MARIO MONICELLI.
EL GIGANTE A LA SOMBRA.
La armada Brancaleone es la película de Mario Monicelli que hoy ocupa su lugar, pero la verdad es que no se debe a ningún motivo en particular que me haga despreciar el resto de su filmografía.
Todo lo contrario, Monicelli es un gigante, un maestro de la «Commedia all’italiana», un maestro de la tragedia, de la crónica social vista desde la óptica de la crítica y la ironía, un tipo hecho de la pasta más dura que existe: aquella que combina el drama con el sentido del humor consciente del mundo cuyas malditas costumbres ha de atacar. Para mí, Monicelli es un maestro tan imprescindible como las luces del cine en general y el italiano en concreto.
Sin embargo, su genio permanece a la sombra.
A lo largo de siete décadas, entre 1935 y 2006, Monicelli trabajó sin cesar. Además de frecuentar el teatro y la televisión, fue actor en ocho ocasiones, escribió ciento once guiones y dirigió sesenta y nueve películas, incluyendo cortometrajes y documentales.
De esas sesenta y nueve películas, al menos diez oscilan entre la genialidad y la obra maestra incontestable:
Vida de perros, Guardias y ladrones, Padres e hijos, I soliti ignoti, Rufufú, La gran guerra, Los camaradas, La armada Brancaleone, La ragazza con la pistola y -como sucesor de su director original, el fallecido en aquellos días, Pietro Germi– Amigos míos.
Monicelli vivió noventa y cinco años, dedicó al cine siete décadas, caminó por los grandes días del neorrealismo, la comedia italiana, los años de plomo y sus oscuros y secos thrillers y llegó a las puertas de nuestros días después de haberlo hecho absolutamente todo.
A los noventa y cinco años, su ingenio y valentía siempre conscientes del mundo en que vivió y ayudó a comprender, lo impulsó a comportarse como uno de aquellos sabios y nobles romanos de la antigüedad. Sensato, tranquilo y escéptico ante su destino, se arrojó al vacío de su Roma materna antes de que la enfermedad que habría de matarlo representase su papel.
En todos los aspectos, Monicelli era un genio hábil, sabio y burlón.
Su nombre no figura en las referencias universales del cine, no suele citarse o venir a la mente con la inmediatez con la que lo hacen Fellini, Rossellini, Visconti… pero, aunque permanezca a la sombra, es un gigante.
La armada Brancaleone es solo una muestra escogida al azar que prueba su genialidad.
LA ARMADA BRANCALEONE.
DON QUIJOTE, LOS INÚTILES Y LA PROFECÍA DE LOS MONTY PYTHON.
Imaginemos por un momento un mundo en el que una caricatura del ya de por sí caricaturesco e inmortal mito cervantino, recorra un trecho considerable de la Italia medieval, rodeado por un séquito de personajes estrafalarios, vagos, oportunistas, fanfarrones, cobardes y con un sentido de la amistad extremadamente desarrollado.
Es decir, el hombre de la mancha que Cervantes utilizó para contarle a la humanidad de qué trata el mundo que habita, transportado en el espacio hasta tierras italianas y corriendo sus alocadas y desgraciadas aventuras rodeado de la versión medieval de I vitelloni, de Los inútiles de Fellini.
Imaginemos por un momento que semejante y osado esperpento es posible. Y dejemos de imaginar, pues lo fue.
Tras los créditos iniciales, animados y marcados por una alocada marcha musical que se repetirá a lo largo de la película -créditos que, como el resto de la historia, son absolutamente precursores de la maravillosa Los caballeros de la tabla cuadrada de los Monty Python– nos encontramos inmersos en la edad media con todas sus características a la vista, dramatizadas, sí, pero por el humor, no por la visión sesgada e idílica que el cine tiende a dar de una de las épocas más oscuras de la historia universal.
