KATANAS, REVÓLVERES Y POLVO EN EL CAMINO. EL WESTERN POR AKIRA KUROSAWA.
Hay algo en Yojimbo que sella la unión entre el cine samurái y el Western. La espalda de Toshirô Mifune irrumpe frente a las montañas en los créditos iniciales, camina solitario bajo el sol, y la impresionante música de Masaru Satô marca el ritmo de sus pasos.

Todo lo que vemos en los tres primeros minutos de la película es absolutamente oriental, y al mismo tiempo todo nos introduce de lleno en el viejo oeste americano.

No importa cuántas veces nos concedamos el privilegio de asistir al espectáculo grandioso que supone ver Yojimbo, siempre temblaremos como una hierba mecida por el viento agitados por la emoción de la anticipación.

Pero, ¿qué hay de especial aquí en lo que a fusión entre el western y el cine oriental se refiere?
Akira Kurosawa es uno de los pocos maestros absolutos del cine, uno de los pocos que firmaron solo obras maestras que únicamente -como si de samuráis se tratase- pueden enfrentarse entre sí, por lo que ninguna de sus películas admite un segundo plano.
Es cierto que su relación con el western más reconocida -tanto para recibir como para aportar- fue la que se estableció con Los siete samuráis, una película gigantesca en todos los sentidos que tendió un puente entre el western clásico y el sol naciente.
Tanta inspiración podemos ver recogida por Kurosawa de John Ford, Fred Zinnemann o Howard Hawks, como la que el grupo salvaje de samuráis brindó al género americano por excelencia, hasta el punto del mítico remake que John Sturges realizó en 1960, Los siete magníficos. Sin embargo, toda esta conexión se mantiene dentro del western clásico.
Yojimbo mantiene la conexión con el oeste cinematográfico, pero en mi opinión sella la unión porque rompe el molde.
Fusiona los elementos clásicos de ambos cines, sí, pero el perfil de su personaje protagonista se ciñe completamente al del jinete solitario, sucio y ante todo, carente de escrúpulos de ningún tipo.
El western reformista tuvo a Sergio Leone y Clint Eastwood como referentes a un lado del mundo. El sol naciente vio la nueva luz gracias a la alianza entre Kurosawa y Mifune.
Yojimbo camina solo bajo el sol.
YOJIMBO.
LA MUERTE AL MEJOR POSTOR.
En el siglo XIX, un poblado de Japón, todavía regido por un sistema feudal, sufre el abuso de dos bandas rivales enfrentadas entre sí por el control del territorio. Un samurái errante y sin nombre llega al pueblo, no tarda en conocer la situación y aprovecharla a su favor, dividiendo todavía más a los rivales para resultar el único vencedor.

Con la maestría que lo caracteriza, Kurosawa saca todo el rendimiento imaginable a la historia, de un guión escrito a cuatro manos con Ryuzo Kikushima, una historia aparentemente simple llega a lo más profundo del personaje, y lo hace a través de los matices, de esos detalles con los que solo los genios marcan todas las diferencias.
Hábil, sucio, hambriento, silencioso, egoísta y letal. El samurái que recorre la película como un jinete pálido sin caballo, patria, amo ni ley, no empatiza absolutamente con nadie. Allí donde le den comida y dinero, allí encontrarán el mercenario más fiel que puedan comprar.

Pero Kurosawa no se conforma con el mercenario clásico, el samurái al que Mifune dio vida como nadie, juega con la muerte de una forma única. Yojimbo puede enmarcarse dentro del drama, la acción o incluso las aventuras, pero hay algo en la actitud de su personaje y la narrativa de Kurosawa que va más allá. Por eso recurre al sentido del humor, a su particular uso de la ironía.


Una vez en el pueblo, Mifune no revela su nombre, con lo cual su personaje -igual que el de Eastwood en la trilogía del dólar de Leone- mantiene el interés mediante ese halo misterioso. Pero tanto el samurái como Kurosawa saben que sus planes requieren un nombre, por eso Mifune les dará uno, pero nadie -y mucho menos él- ha dicho que sea real.
A partir de esa base, Kurosawa desarrolla la historia de un tipo al que todo -y todos- le traen absolutamente sin cuidado, pero la ironía, un ligero toque cómico reclama su pequeño papel en medio de la sucia naturaleza de la tragedia que no tardará en desarrollarse.
Esto se aprecia especialmente en dos cosas: Kurosawa aumenta la ya de por sí extrema rivalidad entre las dos bandas mediante el juego al que las somete el personaje de Mifune.
El samurái no solo es letal y egoísta, también es astuto y con un sentido del humor tan afilado como su katana. Así, jugando a dos bandas, ofrece sus servicios simultáneamente a los dos jefes, y aprovecha la ocasión para provocar una situación de la que un bando culpará al otro, llevando la situación al extremo y sacando partido de la oleada de violencia y venganza que se desata mientras él, sencillamente, gana su dinero y se ríe de todos los protagonistas.
Por otra parte, Kurosawa caricaturiza algunos de los personajes, con lo que aporta un significativo tono cómico a este duelo al sol naciente.
En el transcurrir de la película podemos ver como uno de los hermanos del líder de una de las bandas rivales es poco menos que la deformación burlona de un guerrero, mientras que uno de sus principales esbirros se parece más a un gigante estúpido y torpe que a un soldado eficaz. Todo esto, además de introducir el humor en la película, azuza las ya de por sí irónicas intenciones del personaje de Mifune.

Hasta que el viento que agita la película cambia su dirección.
Con todas las cartas a la vista, Kurosawa introduce un nuevo elemento tanto en la película como en el solitario samurái: la compasión, la pequeña dosis de empatía y generosidad que el giro de los acontecimientos revela en el mercenario, algo que sorprende al espectador y puede que hasta al propio personaje, acostumbrado a caminar solo y asumir también en soledad las consecuencias de sus actos.
Pero en esta ocasión, sus manipulaciones y frialdad han implicado a una familia que se ve atrapada en el fuego cruzado entre unos tipos que -en esto sí mantienen intacta su condición- no sienten aprecio ni compasión por nada que vaya más allá del poder y la violencia.
De esta forma sutil y elegante, Kurosawa rompe su propia ruptura con los cánones del héroe clásico, y después de haber presentado al samurái solitario, sucio emocional y físicamente -la recurrente costumbre de Mizune de rascarse el cabello es una cima de la narrativa en cuanto a personajes- y profundamente cínico y egoísta, revierte la personalidad del mercenario, introduciendo en la película rasgos de personalidad que por honestos parecen demasiado anticuados, pero que -lejos de suponer un lastre- impulsan la película al infinito en su tramo final.


Atrapado en su propia trampa de ambición y frialdad, el samurái recibe un castigo por parte de aquellos que solo viven bajo el crimen, y la sombra de la conciencia -un espectro poderoso para aquellos que pueden verlo- atormenta y al mismo tiempo cura las heridas del guerrero, que, una vez restablecido aparece en escena como un fantasma, envuelto en el aliento del viento que convierte el polvo del camino en una niebla áspera.


El sucio samurái ha vuelto de entre los muertos, y allí, en su tumba, dejó enterrados sus errores. Ahora, el solitario vagabundo que irrumpió en la película de espaldas, da la cara frente a sus enemigos.

Kurosawa arma la película con el honor y la honestidad para enfrentar su final, y como si se tratase del mejor western jamás realizado, Mifune se alza entre el viento y la niebla para hacer justicia, para ser el buen tipo que debe ser.
Yojimbo es una obra maestra, hermosa, rebelde y emocionante.
https://www.filmin.es/pelicula/yojimbo
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero de 2022.