.
MAX Y LOS CHATARREROS. PERDEDORES, BALAS PERDIDAS Y LOS OJOS TRISTES DE ROMY SCHNEIDER.
Sautet nos cuenta una historia de raterillos venidos arriba por su estupidez y una oportunidad inesperada —aunque no sea más que un castillo en el aire—, pero en el momento justo la deja de lado; ralentiza bruscamente el ritmo de la película y saca la verdad a escena.
Los personajes de Schneider y Piccoli sufren a cada paso, persiguen fantasmas que más se desvanecen cuanto más se acercan, y cuando sus caminos se cruzan hacen lo único que pueden hacer: mentirse mutuamente para alcanzar unos objetivos que en realidad no desean.
Así transcurre la historia y surge un vínculo entre ellos que ninguno sabe manejar.
Piccoli miente a Schneider suplantando su identidad para obtener información acerca del delito en ciernes, Schneider engaña a Piccoli para obtener información de la hipotética víctima del delito, y mediante un guion cínico, crudo e incisivo y una narrativa visual preciosa y precisa —los primeros planos de Schneider, Piccoli y lo que ocurre en los espejos y a través de los cristales son de escuela obligada—, Sautet obra el milagro.
Dos personajes incapaces de sentir algo más que tristeza y resignación se enamoran. La cuestión es que como no saben qué hacer al respecto siguen por el único camino que conocen.
Siguen a la deriva, lenta e inexorablemente.
Así es como el rostro pétreo de Piccoli acumula el dolor en su mirada, y la mirada trazada por la tristeza de Schneider guía al espectador hacia el desenlace trágico y salvajemente contenido que Sautet ha planeado desde el principio.
En este Noir con Gángsters, policías y una Femme fatale en el que no hay ningún personaje dentro de su arquetipo, todo se destruye saltándose las normas. Los delincuentes no triunfan, los policías no triunfan, el amor no triunfa y a pesar de que todos hacen lo que deben hacer nadie gana.
Cuando Piccoli resuelve la historia a base de balazos mientras permanece tan impasible como cuando se enamoró, fija un camino que ni él ni Schneider podrán abandonar jamás. Ambos lo saben y el espectador se entera cuando Sautet le muestra los ojos más tristes del cine despidiéndose a través de un cristal del único tipo que tal vez la haya querido en su vida.
Max y los chatarreros no es en absoluto lo que parece, es una película salvaje y demoledora en la que todo ocurre despacio.
Romy Schneider no es lo que su fama dice que es, es la mirada de la tristeza más dolorosa y profunda con la que alguien pueda cargar. Tal vez por eso sus ojos tenían ese trazado irrepetible.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Junio 2021.