WOODY ALLEN.
UN AMERICANO EN PARÍS.
Coup de Chance (Golpe de suerte en nuestro idioma) prueba que la norteamericana identidad de Woody Allen apenas logra camuflar su esencia europea.
Un americano en París, sentenció en forma de película y espectáculo inolvidables aquel benefactor del cine que fue Vicente Minnelli.
Aquello ocurrió en 1951, durante esos días de radio, luces de Broadway y películas llenas de tristezas y siluetas trágicas y heroicas recortadas por luces y sombras, o, en el otro extremo, colores dispuestos a estallar y expandirse por el universo del espectáculo y la memoria de un público que antes olvidará su nombre que las emociones que despierta el cine.
Allí, entre aquel público de 1951, se encontraba sin duda un joven neurótico, tímido y dispuesto a contemplar no ya todo el cine, sino todo el espectáculo del mundo, toda historia que pudiese ser contada.
Hoy, más de setenta años después de aquel Minnelli y un mundo que ya no existe, ese tipo es un americano en París que afronta el final del camino.
Hoy —y desde hace ya un largo ayer—,Woody Allen es también un benefactor del cine. Más de medio siglo en el oficio y cincuenta títulos entre los que al menos la mitad son algunas de las mejores películas del mundo hacen de Woody Allen un demiurgo cinematográfico.
A todo aquel que ha sido público a lo largo de la historia del cine le ha tocado en suerte despedir a creadores gigantescos.
Unos vieron partir cuando ya eran mitos y maestros a Chaplin, Fritz Lang, Hitchcock, Orson Welles, Fellini, Truffaut, Malle, Buñuel… otros deberemos decir adiós (o ya lo hemos hecho) a Scorsese, Coppola, Bergman, Polanski, Eastwood, Saura, Berlanga… y también a Woody Allen.
Es triste saber que el tiempo se agota y que poco o nada más queda por hacer, pero también es un bálsamo maravilloso ver que todavía pueden ofrecer películas que ni son —ni necesitan serlo— obras maestras, pero sí un magnífico ejemplo de dominio cinematográfico.
COUP DE CHANCE. TAL VEZ, UN ÚLTIMO TANGO EN PARÍS.
Este Coup de chance, este Golpe de suerte convierte definitivamente a Woody Allen en esa especie de americano en París que en realidad ha sido siempre. Esta película bien podría ser —con permiso de Bertolucci— un último tango en París.
Profundo conocedor y cronista de todas las neuras, fobias y filias de la sociedad norteamericana (desde la aristocrática hasta la de los bajos fondos), Allen ha sido el narrador definitivo de los Estados Unidos y su idiosincrasia, pero el fondo y la forma de su cine son europeos.
Tanto en las crónicas delirantes con las que un hombrecillo que encarna el espíritu de Chaplin, Buster Keaton como en todas la «Screwball Comedy» en general, Allen muestra la verdadera cara de Nueva York al mundo; en las reflexiones íntimas de personajes entregados al dolor, el miedo y la tristeza que parecen ser (y son) una extensión de la obra de Ingmar Bergman, el cine de Woody Allen es europeo.
A la fuerza, este americano hubo de acabar en París para hacer la que bien, muy bien, podría ser su despedida.
Golpe de suerte habla de algunas de las constantes vitales de Allen; el azar como motor vital o elemento contra el que luchar y someter a la voluntad propia, el vacío y la incomunicación a la que, a cambio de cierto nivel de vida, la aristocracia moderna vende sus vidas, el hampa siempre torpe y caricaturesca al servicio de villanos superficiales que pretenden (y pueden) comprar todo lo que se propongan, las conversaciones colectivas de las que se desprenden reflexiones más o menos ágiles y atinadas y los verdaderos pensamientos individuales que la cámara (siempre al acecho) con la que Allen vuela en círculos —como el maestro europeo que fue Max Ophüls— y escudriña la realidad interna de todos sus personajes en busca (como Dostoiesvki, su eterno referente literario) del crimen y el castigo.
Y el amor, claro.
Ese concepto que nos engaña a todos haciéndonos creer que es algo rancio y anticuado, pero conserva intacto su poder para generar pasiones, odios, felicidad, nuevas vidas y asesinatos.
Este Golpe de suerte contiene todos los elementos que Woody Allen ha utilizado para demostrar su genio, pero añade un factor: la serenidad. No es la primera vez que Allen une sus fuerzas narrativas con uno de los maestros que ha hecho del cine la hermosa forma de expresión que es.
La expresividad a través del color de Vittorio Storaro es abrumadora, todo lo que este viejo maestro de la luz y el color pincela para el cine se convierte inmediatamente en un refugio para el espectador, en un medio de comunicación directa entre la película, los personajes y sus objetivos, sentimientos y diferentes situaciones vitales y emocionales.
En este caso en concreto, el otoño creado por Storaro (tanto en los exteriores como, muy especialmente, en los interiores de la arquitectura y los humanos parisinos), envuelve la película y frena el habitual ritmo frenético de Allen, pues aquí, en este tortuoso camino por el amor, las mentiras, los pesares y la muerte, Woody Allen deja de lado la neurosis neoyorkina para ofrecernos un refugio en el rumor del Sena.
Hay, como filmaba Jean Renoir, una regla del juego en este Golpe de suerte, y como de costumbre en Allen, todo lo que se rompe en pedazos se recompondrá, porque esto siempre se trata de un crimen y castigo.
Pero aquí asistiremos a este Vodevil tranquilamente; las lenguas y mentes ágiles de Allen siguen ahí, las sonrisas sardónicas y las solitarias lágrimas nos aguardan, el seductor ladino y vividor que oculta sus tretas en buhardillas y páginas envejecidas hará su aparición.
El eterno Othello del mundo moderno actuará en favor de nuestro rechazo y volcará nuestras simpatías en la joven protagonista (nada casualmente parecida a Jeanne Moreau), que recorre la tristeza del París aristocrático huyendo hacia la inspiración, hacia el <<Amor fou>> de la aventura, de la pasión rica en sensaciones y pobre en ese dinero que todo puede comprarlo, incluso a ella misma.
El personaje de una madre (que tampoco por casualidad recuerda a Diane Keaton) irrumpe en el momento justo con su perfecta extravagancia…
Todo sigue ahí, todo Woody Allen se presenta para este Golpe de suerte. Su habilidad para llegar a todas partes con el guion, su inconfundible y magistral habilidad para dirigir a los actores, la maravillosa (y alternativa a la habitual manera norteamericana) interpretación en francés que todos —en forma y fondo— los actores aportan a la película.
Todo está presente en este hipotético último acto, pero llega sin prisa, como los tonos y las hojas que caen envueltos en un aire que parece flotar cálido sobre las piedras frías de París.
Todo transcurre despacio en este juego de azar, incluso el habitual punto de no retorno en las tramas de Allen llega más tarde de lo habitual.
No hay prisa, ya está todo hecho, la función termina, y el tiempo extra que este americano en París nos regale ha de ser a la fuerza pausado. Como los pensamientos acerca del amor y la muerte, como todo lo que ocurre entre el crimen y el castigo.
Si esto es el adiós, París es el mejor lugar para un americano.
Gracias por todo, Woody Allen.
Gracias por este magnífico Golpe de suerte que nos ha hecho testigos de tu cine.
https://www.youtube.com/watch?v=GvAAnGnewbs
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2024.