JOHN FRANKENHEIMER. DESMONTANDO AMÉRICA.
Hay una característica -de entre las muchas que adornan el cine de John Frankenheimer– que destaca especialmente en Los jóvenes salvajes.
Pero antes de abordarla, hagamos una no tan breve introducción.
Obviamente, el cine basa su existencia en el arte de contar historias mediante imágenes en movimiento, esta cuestión aparentemente trivial ha conseguido algo tremendamente complejo: llenar la memoria y las retinas de la humanidad de imágenes icónicas.
Desde el blockbuster más superficial y rentable, hasta la historia más trascendental y desgarradora, el mundo que desde hace mucho tiempo conocemos lleva planos y secuencias grabados en su existencia.
Evidentemente, todos los directores se basan en las imágenes con las que contarán su historia, pero hay algunos que hacen de la narrativa visual, del lenguaje cinematográfico, su razón de ser, llevando además esta parte del cine a la cima.
Esto es algo que en 1967 Stuart Rosenberg tenía perfectamente claro cuando decidió desacralizar la figura de Jesucristo, elevando La leyenda del indomable a la categoría de icono y fijando en la memoria colectiva el plano de las gafas de sol reflejando el contraplano.
Sin embargo, esta introducción no pretende conducirnos por el camino enrevesado de Luke. Nos lleva algunos años atrás, a la parte oscura del West side history de Robert Wise, nos lleva al este del Edén americano.
El mismo año en el que Wise acercó el musical a la polémica, un maestro del lenguaje cinematográfico, conducía al espectador al centro del infierno.
John Frankenheimer tiñó de sombras el color, silenció las melodías de Broadway con un jazz diabólico y dejó a un lado la coreografía para obligar al público a bailar sobre un suelo que el sueño americano trataba desesperadamente de mantener en privado.
LOS JÓVENES SALVAJES. LA PESADILLA DEL SUEÑO AMERICANO.
En Los jóvenes salvajes, Frankenheimer se mete de lleno en un jardín que casi todo el mundo preferiría evitar, y lo hace gritando con cada plano.
Desde el comienzo, las imágenes, los movimientos de cámara, los planos, todo lo que entra a través de la lente, rebosa elocuencia, ironía y audacia. Las gafas de sol que Rosenberg rescataría para la memoria cinematográfica, sirven a Frankenheimer casi al inicio de su película como espejo de la terrible y nada vendible realidad.
Al este del West side history, el odio y la muerte bailan al son de una melodía que jamás lograría encender las luces de la ciudad, pero allí está, llevando a lo más alto la razón de ser del cine. El plano de las gafas reflejando el crimen, la imagen que, valga o no más que mil palabras, lo cuenta todo y lleva al espectador directamente al desmayo previo al coma.
Exactamente lo mismo ocurre con la secuencia inicial. Frankenheimer no ha venido a esa tierra hostil para hacer amigos, ha venido para hacer cine, y así, abre fuego en el jardín del Edén.
Una vez engañado por el idílico plano inicial, el espectador se ve acorralado por Frankenheimer contra el muro en el que los jóvenes salvajes escriben sus lamentaciones.
La cámara comienza a caminar y nos guía por la base que lo sostiene todo, entre la todavía inocente infancia que un día volará todo por los aires, irrumpe con fuerza el grupo salvaje, y Frankenheimer lo hace de nuevo. Ata al espectador a la cámara y le obliga a seguir su frenético ritmo visual.
Los pasos de esos jóvenes salvajes avanzan al irónico ritmo de una más que vendible melodía, a través de lo que parece ser una ligera tregua pero que no es más que otro truco del mago visual, y a estas alturas, también narrativo -pues cada plano de Frankenheimer rebosa guión- así, el espectador se deja llevar hasta el epicentro.
Una vez allí, estalla la trama. Las gafas reflejan lo que ocurre, lo que Frankenheimer, Burt Lancaster, Dina Merrill y Shelley Winters desarrollarán a lo largo de una película real, incómoda, hermosa -y como sus imágenes- grandiosa e inolvidable.
Por eso, por la justicia sobre la que Frankenheimer alcanza la cima, el espectador debe desmayarse justo antes de entrar en coma.
Y al despertar, recordará para siempre estos planos.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.