SEIJUN SUZUKI.
ÍCARO CONTRA EL SOL NACIENTE.
Solo en los créditos iniciales de Gate of flesh —Nikutai no mon en su lengua materna—, Seijun Suzuki deja claras dos cosas: vamos a embarcarnos en un viaje al infierno, y, con él como guía, nos adentraremos en su universo salvaje, rebelde y suicida.
Esos créditos —tan deudores de un Dante y su Divina comedia adaptada por Gustave Doré—, anuncian un cambio radical alimentado por las formas clásicas, que, como Saturno a sus hijos, devorará sin piedad.
El más rebelde de todos los grandes samuráis que ha dado el cine japonés, se mimetizó con el descontento que reinaba en el cine de los años sesenta, un hastío y desolación emocional que vio reflejadas sus formas occidentales en el espejo oriental con el que Suzuki mostró al mundo su oscura realidad.
Así, en Gate of Flesh en concreto y todo su cine en general, vemos como Suzuki prende fuego a todo, sin tregua ni reflexión de ningún tipo acerca de las consecuencias que podría suponer para él un acto kamikaze de esa envergadura.
No hay dios, ni organismo alguno que lo represente en la tierra —gobierno, iglesia, sociedad civil, militares, delincuentes, honrados ciudadanos…—, que pueda huir de la furia del más incontenible de los guerreros del cine.
Como Ícaro hizo cuando el mundo era joven, Suzuki desplegó las alas para emprender su ataque contra el sol naciente.
Su desgarrada forma de narrar, su lengua afilada, inteligente y tremendamente sensible, hizo de su cine una bomba atómica que supuso una adelantada revolución, pero no solo en el cine japonés que voló por los aires rompiendo todas las líneas sanguíneas con los maestros del templo.
Suzuki y su grito de guerra levantó el viento que los jóvenes salvajes de los años setenta habrían de convertir en huracán al otro lado del mundo.
Detengámonos un momento en esos lazos entre oriente y occidente.
GATE OF FLESH. LOS COLORES DEL INFRAMUNDO. AMAZONAS EN LA OSCURIDAD.
Si occidentalizamos la película de Suzuki, veremos dos similitudes con respecto al cine norteamericano. En la forma, en esos colores vivos que brillan con elocuente palidez entre las ruinas y la oscuridad, podemos ver un reflejo del estilo visual que Robert Wise o Billy Wilder utilizaron respectivamente en West Side History o Irma la dulce —el verde del vestido de Maya, esa sombra del personaje de Shirley MacLaine interpretada aquí por Yumiko Nogawa, no me parece en absoluto una mera coincidencia—; en la forma, Suzuki se apropia de las luces melodramáticas de aquellos años «Hollywoodenses» y lo sume todo en la oscuridad, la suciedad y el dolor y la determinación que irónicamente aporta la desesperación.
En el fondo, también podemos apreciar una referencia americana que ya en su momento supuso la cara oscura del mundo edulcorado de West Side History. John Frankhenheimer nos enseñó en Los jóvenes salvajes el lado oscuro del West Side y su historia. Después, al otro lado del mundo, Suzuki mezcló el hastío y desesperación americanos para volar todo por los aires.
Gate of flesh abre la puerta del Inframundo, el infierno al que Suzuki nos da paso se rige bajo las normas de un grupo de prostitutas libres, poderosas, independientes y unidas en busca de un objetivo común. Pero estas amazonas samuráis tienen un punto débil: sus rasgos humanos, pues humanas son, y como tal, también desean, mienten, roban, recelan, odian, y —si es necesario—, matan.
Suzuki supuso un punto de inflexión en el cine nipón por dos motivos —ambos de naturaleza vanguardista—, se introdujo de lleno en el mundo subterráneo de la Yakuza, y embrujó su Puerta de la carne con espectros de piel, hueso, sudor y deseos humanos, con lo cual, sus fantasmas rompieron las cadenas que arrastraban los condenados del Kaidan Eiga.
La poesía de los muertos había encontrado otra forma de expresarse entre los colores de los vivos.
Hay tres aspectos visuales que son constantes en la Gate of Flesh: los colores y sus asociaciones psicológicas, el calor asfixiante y la suciedad emocional y física que lo impregna todo.
La atmósfera de la película es en todo momento tangible. El deseo y la sexualidad se pegan a la piel de los protagonistas, quienes arrastran —además de sus instintos sometidos— la miserable condición en que la guerra los ha dejado a la deriva.
Así, respirando ese aire viciado que se pega al sudor de la piel, deambulando por las ruinas del mundo tras los desastres de la guerra, un grupo de prostitutas reina en la oscuridad. A varios metros metros bajo el suelo, ejercen un oficio del que obtienen todo el beneficio. Allí, en la tumba de la civilización que tanto empeño pone en matarse a sí misma, un grupo salvaje de amazonas oscuras vestidas de colores reina sobre el deseo de los humanos.
Las amazonas reinan, así es, pero como en todo reino hay una serie de reglas, dos de ellas de especial importancia e inquebrantables. Ninguna de ellas puede enamorarse ni acostarse gratis con nadie. Si alguna quebranta las normas, lo pagará caro.
Es esta regla la que sirve a Suzuki para llevar el guion al infinito. Como decía antes, estos fantasmas que habitan en las profundidades del mundo, son humanos, y sus deseos y debilidades, también.
La puerta de la carne no solo se abre para mostrarnos lo que somos, nos muestra que, a veces, cuando nos convertimos en lo que podríamos ser, podríamos también pretender ser lo que no hemos sido nunca.
Con una habilidad narrativa pasmosa —y siempre en sociedad con un lenguaje cinematográfico abrumador— Suzuki invierte los términos. El bien, las esperanzas y deseos lógicos en cualquier ser humano, la necesidad de amor, contacto, refugio y compañía, se convierten en el mal. Los fantasmas que vagan a la deriva por el mismo mundo que los creó, han perdido la capacidad para comprender y sentir empatía por aquellos que todavía quieren volver con los vivos.
El guion de esta película y sus interpretaciones son inalcanzables. Su ácida y asqueada ironía, imbatible. Para ejemplo, esta maravillosa sentencia que deja seco al espectador: «Comemos carne por 40 yenes, y nos vendemos por 40 yenes, ¿qué es lo que nos queda? ¿nos vendemos para comer, o, al revés, comemos para vendernos? Y en ese caso, ¿qué significado tiene la vida?»
Esto te deja literalmente seco. Pero no se detiene ahí.
Mediante un lenguaje directo, irreverente y profundamente sacrílego —la secuencia entre Maya y el sacerdote negro es de billete directo al infierno— Suzuki revienta todos los moldes, vuela todo por los aires y adelanta (con el Technicolor más sucio y decadente que recuerdo haber visto) el sentimiento de rabia, desesperada desorientación y soledad que gobernará el cine durante la década siguiente.
Pero antes, mientras aquellos días todavía eran un sueño de libertad, un grupo salvaje de amazonas samuráis reinaron poderosas en la oscuridad, sobrevivieron en el infierno del odio del que habló Kurosawa, vagaron como espectros de carne, deseo, sudor y hambre, y vestidas con los colores decadentes de un nuevo apocalipsis, dieron vida a los fantasmas que guardan las puertas del Inframundo, el que la guerra y la naturaleza humana creó, aunque pretenda olvidarlo.
Gate of flesh es la puerta de entrada a lo único que el mundo no perderá jamás, su verdadero espíritu. Todo, con la magnífica esencia de la Serie B.
Esta película es maravillosa.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://m.ok.ru/video/1248897010274
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2021.