EL BOSQUE DEL LOBO. (PEDRO OLEA, 1970).

EL BOSQUE DEL LOBO.

BAJO LA LUNA NUEVA.

El bosque del lobo es un caso especialmente extraño dentro del cine español realizado al amparo del género de terror. Es extraño no solo por lo enrarecido de su atmósfera, sino por su condición fronteriza.

El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).

Los años setenta fueron fecundos en lo que a cine y revolución se refiere. El auge de los nuevos autores norteamericanos marcaría una época que hoy ya es un género cinematográfico en sí misma.

El fantástico y el terror no se mantuvieron al margen de las nuevas tendencias, y en España el género recogió el testigo de la década anterior, habitada por la irreverencia y arrojo característicos de la Serie B, para recorrer una nueva senda tenebrosa por la que caminan monstruos marcados en cierto sentido por el pesar y las tribulaciones, tan presentes en el cine de aires desesperanzados de aquellos días.

El Fantaterror no renunció a sus estandartes eróticos y violentos, que todavía ondeaban con esplendor, pero ciertos aires trágicos y realistas entraron por la ventana del templo del terror y el fantástico.

Así, tanto peso dramático como estrictamente terrorífico carga sobre sus hombros José Luis López Vázquez en la crónica social narrada en El bosque del lobo, una realidad perlada de misterio y fantasía, elementos de los que también se sirvieron en cierto modo autores tan relevantes para el cine español como Carlos Saura o Víctor Erice.

De hecho, el propio López Vázquez —figura ejemplar de un cine capaz de mirar a los ojos de los referentes europeos sin titubear, y a la par instrumento de un cine propagandístico— se vio encerrado en La cabina (Antonio Mercero, 1972), símbolo de la herencia que The Twilight Zone dejó para mayor gloria del género.

Pero el mítico actor no solo se adentró directamente en el horror urbano reducido al mínimo espacio de aquella cabina.

Las tribulaciones sociales, humanas y filosóficas que formaron la bruma del bosque del lobo, también adoptaron formas relativamente fantásticas —contempladas desde un prisma onírico— en la excepcional en todos los sentidos Mi querida señorita (Jaime de Armiñán, 1972), que a su vez entronca desde el punto de vista social, reivindicativo y fantástico con Odio mi cuerpo (León Klimovsky, 1974) y —en un sentido más filosófico y clásico— con Largo retorno (Pedro Lazaga, 1975).

López Vázquez es un extraño viajero en el gabinete de los horrores que fue el género durante los años setenta, en cuya línea fronteriza brilla la luz de esta nueva luna que marca la senda del bosque de un lobo más humano que nunca.

LA MALDITA FUERZA ELEMENTAL.

El bosque del lobo auspicia un relato sobre la licantropía, pero se aparta de los dominios que el hombre lobo encarnado por Paul Naschy  poseía en el reino del Fantaterror.

Olea no sigue la senda tradicional del humano marcado con el símbolo y la maldición de la bestia. En su bosque habitan seres malditos, sí, pero el infortunio con el que carga su protagonista entronca antes con la atmosfera insana, densa y enrarecida de La caza (Carlos Saura, 1966), El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973) o incluso la documentalista Lejos de los árboles (Jacinto Esteva, 1972) que con la idiosincrasia del Fantaterror.

El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).

A Pedro Olea —un director cercano al género tanto en el filme que nos ocupa como en La casa sin fronteras (1972), y siempre desde su faceta de autor sumergido en las profundidades sociales—, el proyecto de El bosque del lobo se le resistió desde el inicio, pues él pretendía rodar en blanco y negro, y la película estuvo a punto de acabar en manos de Juan Antonio Bardem, algo que evidentemente convencía más a Carlos Martínez Barbeito, autor de la novela original, El bosque de Ancines (1947).

Pero el destino —y el propio Bardem— se mostraron clementes con el cineasta, aunque éste debió ceder el protagonismo a López Vázquez (Olea quería a José María Prada), y rodar en color.

La película se había desviado de la ruta original planeada por Olea, pero una vez resueltas las concesiones y salvada una censura todavía lejos de debilitar su posición, el guionista Juan Antonio Porto y el director aunaron sus fuerzas para abordar la historia de Manuel Blanco Romasanta, un asesino en serie autor de varios crímenes en la Galicia del siglo XIX.

Romasanta eludió la pena de muerte gracias a ser el único caso documentado de licantropía clínica, e inspiró la novela de Barbeito, de la que a su vez surgió Benito Freire, el buhonero interpretado magistralmente por López Vázquez en la película que Olea abordó de una forma tan arriesgada como inteligente.

