THE LEGEND OF HELL HOUSE. CLAYTON-FRANKLIN, JACKSON-WISE, MATHESON-HOUGH-FRANKLIN.
The Legend of Hell House es una obra descomunal tanto en el cine de terror en general como en lo que atañe exclusivamente al universo de las casas encantadas.

Esta película es inmensa, sin embargo los secretos que habitan en The Legend of Hell House no nacieron en el seno de la mansión en la que la alianza entre el director John Hough, el escritor y guionista Richard Matheson y la actriz Pamela Franklin invocó al mal de una nueva y sugerente forma que habría de sentar futuras bases en esta rama del género.
Al margen de su remota y fructífera vinculación con la literatura, la historia de las casas encantadas es tan larga como la del propio cine. El misterio inherente a estos templos del terror también está presente en la vida real, pues ya en 1897, el ilusionista y cineasta George Albert Smith (uno de los pioneros en la experimentación con el color) filmó The Haunted Castle, una obra oficialmente perdida y polémicamente situada entre dos títulos de George Méliès, Le Manoir du diable (1896) y Le Château hanté (1897) que suele confundirse con la película perdida del pionero británico.
El camino iniciado entre Francia e Inglaterra también dio sus primeros pasos en España de mano de Segundo de Chomón en La maison hantée (1906), aunque lo cierto es que la película se rodó en Francia bajo el sello Pathé Frères.
Así comenzó un camino para las casas embrujadas tan largo como para recorrer todo el siglo XX, que ha visto numerosas versiones originales y Remakes, en todas las décadas, países y contextos sociales e históricos, a través de varias corrientes y épocas cinematográficas.
Desde la herencia directa del terror primigenio nacido del ilusionismo y las sombras expresionistas, las paredes de estas mansiones han visto de todo.
Se han adaptado al terror anglosajón mezclado con el melodrama y la comedia propios de Lewis Allen y J.L. Mankiewicz en The Uninvited y The Unseen (Allen, 1944 y 1945) y El fantasma y la señora Muir (Mankiewicz, 1947) y han sido objeto de la Serie B entregada a los trucos de William Castle en House of Haunted Hill (1959) y 13 fantasmas (1960).
Se han impregnado del descontento que impregnó los años sesenta y la irreverencia salvaje de los setenta, han sido una puerta de entrada para el Exploitation de los 80, y han llegado al siglo XXI para resucitar con una fuerza totalmente inesperada a manos de James Wan y sus dos primera entregas de la saga Expediente Warren, The Conjuring (2013) y The Enfield Poltergeist (2016).
Pero son esas dos décadas —los sesenta y setenta— que tan arraigadas estuvieron al desencanto, la desesperación y la irreverencia con respecto a ciertas tradiciones cinematográficas, de las que surge The Legend of Hell House. En 1961, Jack Clayton llevó donde no habían estado jamás los preceptos de las mansiones encantadas con The Innocents, que establece la conexión Clayton- Pamela Franklin.
En 1963, Robert Wise se hizo con parte de la locura y el deseo de la película de Clayton, y convirtió la novela de Shirley Jackson en un corazón de las tinieblas que late para alimentar a los desamparados que viven eternamente en sus laberintos internos. Así, en The Haunting encontramos la conexión Jackson-Wise.
Diez años después, en la misma Inglaterra que vio como en solo una década se habían llevado a cabo las que hasta la fecha eran las mejores películas que habían escudriñado semejantes interiores, nació The Legend of Hell House para mostrar la casa y sus poderes de una forma mucho más irreverente, directa y arriesgada que sus dos inmensas antecesoras.


