CARRUAJE A VIENA. KAREL KACHYNA, EL POETA INVENCIBLE.
Carruaje a Viena (Kocár do Vídne en su lengua vernácula) demuestra lo mismo que prácticamente toda la filmografía de Karel Kachyna. Es un genio impagable, un maestro de la narrativa cinematográfica y uno de los principales cineastas de la Nueva ola checoslovaca, a pesar de haber sido condenado al olvido incluso por el movimiento al que tanto contribuyó.
Irónica víctima política de la más reconocida de sus obras maestras, Ucho (La oreja, 1970), que supuso simultáneamente su discreto lugar en la memoria cinematográfica mundial y su condena en la vida real, Kachyna jamás rindió sus armas. Dirigió 69 películas en 53 años de carrera, y antes y después de La oreja, firmó obras que harían palidecer filmografías enteras.
Este Carruaje a Viena es uno de los ejemplos más bonitos de la capacidad narrativa del cine, y la demostración de cómo el genio de Kachyna pudo hacerlo todo en medio de la nada.
NIEBLA Y SILENCIO.
Noche y niebla, dijo Alain Resnais en su poesía cinematográfica sobre la paz imposible tras la guerra. Diez años después, Karel Kachyna compuso su rapsodia particular para después de una guerra en un escenario cercado por el horror e invadido por la niebla y el silencio. Todo lo que el más inspirado de los narradores pueda llegar a decir sobre la guerra, Kachyna lo convierte en la nada más hermosa que el cine haya visto.
Mucho se ha filmado (y narrado en general) sobre la Segunda guerra mundial, y tanto desde el punto de vista chauvinista estadounidense como desde visiones y geografías más intrincadas, el universo bélico está plagado de estrellas. Pero lo cierto es que nadie ha logrado reducir un espacio de horrores infinitos a un simple camino.
Carruaje a Viena es el último tramo en la senda de tres personajes aislados en su propia visión de la guerra.
Una mujer que pretende vengarse, un joven soldado que pretende dejar de serlo y regresar a su juventud, y un soldado veterano que, vislumbrando ya el rostro de la muerte, pretende eludir el fin de la guerra que avanza más allá de las fronteras de esa senda que cruza el bosque, la niebla y el silencio.
Tres personajes, tres consecuencias de la guerra abandonadas a sus conflictos internos, como si de un extraño aquelarre se tratase, Kachyna somete a los tres personajes al mismo mal, al mismo tiempo que los enfrenta entre ellos y a sí mismos.
El fin de la guerra es inminente, pero en este camino que parece discurrir más allá de las fronteras de la realidad, la paz es imposible.
La paz como una utopía durante el fin de la guerra aparece escrita como una profecía —o una maldición— al inicio de la película:
«Colgaron al marido de una granjera.
Él no había luchado con nadie… le mataron como advertencia.
Había robado unos sacos de cemento.
Ella enterró a su marido esa misma noche…»
Günther (Ludek Munzar) y Hans (Jaromír Hanzlík), dos soldados que ven como su condición se desvanece, y una mujer, Krista (Iva Janzurová, la impagable doble protagonista de Morgiana), que ciñe a un pañuelo negro el dolor esculpido en su rostro, viajan a bordo de un carruaje en busca de sus objetivos particulares.
Los soldados no hablan el mismo idioma que la mujer, y aunque el joven Hans discrepa con el veterano Günther sobre el fin de la guerra y la necesidad de seguir matando a sus enemigos que parece mantener con vida al malherido y curtido soldado —atormentado por la deserción de Hans—, ambos coinciden en que Krista debe conducirlos a bordo de su carruaje hacia la libertad que apenas se vislumbra más allá del espacio fantástico en el que ahora habitan.
Esa es una de las claves definitivas de la película, el halo fantástico que todo lo envuelve.
El bosque, el silencio y la niebla mantienen a los tres viajeros aislados de la realidad más allá de las fronteras que, aunque marcadas por la naturaleza, parecen surgidas de un hechizo. Son tiempos extraños para el fin de una guerra que parece no haber existido más allá de las pulsiones de sus últimos tres protagonistas.
Son tiempos para la niebla y el silencio.
Ese nuevo mundo fantástico es recorrido por un carro guiado por Krista, a modo de Caronte con insólitas formas y secretos fondos, más ávido de venganza que de monedas (en uno de los grandes momentos que aporta el excelente guion, Krista rechaza el dinero que Hans deposita en sus manos). Pero ese nuevo mundo no se extiende más allá de la niebla que parecen respirar las hileras de árboles, centinelas apostados entre la senda soñada y los artificios de la guerra, reducida ahora a peligros y voces lejanas veladas por la bruma.
En ese camino hacia una especie de Oz, Krista deja pistas sustraídas a los soldados de la antigua guerra, con la intención (más que la esperanza) de ayudar a las fuerzas rebeldes a encontrar y matar a los soldados que buscan el camino a la evasión, incluso a la redención.
Sin embargo, el rostro a la vez hierático, salvaje y furioso de Iva Janzurová desvela sus intenciones.
La película no trata de una víctima de las últimas piezas de la guerra, esa identidad murió el día que la maldición que abre la película fue escrita, ahora la venganza y la muerte llevan las riendas de este carruaje fantasma que pretende dirigirse a Viena, al perdón, la libertad y una nueva vida que recupere las viejas identidades perdidas, pero el carruaje se mueve en círculos trazados en un escenario donde la paz es imposible.
La película de Kachyna es parca en palabras, la comunicación se reduce a los monólogos esperanzados y un tanto infantiles de Hans, las tribulaciones e impotencia de Günther, y la furia de Krista, quien por un lado debe hacer frente a la la diferencia de idioma que le impide comunicarse con los soldados a quienes pretende matar, y por otro ha de cargar con su propia maldición, materializada en forma de odio y necesidad de venganza.
La película es parca en palabras, sí, pero su narrativa cinematográfica es abrumadora.
Además de la elocuente y maravillosa interpretación de Janzurová —a quien Kachyna entrega muy hábilmente el poder de la película— la historia cuenta a favor de la narración con la enigmática fotografía de Josef Illík, de la que surgen planos sutiles, aparentemente insignificantes, pero cuyas composiciones desbordan narrativa.
Hay un momento en la película en el que Krista se sienta de espaldas en el bosque y da la espalda al espectador. Ella ya se ha liberado del pañuelo que enmarcaba su rostro y enmascaraba sus intenciones, y las ondulaciones de su pelo adoptan la forma de las raíces del árbol que tiene a su izquierda.
En un solo plano, Kachyna cuenta cómo ese personaje es parte del bosque del que ninguno de los tres protagonistas podrá salir. Cuenta cómo todo se reduce a sentimientos y pulsiones primarias y telúricas, cuenta cómo todos los artificios —desde las armas que van quedando prendidas, hasta un simple peinado— vuelven al bosque, a los instintos más naturales.
La realidad que narra Carruaje a Viena se ve sometida al poder fantástico que envuelve la escena; por eso todo cambia, desde las intenciones iniciales de Krista —que mutan de la venganza a la piedad e incluso el deseo y el amor—, hasta el azar que guarda su voluntad tras la niebla.
El silencio se rompe, la guerra reaparece en escena y todo aquello que parecía real se desvanece en el camino que el carruaje recorre guiado por otras manos, por otras mentes más firmes en su maldita determinación, tal vez ahora el carro avance en línea recta hacia la perdición que aguarda allí donde la paz no se diferencia de la guerra.
Más allá de la niebla y el silencio…
https://ok.ru/video/2705971546714
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2024.