LA GÉLIDA ONDA EXPANSIVA.
Todo el mundo odia a Johan —Alle hater Johan en su lengua vernácula—plantea algo que resulta cuanto menos extraño: recorrer la helada e insólita senda del humor en el cine nórdico, un camino que el debutante en el mundo del largometraje Hallvar Witzø aborda con más ambición que acierto, aunque las buenas intenciones que caracterizan a su película merecen la pena.
Un factor, la pena, que marca las andanzas de su protagonista, Johan, al que todo el mundo odia, como si fuese una especie de tradición local establecida en el pequeño pueblo donde su familia se transmite un desafortunado legado, como si de una gélida onda expansiva se tratase.
TODO EL MUNDO ODIA A JOHAN.
EL EXTRAÑO VIKINGO.
Johan Grande (Pål Sverre Hagen), es un tipo excéntrico, bondadoso, incomprendido, fuerte emocional y físicamente, y condenado al rechazo por parte de un pueblo ya aislado de por sí, debido a la condición geográfica de la pequeña aldea noruega en la que se desarrolla la historia.
Durante la Segunda guerra mundial, los padres de Johan colaboran con un pequeño grupo de la resistencia ante los ataques del ejército alemán. Su afición desmedida por los explosivos sirve como arma, pues vuelan los puentes que comunican la aldea con el mundo exterior, pero en una de sus acciones de guerra, alteran los planes de la resistencia, lo que genera el desprecio y el odio por parte de sus vecinos, un odio que —como la afición por los explosivos de su familia—, se transmitirá al pequeño Johan, quien siendo todavía un niño asiste a la muerte de sus padres mientras intentan desactivar una mina de las tropas nazis.
Tras la desgraciada muerte de sus padres, Johan se traslada a vivir con sus tíos a un faro, aumentando considerablemente su aislamiento, y agravando a su vez las tremendas dificultades que Johan tiene para relacionarse socialmente.
Sin embargo, pese a su aislamiento social y emocional, Johan crece, y su bondadosa naturaleza se desarrolla pareja al amor que siente por Solvor (Ingrid Bolsø Berdal), una niña que comparte la soledad de Johan, corresponde su amor, y le sigue en su extraña afición por los explosivos, algo que pasa de la tierna afición infantil y el despertar sexual adolescente, a la tragedia al servicio de la comedia ácida que vuela su relación por los aires cuando, jugando con unos explosivos, el rostro y el cuerpo de Solvor quedan mutilados para siempre.
Este desgraciado acontecimiento condena a los dos protagonistas a la soledad, la frustración y el exilio.
Johan afianza el odio de sus vecinos y abandona el lugar en busca de un destino mejor, o al menos más bondadoso, y Solvor se recluye tras las paredes de su casa y el amargo resentimiento que comparte y alimenta con su madre.
Pero un día, mucho tiempo después, Johan volverá, iniciando un ciclo de continuas huidas y retornos en los que una serie de estrambóticos personajes e insólitas situaciones marcarán profundamente el eterno viaje hacia el Valhalla particular de este apacible y extraño vikingo, que no es otro que el amor.
Todo aquello que Hallvar Witzø plantea en su película juega con la tragicomedia, haciendo del desdichado destino de Johan la fuente de la que se nutre una comedia carente de complejos, dispuesta a contar la historia de los personajes de esta insólita búsqueda de la felicidad desde el ángulo más ácido posible.
Así, durante un prolongado primer acto, el humor negro juega su baza, cristalizando en cómicas muertes, torpes y absurdas situaciones que desembocan en horribles mutilaciones, y un odio generalizado hacia un tipo que se transforma a ojos del espectador de forma progresiva (pasa de ser un niño a un tímido gigante), pero conservando permanentemente una serie de características: su inocencia, su bondad, su afición por los explosivos y su búsqueda incesante del amor.
Ese ácido propósito se ve cumplido con suficiente habilidad en el primer tramo de la película —a pesar de ciertas concesiones a las formas Naíf y las «Comfort Movies», en las que la excesiva docilidad en el retrato de Johan y su relaciones hacen caer la película en algunas ocasiones—, pero concesiones edulcoradas aparte, la sombra de las comedias de Blake Edwards o incluso Jacques Tati en lo que a las relaciones sociales que padece la clásica figura del torpe como elemento subversivo en una sociedad anclada en la rutina y la bajeza, es lo bastante alargada como para hacer de esta visión nórdica del humor ante la infelicidad, un provechoso viaje hacia un Valhalla donde el premio al guerrero no es otro que el amor y la felicidad que se le negaron en vida.
Obviamente, la distancia entre la película de Witzø y las obras de gigantes como Edwards y Tati es infinita, pero su legado se ve plasmado en el personaje de Johan a través de una sólida interpretación de Pål Sverre Hagen y el eterno objeto de su deseo, Solvor, el amor de su vida, que al mismo tiempo se vio destruido por él mismo (como una extraña y moderna incursión en el mito de Frankenstein). Ese legado basta para mantener viva una película que muere lentamente a manos de su propia trampa durante un segundo acto que rinde las armas a una (ahora sí), excesiva inocencia que —aunque todavía se enfrenta a ciertos coletazos de humor ácido—, pierde fuelle con respecto a los acertados Gags que marcaron el inicio del camino.
Ya en su recta final, la película recupera algo de su fuerza perdida, y lo hace a base de incurrir en el melodrama equilibrado y bien ejecutado. Así, tras una estela de personajes y situaciones vitales que van cerrando el círculo y poniendo todo en su lugar, Johan, el vikingo más insólito que posiblemente haya visto el cine, se adentra una vez más en el mar, viajando en busca de la última explosión, aquella que lo llevará al Valhalla, a ese paraíso que ese guerrero de voluntad firme y corazón bondadoso siempre soñó con lograr.
Aunque todo el mundo odia a Johan, él logra alcanzar la paz. Lo cual, como esta película, no es poco. Es, de hecho, más de lo que parece. Solo hay que darle una oportunidad.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2023.