O CORNO. CORRE, BRUJA, CORRE.
Jaione Camborda y su película O corno son una gran noticia para el cine español, que como es bien sabido, tiene que luchar contra su propio público con una frecuencia considerable.
O corno es una película magnífica vista desde una óptica general, pero es cierto que también encontramos baches en el camino. Pero empecemos por el principio y los principios de la película, dos de las claves con las que Camborda mejor juega sus bazas.
El inicio y la dilatación del tiempo que reduce las palabras a un recurso casi innecesario es una maravillosa paradoja en lo que al guion se refiere.
Prácticamente sin palabras (de hecho, creo que si las hubiese eliminado completamente habría sido, si cabe, todavía mejor), una modesta secuencia de introducción capta prácticamente toda la esencia de la película, y no porque en su trayectoria postrera decaiga (a pesar de sus baches), sino porque la necesidad de la vida que se abre paso contrasta con el deseo de que aquello que ha de ocurrir no suceda.
O corno no comienza (ni lo hará en todo su desarrollo) exponiendo un parto como un acto exclusivamente deseado, hermoso y necesario para la continuidad del camino.
En esa secuencia encerrada sobre sí misma que maneja a la vez elementos de cercanía interior y lejanía exterior (la influencia del documentalisno poético de Artavazd Pelechian es más que patente), nada ocurre en una sola dirección, todo lo que el futuro inminente auspicia debe luchar contra el deseo vehemente por recuperar el pasado, un deseo que el inevitable dolor físico provoca.
En una sola habitación, Camborda convierte los minutos en infinito y el futuro esperado en pasado añorado. Y todo desde una óptica costumbrista que mediante unas interpretaciones (en su mayor parte), sutiles, certeras y sensibles, una ambientación y vestuario excelentes y una fotografía narrativa y hermosa hasta las últimas consecuencias, logran tensar la atención del espectador mientras la película mantiene la calma.
Pero aunque la película mantiene su pulso reposado, el corazón de la bruja que ha de empezar a correr no descansará hasta cruzar el río sin retorno que aguarda su llegada.
DE NUEVAS MEIGAS, WESTERNS Y RÍOS ESTIGIAS.
O corno es ante todo dos cosas: una película sobre la dualidad constante a la que las dudas nos condenan, y una especie de Western fronterizo deslocalizado en cuanto a geografía, época y género.
Tras cruzar la primera frontera y abrir camino más allá de esas cuatro paredes en las que la vida y la muerte, los deseos internos y las esperanzas externas lucharon entre sí, la película muestra la senda que recorrerá siempre en direcciones opuestas un personaje marcado física y emocionalmente.
María (Janet Novás) carga sobre su existencia el peso del mundo reducido a un entorno, a un pueblo que la necesita tanto como la repudia cuando los extremos se presentan.
María vive de los recursos del entorno, pero más allá de esa línea unidireccional, debe enfrentarse a la vida y la muerte cuando la situación personal de los habitantes que la rodean lo requieran, caminando siempre en dos direcciones, cruzando constantemente las fronteras entre el crimen y el castigo en base a unas normas sociales dictadas por fuerzas completamente ajenas a su vida y su voluntad.
O corno mezcla una cantidad considerable de elementos y obtiene una película espléndida dotada de narrativa y personalidad propias para contar la historia de una especie de fugitiva que tras caer en el abismo de uno de los dos extremos en los que su vida transcurre, se adentra en la noche que además de ampararla la conducirá a la frontera —esta vez física— por la que huir de la vida y la muerte que finalmente no quedarán tan atrás como el camino parece indicar.
Es decir, O corno cuenta en cierto modo la historia de la última meiga a través de un Western oculto en el misterio, la niebla y la oscuridad de los bosques del norte.
Siguiendo la línea de estos acontecimientos, cabría esperar de la película un ritmo si no frenético, sí considerablemente rápido, pero fiel a su carácter contradictorio, O corno deja que su pesada carga avance lentamente.
Así, la trama nos permite contemplar los escenarios (naturales y artificiales) por los que la contenida y maravillosa interpretación de Janet Novás nos revela lo que existe tras su mirada que lleva la tristeza y la sabiduría a cuestas en su camino hacia el río fronterizo que ha de cruzar.
O corno cuenta a su favor con una narrativa sensible y poderosa obtenida especialmente de las interpretaciones de Novás y algunos de los secundarios, de una fotografía hermosa y elocuente y de un guion a ratos preciso y de una sensibilidad paralizante (la secuencia de la taberna, cuando María cruza la mirada con su pasado y su futuro, o la frase con la que su nueva aliada sentencia todo lo que el río deja en la otra orilla son ejemplares), pero mentiría si dejase los escollos de este camino al margen.
Hay un intermedio, algunos subrayados, una decisión de la protagonista y una desviación forzosa del camino para alcanzar un final demasiado impuesto que suponen una serie de problemas.
Además de ciertas situaciones con respecto a los embarazos que se repiten y recalcan cierta información, la secuencia en la que Diego Anido se presenta no solo muestra una interpretación increíblemente pobre por su parte (algo que me sorprendió muchísimo, porque me parece un actor excelente), sino que pide a gritos una elipsis con la que resolver una duración totalmente innecesaria.
La decisión que toma María a lo largo de esa secuencia —especialmente al final—, contradice el perfil y el pasado de su personaje, y fuerza completamente la orientación de la película hacia un final que no concuerda en absoluto con la dureza de la historia; pues O corno cuenta con muchos y muy eficaces factores que hacen de la película algo bonito en la forma, pero no es una historia dócil.
Es dura como una pedrada que ha de sacudir (y sacude) todo lo que contiene.
Como en todas las grandes huidas que el cine ha retratado, la belleza debe rodear a los protagonistas, pero no debe forzar la dirección para obtener a la fuerza un final que lamentablemente se acerca más a la sensiblería que a la sensibilidad.
Una sensibilidad desbordante como ese río fronterizo que funciona a modo de Estigia moderna y divide la vida y la muerte que marcan la existencia de la última de las meigas.
O corno pone escollos en el camino, sí. ¿Pero qué pueden los males frente a las bondades que nos salen al paso?
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2024.