YO, EL CINE.
ABEL GANCE ANTE LA HISTORIA.
No es en absoluto de extrañar que tanto en base a La rueda, como a Napoleón (1927) y Yo acuso (1919), Abel Gance se haya erigido ante la historia como una figura monumental.
Tampoco es de extrañar que en los días en los que el cine mudo se mostraba ante el mundo como un ingenio colosal que concebía películas operísticas de fuerza y duración infinitas, Gance cediese ante la tentación de hacer del cine un acto de megalomanía, marcando la historia de la narrativa del siglo XX con tres obras maestras literalmente gigantescas.
Al fin y al cabo —y aunque Gance no ha recibido el trato que merece en lo que a memoria se refiere—, antes de construir sus tres templos cinematográficos, había dirigido 41 títulos entre 1909 y 1918, todos de corta (o en el más extenso de los casos) de asumible duración. Abel Gance es, por tanto, uno de los tipos que inventaron las películas, y (megalomanías aparte) el responsable de tres de las películas que marcaron el lenguaje cinematográfico para siempre.
La rueda es, en apariencia, la más modesta de esos tres actos desmesurados de Gance, pero como buen artificio de ficción, su apariencia nos engaña.
LA RUEDA.
PASADO, PRESENTE E INFINITO.
Una década después de La rueda, Jean Vigo, otro de los visionarios benefactores del cine como un acto poético entregado a sí mismo, nos reveló algunos de los secretos humanos en su hermosa L’Atalante (1934). Aquel poeta maldito condenado a la melancolía, le habló a la humanidad de sí misma; lo hizo con sencillez y sobre el agua. Pero antes, la furia vanguardista de un Abel Gance dispuesto a inventar el cine y sus recursos narrativos, hizo lo propio sobre la tierra, subiendo a los clásicos universales a un imparable tren de consecuencias.
Con La rueda, Gance invocó al pasado, atravesó el presente e inventó el camino hacia las infinitas posibilidades del cine.
Tras la presentación inicial y una cita de Victor Hugo que bien podría reducir la naturaleza de esta película inmensa a una sola sentencia, se produce un estallido en el presente de La rueda. Dos trenes chocan violentamente, y Gance muestra las clásicas consecuencias de la tragedia mediante un montaje frenético y vanguardista.
El pasado (la muerte) se apodera del presente (el tren, el mundo moderno) y Gance se sirve de los infinitos recursos del cine para anticipar el futuro. Igual que aquel tren que irrumpió en la realidad de la sociedad que vio nacer el cinematógrafo, la rueda de Gance gira implacable hacia un nuevo horizonte.
Tras el desastre, la rueda invierte la situación, y Gance concede una oportunidad a la esperanza, a la vez que abre un túnel del tiempo por el que los mitos clásicos aparecen en el presente.
Sisif (Séverin-Mars), un ferroviario que contempla el accidente, socorre a Norma (Ivy Close), una niña que en un instante pasa de ser huérfana a la nueva hija de Sisif y hermana de Elie (Gabriel de Gravone), el legítimo hijo del ferroviario y su esposa fallecida.
Gance, que ha hecho transitar la fatalidad en línea recta, gira la rueda de la fortuna, y donde se habría impuesto la tragedia surge una nueva familia de los pedazos de todo aquello que había desparecido sin remisión.
Sin embargo, la rueda no deja de girar…
El tiempo pasa, Norma crece, y con ella todos aquellos sentimientos que ninguno de los protagonistas llegó a plantearse hasta que este tren de consecuencias los arrolla. Sisif y Elie descubren que se han enamorado de Norma, quien ignora su condición de hija adoptada por la fatalidad del destino, que ha transformado a su padre ficticio en un ser atormentado.
Gance introduce en este melodrama familiar elementos del mundo clásico: la ceguera (Norma no ve la discordia que su atractivo provoca, y Sisif —como el Sísifo original— pierde la vista). La tentación (Sisif carga con su piedra particular en forma de sentimiento dividido entre el amor paternal y el deseo hacia una mujer que ni es su hija, ni puede dejar de serlo), y un tercer elemento en forma de Edipo transfigurado en Elie, quien también debe luchar contra un deseo que —como Norma con respecto a sus orígenes— no es lo que parece.
Este juego de ecos del pasado y su mitología que resuenan en un presente sometido a los giros continuos y crueles de la rueda del destino, encamina la película hacia una vanguardia narrativa que, desde este falsa tragicomedia incestuosa, proyecta la película y sus recursos al infinito.
Gance recorre con la parte literaria de la película todos las líneas que unen los puntos extremos; el amor (lícito y prohibido) entre Sisif, Norma y Elie, la presencia de un villano —representando no por casualidad el poder de la revolución industrial— en forma de Jacques de Hersan (Pierre Magnier), un personaje que no solo se apropia de las invenciones de Sisif, sino que pretende hacerse con la voluntad y el amor de Norma.
Después, tras el punto álgido de la frustración y la tristeza, la película se encamina durante una parte considerable de su descomunal metraje (la versión original alcanzaba las siete horas frente a las cuatro que han llegado a nuestros días) hacia el retorno al que debió ser el verdadero punto de partida a través de una emotiva — y muy bien narrada por parte de Gance— reconciliación entre el trío de seres humanos que, después de todo, persiguen un sentimiento natural sumidos en un mundo artificial.
Ese mundo —el artificial— es el que dispara la dimensión (y duración) de la película hasta el infinito, pues la vanguardia se alía con dos poderes: el de la maquinaria implacable y poderosa que convierte a los humanos en criaturas sucias de mirada amenazadora y seductora (en cierto sentido, Gance anticipa los deseos trágicos que mucho tiempo después alimentarían obras maestras ferroviarias de John Frankenheimer, Pietro Germi o Fritz Lang).
Por otra parte, el poder onírico de la película nos conduce a universos muy próximos a los poblados por seres grotescos y deformados por sus pasiones, propios de las primeras visiones cinematográficas de Buñuel o Dreyer, pero bajo el sello técnico e innovador que caracteriza el trío de obras maestras con las que —se reconozca a nivel masivo o no— Abel Gance fue uno de los tipos que inventaron las películas.
Cien años después de iniciar su viaje por las pasiones, la ambición y los trágicos secretos, esta rueda sigue haciendo girar al cine. Hay pocas cosas más bonitas que decir sobre una película.
https://ok.ru/video/1104211348181
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Diciembre 2023.