La película comienza declarando sus intenciones con firmeza.

Hay fuerzas primarias que dominan al personaje —un Benito Freire todavía en su infancia—, el instinto se desborda en los primeros compases de la función. Freire apenas resiste la fuerza bruta de un grupo de muchachos que le obligan a presenciar el apareamiento de dos caballos.

En su intento por zafarse de la visión, Benito cae, se hace una herida en la cara y tira una antorcha del establo sobre un montón de paja que comienza a arder. Uno de los adultos lo descubre y le golpea. Benito huye, pero en su camino cae de nuevo al suelo y se detiene. Observa su sangre y prueba su sabor. En poco menos que un mero acto de introducción a una película de estética casi documental, Olea muestra a un personaje que ha descubierto la violencia, el sexo, el fuego y la sangre. Ha descubierto todo aquello que la bestia desea.

El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).

Un plano estático sobre los ojos oscuros y extraños del muchacho da paso, mediante una acertada elipsis, a un plano sobre los ojos y el rostro agotado de López Vázquez, un adulto que malvive caminando por el interior del bosque, mendigando monedas a cambio de un trabajo como bestia de carga, y anhelando satisfacer ciertas pulsiones que no comprende, ya sean éstas naturales —como la necesidad de afecto y aquello que ocurre tras los secretos que guardan las cartas que traslada de un amante a otro sin saber siquiera reconocer las palabras que porta—, o ya sean las que surgen de su enfermedad, una maldición que nada tiene de sobrenatural, pero que sirve a Olea para convertir a López Vázquez en un lobo humano marcado por la desdicha.

El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).

El aspecto de la película resulta un tanto difuso —a pesar de contar con un gran trabajo de atrezzo y vestuario—, pues la fotografía no se adentra en los terrenos que las producciones anglosajonas y las fieles a los cánones del Fantaterror acostumbran a frecuentar.

Este bosque del lobo no resalta los colores ni acentúa el tono interior del bosque; de hecho, apenas muestra la noche. La película recurre a una estética neutra, propia del documental, y sin embargo la habilidad narrativa de Olea y las excelentes interpretaciones de López Vázquez, Amparo Soler Leal y Alfredo Mayo, siempre entregados a los silencios y secretos de sus personajes, hacen de la película un lienzo goyesco que retrata la condición primitiva que poco a poco devora a todos los personajes.

En su descenso hacia la profundidad ancestral del bosque y el retorno a una condición salvaje, Benito Freire intenta aplacar sus instintos mediante el crimen y una grotesca forma de comer carne, tierra y sangre.

El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).

Olea pone al lobo al servicio del hombre, pero lo encierra en la misma jaula que a los fenómenos de feria que llegan al pueblo: enanos, forzudas…, hasta un predicador extranjero que deambula por la tierra y acompaña a Freire hacia el lugar de sus secretos —el guiño a La parada de los monstruos (Freaks, Tod Browning, 1932) resulta de lo más acertado—, y después, cuando el lobo se alimenta de aquello que brota de la tierra, la carne y la sangre del hombre en las profundidades primitivas del bosque —Freire solo mata mujeres y niñas—, Olea al fin concede algo de terreno al fantástico y sus criaturas, esbozando la silueta efímera de una bruja.

Aunque hambriento de instintos como un lobo, Benito Freire es un hombre cercado de enemigos embrutecidos por la superstición —resultan muy relevantes en ese sentido las caracterizaciones de Víctor Israel y Frank Braña—; un hombre que ha de salir del bosque para someterse a la luz de la superstición y su manera de aplicar justicia.

El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).

El bosque del lobo es un excepcional documento del Fantaterror, un género que a lo largo de la década logró consolidar el camino iniciado en los sesenta, tanto por los «veteranos» como Jess Franco, Paul Naschy o Ibáñez Serrador, como por los nuevos nombres que —aun aceptando la naturaleza inconformista de la época— plegaron sus películas a los cánones del terror, obteniendo unos resultados que oscilan entre las películas simplemente aceptables y títulos absolutamente reivindicables que, pese a tener en contra unos recursos de producción ínfimos y esa sombra siempre cernida sobre el género en forma de devaneos pseudo eróticos propios del destape, lograron establecerse como lugares de peregrinación para los adeptos al género.

El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).
El bosque del lobo. (Amboto P.C. 1970).

El bosque del lobo es un magnífico cuento de terror costumbrista narrado en la frontera bajo la luz de una luna totalmente nueva.

https://ver.flixole.com/watch/90085b1e-1356-4363-b547-c0f0fdd4d5d7

Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES

David Salgado.

©24 sombras por segundo. Octubre 2024.

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