MIKE NICHOLS. LIVING IN AMERICA.
La carrera de Mike Nichols empezó volando todo por los aires. Un doblete formado por la indomable ¿Quién teme a Virginia Woolf? y la sutil bofetada en la cara que fue El graduado, puede considerarse sin duda su irrupción en Hollywood desde la cima.
Desde esa cima -apostado como un francotirador- Nichols disparó la verdad acerca de la tierra prometida, adelantando el discurso suicida de la generación de los setenta, y adoptando por completo la forma del cine del descontento imperante en la década de los sesenta, aproximando en cierto sentido sus maneras a las de Robert Aldrich.
Así, con dos disparos consecutivos, Nichols abrió fuego contra la gran estafa americana, social, familiar y corporativa.
En 1966, a partir de la obra del gran Edward Albee trasladada al cine por el guión de Ernest Lehman, Mike Nichols, Elizabeth Taylor, Richard Burton, Sandy Dennis y George Segal plantearon a partir del texto de Albee una cuestión tan simple como profundamente compleja es su respuesta.
¿QUIÉN TEME A VIRGINIA WOOLF? EL RUIDO Y LA FURIA.
El magnífico poeta americano William Faulkner viene aquí perfectamente al caso para describir con su célebre El ruido y la furia el espíritu de la película de Nichols.
Pues de eso se trata, de un viaje frenético al centro del dolor y la frustración a bordo de una ruidosa furia.
Virginia Woolf es una de esas fuerzas naturales cuya propia existencia era demasiado poderosa para mantenerse en pie durante mucho tiempo, y así lo demostró manchando con su sangre el papel con el que se publicaron sus libros, hasta que su propia existencia la destruyó para al mismo tiempo hacerla inmortal.
El cine no podía obviar tal existencia, y simplemente ocurrió. Albee preguntó al teatro quién la teme y Nichols le dijo a sus fieras que respondiesen.
Eso fue exactamente lo que ocurrió, respondieron, pero si un apellido que podría ser el superlativo del lobo inspira la pregunta, y se pone la respuesta en manos de Elizabeth Taylor, los acontecimientos solo pueden desarrollarse de una forma.
Nichols recurre a su precisión de cirujano y -tal como haría de nuevo en El graduado- secciona y divide la farsa familiar americana en dos partes, enfrentándolas en un combate salvaje con la verdad y las emociones disparadas como única arma.
La radiografía americana muestra la mano izquierda de Nichols desde el título mismo -más allá del homenaje a la influencia y significado de Virginia Woolf- el título parodia una canción de la película de Disney -otra institución americana- Los tres cerditos llamada Who’s afraid on the big bad wolf?
Al jugar con la pronunciación, Albee y Nichols obtienen el satírico y merecido homenaje a uno de los estandartes más poderosos y validos del verdadero feminismo.
Esta división en dos partes del mismo todo constituye un espejo fijado en un punto y deformado con maestría por Nichols.
Una pareja quiere lo que la otra aparenta tener, y todos los miembros de este viaje infernal hacia el final de una noche que no acaba, intentan destruir lo que ven, tanto lo que refleja el espejo, como los rostros frustrados, derrotados y furiosos de los tripulantes de este barco emocional a la deriva.
La película cuenta en modo de crescendo dramático un encuentro entre cuatro protagonistas:
George, (Richard Burton) y Martha, (Elizabeth Taylor) -no es para nada casual que sus nombres coincidan con los del primer presidente de los Estados Unidos y su esposa- invitan tras una fiesta a una joven pareja, Nick, (George Segal) y Honey, (Sandy Dennis).
La velada se desarrolla durante la noche de un sábado, con la aparente intención de prolongar la fiesta en la intimidad mediante una distendida e inocente conversación. Nichols establece dos puntos sobre los que la espiral de dolor y reproches vengativos gira: la incomunicación y la existencia de un hijo potencial como punto en común de las dos partes generacionales de un mismo matrimonio.
El sexo -tanto el reprimido como el añorado y ansiado por ausente- el alcohol sobre el que se deslizan la palabras que de otro modo permanecerían ancladas en tierra, y la figura de un hijo muerto que tal vez solo existe como metáfora de sus esperanzas de salvación.
La esperanza no existe, el hijo pasado de George y Martha, el hijo futuro de Nick y Honey, tampoco. Solo existe el juego perverso consistente en las agresiones verbales y el daño emocional que -llevados por la farsa rutinaria en que se han dejado atrapar- se provocan ambos lados del espejo.
La compleja y profunda trama emocional y las múltiples lecturas que Nichols brinda al espectador, alcanza la cima cinematográfica apoyada en tres pilares:
Las interpretaciones -especialmente la de la siempre maravillosa y visceral Elizabeth Taylor- la certera fotografía con ligeros tintes claroscuros de Haskell Wexler -marcada por los subjetivos y los primeros planos que retratan la profunda psique de los personajes- y la narrativa por irónicamente romántica música de Alex North.
¿Quién teme a Virginia Woolf? se alza sobre las bases del teatro filmado, de la esencia del drama: Guión, dirección, interpretación y narrativa fotográfica y musical.
Dicho de otro modo: Woolf aúlla y Taylor hace lo que hizo siempre, lo que quiso. Pone del revés a Burton, a Nichols, a Albee y al mismo diablo, si tuviese el valor de intentar bailar con ella.
Agarra todo aquello que forma parte de la película y lo sacude sin piedad en un viaje visceral, violento, sexual, etílico y delirante hacia lo más profundo del dolor contenido, de lo que gritan en silencio quienes se condenan a sí mismos a compartir su soledad.
Nichols pone en manos de Taylor el dolor de la incomunicación, ella le quita el discreto encanto aristocrático que le daría Antonioni, y el místico silencio propio de Bergman, y como la criatura salvaje que es, mete a Woolf en la película y saca el colmillo a gotear.
Y ataca, claro, ataca al hastío, la desesperación y se lanza contra todo aquello que la ha enjaulado en una rutina mortal.
No le importa el culpable de la situación. Ella misma, Burton ó quien sea. En este viaje en el que Nichols la obliga a arrancarse la piel y mostrar todo lo que hay no se salva nadie, el lobo los cerca a todos y no hay escapatoria posible.
Después de esa visita -en apariencia inocente- de una joven pareja a un veterano matrimonio, nadie volverá a ser el mismo. Con Taylor a lomos de Woolf nadie sobrevive. Las dos partes del mismo todo se destruirán en su búsqueda de un futuro y un pasado que no existen.
Y al espectador, solo le quedará buscar un lugar donde ocultarse del lobo y soñar con esta cima cinematográfica para siempre.
¿Quién teme a Virginia Woolf?
Todos -incluso los que la admiramos- deberíamos temerla. Como al ruido y la furia que un día vendrán a buscarnos.
https://www.primevideo.com/detail/%C2%BFQui%C3%A9n-Teme-a-Virginia-Woolf/0RQZXLYYXFZ4WB91WAFVITLDD9
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero de 2022.