Así, cerrando el círculo maldito para la actriz, surgió la conexión Matheson-Hough-Franklin. Así, surgió la leyenda de la casa del infierno, el tercer miembro del triunvirato de las casas encantadas.
FEAR, SCIENCE & DESIRE.
The Legend of Hell House alberga tras sus muros propios del cuento de terror tradicional un sinfín de conceptos revolucionarios, como no podía ser de otra forma en el cine de los años setenta que —aún no siendo en este caso estadounidense—, se adapta perfectamente a la filosofía renovadora de aquella época.
El esquema de la película —tanto en su premisa como en el desarrollo, la naturaleza de la casa y el perfil de los personajes— traza una línea paralela a la marcada por The Haunting, y se hace con algunas de los deseos que laten en The Innocents, pero (aun siendo John Hough un director excelente pero muy alejado de las magnitudes de Clayton y Wise), en este caso logra establecer una distancia suficiente como para hacer de su película una pieza magistral con plena personalidad propia.
Hough es un gran director que ha demostrado en varias ocasiones su oficio para manejar producciones de presupuestos modestos llevando los elementos clave de las historias más allá de sus límites habituales. Pero en esta ocasión no contó solo con su fuerza para medirse con los gigantes y salir no solo airoso, sino en muchos aspectos, victorioso.
En 1971, Richard Matheson recogió el testigo que Shirley Jackson dejó en su novela The Haunting of Hill House (1959) y con su novela Hell House llevó la historia y los personajes iniciales a nuevas dimensiones en las que los sentimientos ceden su protagonismo a una perfecta combinación entre ciencia, miedo y deseo. En The Haunting según Jackson y Wise existen estos factores, pero todo se supedita a la inmensa tristeza. Matheson abre nuevas puertas, y todo aquello que un día fue una leve insinuación ahora se muestra abiertamente.
Matheson adaptó su propia novela para el guion de esta película, en la que declaró abiertamente sus intenciones. Sin embargo se vio obligado a rebajar considerablemente el contenido sexual de la novela y trasladar la acción de Maine a Inglaterra, con la notoria adopción de sus costumbres; de ahí la mezcla entre la furia imperante en los Estados Unidos de la época y las formas británicas adoptadas de la Hammer, Amicus y compañía —no es en absoluto casualidad que James H. Nicholson asumiese la producción—, cuya mítica «sensualidad gótica» sirvió por completo a los muy notorios propósitos sensuales de Matheson.
Tras la cita en los créditos iniciales del clarividente ficticio Tom Corbett, que sirve a modo de introducción en la película de las convicciones personales de Matheson con respecto a las fuerzas sobrenaturales, la alianza entre el escritor y Hough se hace tan patente como el extraordinario dominio del lenguaje cinematográfico del director, que se muestra abiertamente en el primero de los planos contrapicados, derivados en situaciones en las que se enfrentan las miradas de los personajes, para —tal y como ocurre en esta secuencia inicial, que muy a propósito es la única que transcurre fuera del terreno físico de la casa— trazar diferentes líneas de fuga que la atención del espectador puede seguir.
Hough abre con un contrapicado, baja lentamente la cámara y —sin abandonar completamente el tipo de plano— descubre la presencia de Ann Barrett (Gayle Hunnicutt) y su esposo, el Dr. Lionel Barrett (Clive Revill). Sin decir ni una palabra, solo mediante las interpretaciones totalmente volcadas al servicio de un curioso ejemplo de «Blocking estático», solo con una serie de miradas de Anne a Lionel la narrativa se hace con todo.
Hough sigue a Anne, ella descubre la presencia de Lionel, coordina el movimiento que realiza para sentarse con una mirada a la cara de Lionel, a la que él no reacciona hasta que ella desvía la mirada hacia la posición que ocupan las manos de Lionel, invisibles para el espectador por estar fuera de cuadro. Sin mover la cabeza, trazando el eje que une a los personajes con la mirada, Ann provoca en Lionel una reacción, él mira su reloj y ella desvía la mirada en la misma dirección. Él mantiene su posición, ella mira hacia dos puntos distintos del techo que habíamos visto en el contrapicado (o directamente un plano nadir), y cuando la silueta situada en la fuga diagonal al fondo de la estancia sale de su zona fuera de foco llamando al Dr. Barrett, Ann y Lionel giran sus cabezas hacia el origen de la voz trazando una diagonal perfecta que cruza el plano desde la parte superior derecha hasta la inferior izquierda del cuadro, creando una perspectiva impecable. La secuencia muestra un par de reacciones cruzadas entre la pareja, Lionel se levanta y camina hacia el punto de fuga, y Hough cambia de secuencia para volver al contrapicado de presentación.
Toda esta narrativa desbordante carente de palabras se ve envuelta por una de las armas más poderosas de la película: la extraña e hipnótica música de Delia Derbyshire, Brian Hodgson y Dudley Simpson, una presencia que impregna la película y que podría describirse como el sonido de un ectoplasma, o como el sonido del deseo de un ectoplasma, más bien.
Tras esa secuencia magistral vemos a Mr. Deutsch (Roland Culver), el millonario que contratará al grupo que ha de investigar la casa, y Hough juega de nuevo con las perspectivas, la cámara y la posición en plano de los personajes. Dos secuencias, apenas un minuto y medio de metraje y ni una palabra. Prácticamente todo aquello que hace de The Legend of Hell House una obra maestra está por llegar, y John Hough ya ha dejado una muestra asombrosa de su dominio de la narrativa cinematográfica. Pocas cosas hay más injustas que el haber condenado a Hough al olvido.
Después, a modo del fuego y la palabra, el maravilloso y salvaje texto de Matheson irrumpe en la escena y ya no abandonará esta película magistral, que no ha hecho más que insinuar el juego y ya se muestra como algo arrebatador. Mr. Deutsch —trasunto de uno de tantos Mad Doctors en pos del siguiente paso tras muerte que la ficción ha dado— contrata al Dr. Barrett para investigar la Casa del infierno, acompañado de su esposa Ann, la médium Florence Tanner (Pamela Franklin) y el único superviviente de la anterior incursión en la casa, Ben Fischer (Roddy McDowall).
Mr. Deutsch contrata al equipo de investigadores para probar la «supervivencia tras la muerte» en la Casa Belasco, una antigua mansión heredada por el linaje de Emeric Belasco (Michael Gough) y su hijo Daniel, ambos muertos en la casa. Mediante una serie de planos y frases breves, Hough y Matheson continuan dando muestras de su inmenso talento, y de una forma frugal muestra con plana elocuencia la distancia, frustración e incapacidad para la comunicación entre Ann y el Dr. Barrett, el delicado y polémico estado mental de Ben Fischer, y la aparente candidez y delicadeza de Florence, en manos de Pamela Franklin, quien tiende el puente interpretativo entre su personaje infantil en The Innocents y esta médium dispuesta a explorar los territorios del miedo, la fe, la ciencia y el deseo.
Una vez reclutados todos los miembros del equipo que ha de cruzar el umbral entre la ciencia y el sueño a lo largo de la semana previa a Navidad (la acción transcurre entre el 17 y el 24 de diciembre), Hough y Matheson invocan de nuevo el legado de The Haunting, y en una secuencia de una belleza asombrosa, entre niebla, música extraña y —de nuevo— una arriesgada y magnífica narrativa a base de planos contrapicados, la casa y los miembros del equipo se sitúan frente a frente.