Tras el asedio y saqueo de una villa medieval narrado por Monicelli con un salvaje sentido del humor y elementos propios de la serie B, aparecen en escena una serie de estrambóticos personajes, todos excelentes y medidas caricaturas de algunos de los roles medievales -y de todos los tiempos- más universales: la ambición, el oportunismo, los dogmas y la miseria como verdadero motor del mundo dan forma a un grupo de desgraciados que pretenden haber visto sonreír a la fortuna cuando roban a uno de los caballeros abatidos en la batalla un pergamino.
El documento en cuestión otorga a sus portadores nada menos que la propiedad del feudo de Aurocastro. Fascinados por las posibilidades que semejante posesión les brindará, emprenden la marcha en busca de un caballero con quién pactar. Ellos cederán la mitad de las tierras al posible caballero a cambio de su protección, él cederá la mitad de las posesiones a cambio de formar parte de la expedición propietaria del pergamino.
Elaborado el plan, emprenden una búsqueda que inmediatamente da sus frutos, pues topan en su camino con Brancaleone da Norcia, (un impagable Vittorio Gassman), que interpreta a un charlatán de agraciado aspecto físico, fluida elocuencia y grandes dosis de valerosa locura, una figura que a ojos del harapiento séquito se alza como el mejor de los caballeros.
Es decir, el alter ego de Don Quijote.
Brancaleone monta a lomos de Aquilante, un caballo verde/amarillo que trota y elude más que galopa y acata las locuras de su amo, alter ego evidente del Rocinante cervantino.
Tras el encuentro entre los dos términos, se produce el acuerdo entre los protagonistas -con el que Monicelli incide en las relaciones entre vasallos y señores medievales- y ya unidos por el objetivo común de la ambición, e impulsados por la loca fortuna, parten hacia su destino en Aurocastro -alter ego de la Ínsula Barataria que Don Quijote ofrece a Sancho a cambio de sus servicios- parten con el delirio humano por bandera, parten hacia un destino tan negro como el humor con el que Monicelli nos habla de aquello que el mundo siempre ha sido.
Durante su recorrido, el séquito y su señor -que ya se han hecho con la carcajada cómplice del espectador- van topándose en el camino con una inverosímil suerte de personajes tan peculiares como ellos mismos, con los que Monicelli completa su ácida caricatura sobre los perfiles que adopta el ser humano, es decir, un alter ego de todas aquellas situaciones y personajes que Cervantes pone en el camino del Quijote y Sancho.
Mujeres sometidas y abandonadas a la idiosincrasia medieval, sectas sexuales y esotéricas lideradas por la mismísima Barbara Steele que practican sus ritos en los pasadizos ocultos del castillo de un rey que reniega del inútil fanfarrón de su hijo, (un maravilloso y ceñido al personaje, Gian Maria Volontè), y un magnífico sinfín de desventuras que transcurren entre un vestuario de colores y formas imposibles y relativamente futuristas -aquí la deuda de Terry Gilliam y la tabla de los Monty Python se hace especialmente patente- y al ritmo grandioso de Wagner, del que se Monicelli se sirve ocasionalmente para introducir en su crónica el espíritu de las leyendas Artúricas.
Todo narrado mediante un guión ágil, rápido, irreverente, sincero y valiente que supone una acertada crónica de aquellos días y los tiempos que hayan de venir hasta que todo esto termine.
Como El Quijote mismo.
Finalmente, Monicelli enfrenta a La armada Brancaleone a su destino, al mismo destino con el que todos los sabios, valientes, y esclavos de sus humanos defectos, se han enfrentado como locos, ambiciosos y egoístas, sí, pero valerosos y con la capacidad de sentir y apreciar amor y amistad, de enfrentarse a todos los gigantes que con su último aliento muevan los molinos que hacen girar el mundo en el único sentido que realmente vale la pena.
Como El Quijote mismo, Monicelli y su Armada Brancaleone son algo grandioso, un sueño que vale la pena perseguir.
Algo por lo que vale la pena reír.
https://www.filmin.es/pelicula/la-armada-brancaleone
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo de 2022.