AVARICIA.
EL REALISMO IMPOSIBLE DE ERIC VON STROHEIM.
Avaricia es otra de las muestras centenarias del poder cinematográfico adquirido por Estados Unidos y surgido al otro lado del océano. Drama, ciertos tintes de aventuras, un esbozo romántico, un giro hacia el Western y la presencia constante e inevitable de la tragedia componen la inmensa película que su autor pretendió que fuese Avaricia.
En 1924, fiel a la condición monumental que el cine había alcanzado, el austríaco Eric von Stroheim filmó en Estados Unidos la película más próxima a una obsesión de toda su brillante carrera. Y como toda fijación, jamás llegó a completarse totalmente. Abordasen épicas mitológicas, fantasías lejanas o historias corrientes, algunos autores de aquella época dieron a sus obras dimensiones colosales.
La primitiva Cabiria (Giovanni Pastrone, 1914), la inmensa crónica que fue La Rueda de Abel Gance, las dos partes de la épica de Los Nibelungos (Fritz Lang, 1924) o el derroche oriental y fantástico que Raoul Walsh desplegó en El ladrón de Bagdad aportaron al cine unas dimensiones monumentales que Stroheim desafió de forma absolutamente suicida, tanto, que su película se convirtió en un objeto maldito.
Avaricia es una película que domina por completo los elementos dramáticos que toda tragedia necesita, y es asombrosa la capacidad de Stroheim para llevar la realidad a la ficción sin recurrir prácticamente a ningún recurso fantástico, ni por otra parte hacer de esa crónica realista un retrato documental. Sin embargo eso no suficiente para convencer a los productores de respetar las gigantescas dimensiones del metraje (entre cuatro y seis horas) que Stroheim consideró necesarias para su visión de la que por un lado es una historia sencilla sobre dos personajes enfrentados al que posiblemente sea el mal más antiguo del mundo, y por otro nada menos que una crónica universal.
Mutilada y con gran parte de su metraje original perdido para siempre, la película de Stroheim es literalmente cine maldito, una obra de la que existen dos versiones: una sin tintar y de aproximadamente dos horas de duración (la que estrenaron en su día), y otra que conserva los tintes originales y a la que se le han añadido fotogramas e intertítulos que completan y refuerzan la narrativa de la película hasta alcanzar las cuatro horas.
En cualquier caso, Avaricia es un ejemplo magistral de la narrativa realista que se alzó contra todos los cánones, pues se aleja de la mitología y la fantasía —solo deja entrever ligeros tintes de irrealidad en momentos muy puntales de uno de los personajes—, se aleja del afán documentalista, y pretende alcanzar la máxima dimensión.
Como dice el último de sus carteles de crédito iniciales, Avaricia fue «dirigida personalmente por Eric von Stroheim». Fue su obra maldita, su ejercicio de realismo imposible.
ORO Y MISERIA PARA LOS MUERTOS.
EL LENGUAJE SIMBÓLICO DEL CINE.
La película se llamó Avaricia, pero bien podría haberse titulado La fiebre amarilla, o haber robado por anticipación el nombre de una de las obras maestras de Chaplin, The Gold Rush (1925). Basada en la novela de Frank Norris, McTeague: A Stoty of San Francisco, Avaricia cuenta la historia de ese mismo personaje, McTeague (Gibson Gowland), un minero que trabaja en una explotación de California a principios del siglo XX.
Desde el inicio mismo, Stroheim se sirve del simbolismo que estará presente a lo largo de toda la película y que será uno de sus pilares narrativos. Entre el blanco y negro de la película (de marcada estética naturalista, muy alejada de los preceptos expresionistas y tétricos de la época), destacan tintes dorados que captan la atención del personaje y el espectador. El color y el brillo dorados impregnan todo el recorrido de la historia; el oro, símbolo de la avaricia por excelencia, siempre está presente.
También mediante el simbolismo, Stroheim describe a McTeague como un personaje de carácter dual, y tanto el lado irascible y violento como el sentimental y generoso responden a su corpulencia; pues podemos contemplar a un fornido bondadoso cuidando a un pájaro indefenso, y a continuación vemos como arroja por un precipicio a un individuo que le quitó el ave de un manotazo. Esa sensibilidad contrastada con la furia y la fuerza física, el pájaro y la presencia recurrente de un gato, suponen un excelente y elocuente manejo del lenguaje simbólico por parte del autor.
A instancias de su madre (Tempe Pigott), McTeague deja su trabajo en la mina y se marcha con un dentista ambulante con el fin de aprender un oficio que le permita prosperar. Esto evidencia el acierto con el que Stroheim traza una línea subyacente que habla de dos clásicos en la historia real —siempre favorecedora de ficciones— de los Estados Unidos: el charlatán superviviente y ambulante, y la eterna posibilidad de éxito a partir de la nada siempre que se esté dispuesto a caminar hacia el horizonte sin mirar atrás.