Los tardíos y sobrios títulos de crédito acompañan a los personajes en su entrada, y tras las puertas de la mansión, el divertimento de Emeric y Daniel Belasco con las tristezas, miedos y deseos de los protagonistas da paso a una constante disputa entre la razón y la emoción.
La trama de Matheson —situándose él mismo a favor de las fuerzas sobrenaturales— divide al grupo antes de entrar, y la casa, dividida a su vez en dos espectros, Emeric, una especie de Mago de Oz sádico, ladino y cruel que encierra un vergonzoso secreto tras el sobrenombre con el que fue conocido en vida, el Gigante rugiente, y su hijo Daniel, sentenciado de forma terrible por su padre tanto en vida como tras la muerte, dominio reservado para las fuerzas que se comunican, atacan, seducen y matan a todos aquellos que se han atrevido a cruzar el umbral.
Así, se establecen diferentes relaciones.
El Dr. Barrett es la némesis absoluta de Emeric Belasco, hasta el punto de introducir una máquina en la casa que polariza las energías, algo con lo que pretende demostrar que el poder sobrenatural no es más que una serie de fuerzas físicas todavía por descubrir, una teoría que mantendrá incluso frente a las manifestaciones visuales y emocionales de la casa con respecto al resto del equipo.









Ann, atrapada entre sus deseos y el fracaso de su relación con Lionel, de la que solo queda el silencio y la incapacidad para sentir pasión, cae en manos de la casa y su insaciable deseo sexual, que Hough pone de manifiesto con las sugerentes formas que decoran las casa, y mediante la evidente posesión de los espíritus (siempre crueles y burlones) de los Belasco, que rinden a Anne ante sus propios secretos.




En el otro lado, Florence inicia una relación de «amor-posesión-deseo-odio» con las dos partes de la casa, que no solo lleva a Pamela Franklin a un maravilloso paroxismo interpretativo, sino que obliga al personaje a enfrentarse con la crueldad de Emeric, el escepticismo de Lionel, la necesidad de sexo, amor y venganza de Daniel —con quien establece la relación mutua definitiva—, y la posición intermedia que ocupa Ben Fischer que, a la postre y tras servir como diversión a todas las fuerzas de la casa, será la vía por la que se resuelva la maldición.









Uno a uno, los terribles secretos de la casa son revelados mediante posesiones, deseos y un sinfín de poderes que Hough, como el excelente director que aquí pudo demostrar que es, utiliza con plena eficacia y ningún efectismo, totalmente entregado al espíritu con el que Matheson infestó esta casa en la que un gato negro poseído por el dolor y la ira de un espíritu, seduce y se enamora de una médium dispuesta a salvarlo, desearlo, amarlo y demostrar a un científico atrapado en su máquina de la razón que, el la casa del infierno que oculta capillas, cadáveres emparedados y encadenados, el deseo y el afecto pueden hacerse visibles y tangibles en forma de heridas y esa sangre y sudor que impregna los sueños de los visitantes al más allá.






Ann y Florence han visto y sentido en sus rostros perlados de sudor y deseo lo que Belasco guarda más allá de los límites de la realidad. Ben Fischer y Lionel Barrett han luchado y vencido a la muerte, revelando la muy humana y nada sobrenatural causa de la ira de Emeric Belasco. Y Mr. Deutsch, mecenas de esta expedición entre la vida y la posibilidad de burlar a la muerte, obtendrá la respuesta a sus preguntas, después de todo.
Después del terrible precio que La leyenda de la casa del infierno, esa sepultada obra maestra de la narrativa cinematográfica, haya cobrado a favor del cuento de terror sobre la que bien podría ser la reina de las casas encantadas.
Película disponible en este ENLACE:
https://ok.ru/video/2944491326119
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2025.
