LA PRIMERA PROFECÍA.
UNA ESPECIE DE METACINE.
La primera profecía es una de las últimas muestras de la existencia de películas que parten con muchos factores en contra, especialmente en el género de terror.
Estas películas deben enfrentarse al escepticismo suscitado por las palabras franquicia, Remake, Reboot, etc…
Deben enfrentarse al relativamente comprensible desdén por parte de un público que antes abre la boca por sopor que por sorpresa ante el cine de terror que ya va dejando atrás un ya casi clásico término: actual.
La primera profecía sale a pelear a campo abierto sin reservarse el derecho a trinchera o el de acogerse a sagrado —valga el símil religioso—, es decir, ha de afrontar líneas enemigas por todos los flancos.
Tanto quienes niegan la posibilidad de un cine de terror capaz de funcionar por sí mismo utilizando bien sus recursos (los clásicos y los relativamente contemporáneos), como quienes niegan la posibilidad de existencia del género más allá de un pasado cuyas fronteras resulta cada vez más difícil delimitar, atacarán a esta película sin dudar. Al menos a mí no me cabe duda de que así será.
Pero esta magnífica película puede resistir todos los prejuicios.
CINE DE INFLUENCIAS PARA UN CINE INDEPENDIENTE.
La primera profecía —aún sin pretender alcanzar esa maltrecha por desgaste categoría de obra maestra—, se muestra y rebela como una película magnífica que asume un reto suicida: aglutinar influencias, eludir el peligroso terreno del plagio y obtener una identidad propia a base de elementos clásicos y contemporáneos que recorren más caminos que el del terror en el sentido más estricto.
Obviamente, la película de Stevenson (rechazada por no pocos cineastas, y a la que la directora ha dotado con una fuerte personalidad propia) parte del clásico magistral de Richard Donner, La profecía.
Ese es el punto de inicio, y el eje sobre el que pivota; pero Stevenson sabe cuándo y cómo alejarse del origen.
La primera profecía no abandona sus principios, y hay varios momentos clave en los que se ciñe a la película original, pero también sabe distanciarse e imponer su propia personalidad.
De hecho, no tarda en desprenderse casi por completo de la obra de Donner. Esta es una de las grandes bazas de la película: el manejo de las partes ajenas y la obtención de un todo propio.
Stevenson no juega solo con el legado de La profecía; en su película también podemos ver las formas del Thriller de los años setenta, tanto del norteamericano como del italiano. Podemos verlo en las magníficas e intencionadas texturas y ambientaciones que recrean el cine y la sociedad de la época (el Atrezzo y la fotografía son estupendos), y podemos apreciarlo en la narrativa.
Es decir, la película se elabora y desarrolla a fuego lento.
Desde las tramas y las escenas casi documentales de William Friedkin (véase todo el preámbulo de El exorcista), las intrigas pausadas de Alan J. Pakula, hasta las formas que guardan una inquietante calma en Suspiria de Dario Argento, o las soterradas maquinaciones socio-políticas del cine de Francesco Rosi, sin olvidar —obviamente—, las sombras de Polanski (ciertos aspectos de Buñuel), y el bonito y eficaz homenaje a la obra capital de Zulawski, Possession, y su mítica secuencia en la que Isabel Adjani acaba con absolutamente todo.
Es decir, en esta receta propia que cocina lentamente nada menos que el mal en sí mismo podemos encontrar numerosos ingredientes ajenos, pero siempre al servicio de la identidad propia.
Esa secuencia —la de Adjani en Possession— es relevada aquí a modo de reconocimiento en esta Primera profecía por Nell Tiger Free, quien además de cargar con todo el protagonismo de una película que lleva a su terreno los personajes propios y extraños de ambas profecías (las interpretaciones y los personajes de Sônia Braga y Ralph Ineson son magníficos), brinda al espectador un sentido reconocimiento a la secuencia de Zulawski sin acercarse siquiera al peligroso terreno del plagio, por más riesgos que haya corrido en ese sentido.
Toda esta elaboración que se toma su tiempo sirve a Stevenson para mezclar con eficacia los ingredientes clásicos, y además utilizar el ambiente convulso de la Italia de <<los años de plomo>> para crear un contexto propio en base la realidad de aquellos días, un contexto que sirve para contener el terror bajo la tensión del Thriller, y trazar una línea subyacente que describe la ausencia de fe y libertad, dos de los elementos fundamentales de la película.
La tensión crece y avanza como un aliento denso que no podemos ver pero sí sentir. Sugiere, emulando a los ojos inertes hablando en la oscuridad que Robert Wise utilizó para aterrorizar nuestra memoria en The Haunting.
Stevenson toma este relevo y nos enfrenta a lienzos y cerraduras que susurran. Stevenson sugiere, utiliza, y nuestra claramente los elementos clásicos mientras mantiene su propia personalidad.
Pero no desprecia los recursos contemporáneos.
Su película es profundamente oscura, y como buena miscelánea, esa oscuridad se nutre de aquel nuevo lenguaje con el que James Wan reinventó el mundo de las sombras hace diez años en el maravilloso inicio de su saga The Conjuring.
Stevenson usa sin abusar el Jump Scare y los recursos del terror manifestado mediante la infancia, utiliza todo esto pero se mantiene muy acertadamente en el silencio, en lo que sugiere la invisibilidad.
Los esbozos apenas reconocibles que alberga la oscuridad. Juega incluso con el recuperado y reinventado de un tiempo a esta parte <<Nunsploitation>>, pero—una vez más—, en su vertiente más clásica, mucho más cercana a Madre Juana de los ángeles de Jerzy Kawalerowicz (de la que, otra vez, toma uno de sus momentos icónicos), o su versión salvaje, en manos de Ken Russell, The Devils.
Este acercamiento al <<Nunsploitation>> funciona (además de una estética muy cuidada) gracias al reparto secundario —las monjas y las niñas son magníficas— y especialmente a la alianza entre Sônia Braga y María Caballero, que actúan a modo de puente entre las formas modernas del terror a la manera de James Wan, los oscuros pasadizos alucinados de Polanski y las túnicas propias de nigromantes, brujas y oscuros sacerdotes que pueblan el imaginario tallado en grutas propias de los universos de Roger Corman, Terence Fisher o Mario Bava.
Es cierto que en su conclusión, la película cede a ciertos dictados que debilitan un tanto su fortaleza, pero creo que son cosas menores y totalmente olvidables en favor de sus virtudes. De su poder, nacido para ser invencible.
La naturaleza de La primera profecía se basa en un instinto suicida, en la necesidad de hacer de la influencia una obra antes propia que maestra. Yo creo que este cuento oscuro sobre la ausencia de fe (en el sentido más ateo) sobrevivirá a su propia condición.
Como el propio Damien al que Richard Donner no se atrevió a matar.
https://www.disneyplus.com/es-es/movies/la-primera-profecia/3fXgUyMIapQ1
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Abril 2024.