Así, McTeague emprende su marcha desde las profundidades del la mina de oro hacia la cima dorada del triunfo. Aprende el oficio, prospera como dentista clandestino en San Francisco y entabla una estrecha amistad con Marcus (Jean Hersholt), pretendiente de Trina (Zasu Pitts), a quien Marcus lleva como paciente a la clínica de su amigo, quien queda prendado a primera vista de Trina, una atracción correspondida de la que surge una relación tras la compresión inicial de Marcus, que abandona sus pretensiones.
Todo parece marchar bien, pero la fortuna muestra solo una de sus caras cuando Trina recibe 5.000 dólares como premio en la lotería. Ese golpe de suerte despierta las emociones dormidas de Marcus, ahora reacio a la relación de la pareja, y resentido por la pérdida de opciones a disfrutar del dinero con el que ahora cuenta McTeague, un dinero sobre el que pivotarán todas las desgracias que a partir de ese momento se cernirán sobre tres personajes que jamás volverán a ser felices. Tal es la realidad que sirve como ficción en Avaricia.
Tras cobrar el premio, Trina comienza una metamorfosis emocional que afectará a su relación sentimental e incluso a su propio físico, una metamorfosis que la convierte en un ser obsesionado con el dinero ahorrado, el oro acumulado y no gastado bajo ninguna circunstancia. Para ella el dinero es algo que sol tiene valor como posesión en sí misma, y de ninguna manera permitirá que ni McTeague ni nadie explote los recursos de su particular mina de oro.
Esto se agrava a medida que la trama avanza y Trina se transforma en un ser de aspecto enfermizo y enloquecido. Su antiguo atractivo ha cedido a la presencia de una especie de espectro —este es el sentido de la película en el que Stroheim se acerca más al fantástico, mediante la portentosa interpretación de Zasu Pitts— y su relación sentimental con McTeague se deteriora a pasos agigantados, sacando a la luz los rasgos violentos de éste cuando la miseria se apodera de sus vidas.
Por otro lado, Marcus reclama su parte del premio, proporcional según su razonamiento al tiempo durante el que fue pretendiente de Trina, y de los pequeños desencuentros con McTeague cuando éste se niega a compartir el premio alegando que el dinero no le pertenece, Marcus pasa al odio, la ira y la venganza, revelando que su antiguo amigo carece de licencia para ejercer como dentista, perdiendo éste sus clientes y sus ingresos, entrando así en una espiral enfermiza y desesperada.
Pero nada es bastante como para provocar en Trina la voluntad de utilizar el dinero, un bien que ahora solo puede darle la felicidad mediante la conservación intacta del tesoro. El hambre y la desesperación irrumpen en el hogar de la pareja y todo cambia, tanto física como social y emocionalmente. El antiguo status ha sido sustituido por trabajos en condiciones lamentables, el amor ha desaparecido en favor de la acumulación enloquecida del dinero de Trina, y el físico se ha transformado en el de dos cadáveres que todavía caminan sobre la tierra.
La pérdida del amor y las facultades físicas se manifiestan mediante el magnífico dominio del simbolismo que tiene Stroheim. El gato se hace cada vez más notorio en el hogar, hasta que finalmente —coordinado con el avance de la miseria y la locura— logra derribar la jaula en la que los dos pájaros viven, de los que solo uno sobrevivirá, auspiciando el fin de la pareja.
Por otra parte, en un metafórico retroceso a un estado salvaje y en uno de sus desesperados intentos de acceso al dinero, McTeague muerde los dedos de Trina, algo que ella utilizará como defensa cuando, tiempo después de su separación, McTeague regresa y reprocha a Trina su rechazo:
«No le harías eso ni a un perro», le dice McTeague desde la calle.
«¿Ni siquiera a un perro que te muerde?», le responde Trina a modo de despedida definitiva.
El guion de Avaricia —tanto el específico como el simbólico— es asombroso. La película avanza sin malabarismos argumentales ni un ritmo dependiente de la acción; Stroheim toma todo el tiempo que necesita para transmitir la espiral de desgracias que se apodera de las vidas de los protagonistas (de ahí lo dilatado de su duración original) hasta que una vez alcanzado el fondo, la película toma un desvío drástico y —sin abandonar totalmente el drama y el realismo— se dirige hacia el territorio del Western.
Allí, en uno de tantos valles de la muerte que el género cinematográfico estadounidense por excelencia habría de hacer inmortal a lo largo de un siglo y un medio de expresión que todavía eran jóvenes, Avaricia llevó al punto álgido su tragedia teñida de oro, y bajo la luz dorada del sol, los últimos supervivientes del drama realista y maldito que Eric von Stroheim dirigió personalmente, murieron víctimas de sí mismos y el recuerdo —tal vez el espectro— de Trina, esa especie de centinela enloquecida y poseída por la fiebre del oro de los muertos.
Cuando Avaricia llega a su fin, el último de los pájaros brilla sobre el desierto en blanco y negro como la pieza de oro que nadie puede alcanzar. Después de todo, esta película, como la propia avaricia que en cierto sentido la alimentó e intentó destruirla, es invencible.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Diciembre 2024.