MONSTRUO. RASHOMON Y FAMILIA.
Monstruo (Kaibutsu en su lengua vernácula), supone una especie de cisma de Kore-eda Hirozaku —uno de los baluartes del cine japonés actual— con respecto a sus crónicas centradas exclusivamente en la familia.
A lo largo de su filmografía, Hirozaku ha creado excelentes y bonitas historias familiares que ahondan en el amor y la tristeza surgida de los acontecimientos vitales. Maboroshi no hikari (1995), Dare mo shiranai (Nadie sabe, 2004), Soshite chichi ni naru (De tal padre, tal hijo, 2013), Umimachi Diary (Nuestra hermana pequeña, 2015) y su obra más celebrada, Manbiki kazoku (Un asunto de familia, 2018) se ciñen a los aspectos familiares y sociales.
Pero hay matices sutiles en el cine de Hirozaku que adornan algunas de sus tramas con ciertas aproximaciones al fantástico. Wandafuru raifu (After Life, 1998) y Kûki ningyô (Air Doll, 2009) —además de su incursión directa en el terror con el episodio que dirigió para la serie de televisión Ayashiki bungô kaidan—, acercan a este cronista social y familiar a territorios que trascienden la condición humana.
En Monstruo, Hirozaku se centra en la familia y la sociedad, pero la mirada introspectiva que inspecciona de cerca la soledad y la tristeza permite percibir la sensación de algo invisible, pero capaz de ejercer cierta influencia fantástica en la película. Ese es el primer factor que aleja levemente a esta película de las maneras habituales del autor.
El otro factor, mucho más apreciable, es el legado que Rashomon, una de las obras maestras de Akira Kurosawa, aprovecha Hirozaku en beneficio del montaje y desarrollo de su trama.
Como en la gigantesca película del emperador cinematográfico, Monstruo cuenta una historia real desde varias ópticas que ofrecen diferentes versiones de la verdad, lo cual —entre otros factores que intervienen en el desenlace—, hace que la película de Hirozaku herede el halo misterioso que envuelve a Rashomon.
UNA CUESTIÓN POLIÉDRICA.
Como buen monstruo que se precie, la película de Hirozaku no muestra solo una cara, ni una sola versión de la verdad. Existe una sola realidad, pero muchas formas de contarla.
La historia de Saori (Sakura Andô), su hijo Minato (Soya Kurokawa), su amigo Yori (Hinata Hiiragi) y el profesor Hori (Eita Nagayama) transcurre entre dos puntos naturales diametralmente opuestos. Un incendio en medio de la ciudad y una lluvia torrencial que inunda el último refugio de la soledad dividida entre dos protagonistas, en medio de la naturaleza que invade un vestigio de la civilización artificial.
La trama de Monster es sencilla, pero se ramifica en diferentes versiones de un hecho y los silencios de los protagonistas que abren múltiples direcciones a seguir. Saori se da cuenta del extraño comportamiento de Minato, y tras fracasar en su primer intento por traspasar la barrera de incomunicación que el niño ha construido para sí mismo, comienza a investigar.
La primera versión de los hechos —que será el hilo conductor de la historia— señala al profesor Hori como culpable de una serie de maltratos que propician el extraño, cruel y solitario comportamiento de Minato.
Como haría un prisma con la luz, Monster descompone la realidad única en una serie de visiones acerca dos de las principales bases de la sociedad: la familia y la educación. Saori intenta estrechar lazos con Minato, y éste, sumido en un dolor confuso y frustrante, busca una vía de escape tanto para sus sentimientos buenos como para la ira del monstruo, que existe más allá de cualquier tipo de condena o intento de justificación a su maldad.
Minato establece vínculos con su amigo Yori que ningún representante de los estratos sociales puede atisbar, comprender y mucho menos destruir.
Ante la imposibilidad de llegar al verdadero corazón del monstruo que a ojos de la sociedad supondría la relación de amor y amistad entre Minato y Yori, Saori toma la senda por la que las falsas indicaciones de su hijo descomponen la realidad que el espectador contempla bajo el «Efecto Rashomon».
Así, Saori ataca al maestro; testigo de otra de las versiones de los hechos, que ahora caen en manos del protocolo académico, y éste descompone de nuevo la única verdad en una serie de farsas que eluden el corazón de Minato y la verdad que busca su madre, acorralándola con una masa de reverencias y evasivas oficiales que —como un monstruo— ataca, responsabiliza y devora al profesor Hori, expulsado del entramado social que lo sacrifica como maestro. Pero él corrige el rumbo y encamina sus pasos hacia la senda del héroe, ahora aliado de Saori en su busca de la encrucijada donde la fuerza del fuego y la tormenta unirán sus fuerzas naturales.
Allí, en esa Arcadia construida a medida en un artificio mimetizado con los poderes naturales, Minato y Yori invertirán a su favor el efecto poliédrico de la luz en descomposición, y muestran al espectador la única realidad en la que permanecerán siempre a salvo del monstruo.
Mientras, el último aliento de Ryuichi Sakamoto marca el ritmo de un nuevo himno de la alegría, que suena como una voz lejana a lo largo de la película.
Al fin y al cabo, Monstruo es un cuento sobre el fantasma de la felicidad, la única versión de la verdad realmente importante.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Julio 2024.