CORAZONES EN TINIEBLAS.
Considerar a Lord Jim solo como una más de las numerosas películas sujetas a las normas del cine clásico de aventuras, es un error. Considerarla como una mera adaptación de una de las novelas de Joseph Conrad, es directamente imposible.
Desde sus inicios como guionista en títulos tan relevantes como The Killers (Robert Siodmack, 1947) Fuerza bruta (Jules Dassin, 1947) o Cayo largo (John Huston, 1948) Richard Brooks mostró claros indicios del rasgo más distintivo de su cine: la profunda contradicción existencial, la culpa y los introspectivos conflictos psicológicos que persiguen y castigan a personajes pocas veces realmente culpables y casi siempre inocentes, o al menos, no merecedores de la suerte a la que el destino -y sus propias personalidades- los condena.
No es por casualidad que gran parte del genio y sensible oficio de Brooks brote de su íntima relación con la literatura. Basta con un breve repaso a su filmografía para ver en pantalla nombres de la talla de Dostoievski, Capote, Tennessee Williams, Scott Fitzgerald…
Teniendo esto en cuenta, y partiendo de una base tan sólida e imprescindible en lo que a la naturaleza del ser humano se refiere como fue la literatura de Conrad, es imposible reducir la unión de dos gigantes como el escritor y Brooks a una eficaz película de aventuras.
Lord Jim es un profundo y doloroso laberinto donde los personajes someten sus corazones al reino de las tinieblas. Es, ante todo, un extremo acto de arrepentimiento.
LORD JIM. LA SENDA TENEBROSA, POR RICHARD BROOKS.
Si bien es cierto que la fascinante visión que de la novela de Conrad, El corazón de las tinieblas, supuso Apocalypse Now, es un mérito indiscutible de Coppola, también lo es que Brooks fue un precursor en general de la explosión del cine norteamericano de la década de los setenta, y que -muy concretamente- su visión de Conrad alimentó la de Coppola.
Es decir, el protagonista de Coppola que fue condenado a recorrer un río de tinieblas por sus pecados, tuvo un significativo y muy considerable preámbulo en la senda tenebrosa sobre el mar envuelto en la niebla con la que Brooks abrió su película.
«Para saber la edad de la tierra, mira el mar en una tormenta». Una tempestad nocturna iluminada por un rayo terrible que muestra un barco sometido al poder del mar, presta oídos a un narrador invisible que cita a Conrad, abriendo la película con una frase que es más una sentencia que una afirmación.
Justo a continuación, el misterioso narrador formula una pregunta que no admite respuesta: «Pero, ¿qué tormenta puede revelar el corazón de un hombre?» Obviamente, Lord Jim no es solo una película de aventuras.
Como el hábil e inteligente hombre de cine que era, Richard Brooks revistió con gran acierto su profunda y atormentada historia con el atractivo del cine de aventuras y la épica que en la década de los sesenta vivía una nueva edad dorada.
En ese sentido, las andanzas de Lord Jim y la estructura de sus primeros compases militan en el tipo de cine que atrapa al espectador en su butaca durante más de dos horas de metraje, tiempo que se le hará corto para el sinfín de emociones y exóticas peripecias que el mayor espectáculo del mundo reserva para el público. Sin embargo, Brooks trató la épica cinematográfica de la misma forma que el rey en aquellos días: David Lean.
El titánico artífice de la aventura introspectiva alimentó gran parte de la incursión de Brooks en este vasto terreno. Tras la inquietante y filosófica introducción, Lord Jim presenta la situación y el carácter de sus personajes con un aspecto visual y narrativo significativamente similar al del tipo que dio rostro cinematográfico a Lawrence de Arabia.
Es ese precisamente el otro punto donde Lean y Brooks convergen: en su protagonista. Lean iluminó el desierto y la figura de T.H. Lawrence mediante la mirada azul de Peter O’Toole. Brooks utilizó el mismo recurso para la gélida y desesperada tortura a la que Lord Jim se somete a sí mismo sin piedad.
La película de Brooks se alza en base a un trío imbatible: Peter O’Toole, Eli Walach y James Mason. Este triunvirato maravilloso sostiene en un duelo constante a tres bandas la verdadera naturaleza de la aventura de Lord Jim. Desde el inicio mismo, Brooks plantea la historia de forma trágica.
Poco después de graduarse como oficial de la marina, Jim (O’Toole) se ve envuelto en un trágico suceso a bordo del Patna, un barco que transporta hacinados en la bodega a un grupo de peregrinos musulmanes en su viaje a La Meca. Durante la tormenta que abre la película, el barco se va a pique, y tras sufrir una encrucijada emocional, Jim abandona el barco junto a su tripulación, abandonando a los pasajeros a su suerte. Poco después, creyéndose a salvo, descubren que el barco fue rescatado antes de hundirse.
Tras las secuencias del barco -mostradas por Brooks mediante una tétrica y magnífica puesta en escena- el narrador informa al público de las ilusiones y atormentadas culpas de Jim, perfilando su contradictoria figura, para -una vez que el barco regresa de la muerte, forzando la conciencia de Jim y obligándolo a entregarse- desparecer, dejando al héroe solo ante las nuevas y desgraciadas circunstancias.
Brooks divide con gran acierto la película en dos fases. La primera a modo de presentación en un mar envuelto en la niebla y la oscuridad.
La segunda, impregnada del calor sucio y agobiante de la tierra en la que Jim deberá enfrentarse a sí mismo, cargar con la losa de su culpabilidad, y, deambulando entre escasos personajes honestos que luchan contra un mundo hostil y decadente -en este aspecto es donde Brooks muestra más claramente su anticipada conexión con el cine norteamericano de los años setenta- se enfrentará a dos de los mejores villanos que el cine haya visto jamás.
Las interpretaciones, asimilación de la sucia y degenerada naturaleza de sus personajes, y el trabajo de dirección entre Brooks y Eli Wallach y James Mason, ponen de manifiesto la inteligencia y sensibilidad oculta tras la capa aventurera que envuelve a Lord Jim en su odisea particular en busca de la paz. Pues de eso se trata en realidad en la película: de la más imposible de todas las huidas.
En un momento de la película, uno de los personajes otorga a Jim algo que ni tiene, ni cree merecer: humanidad, honradez y valor. En ese instante -plasmado por uno de los incontables méritos de un guion portentoso- Jim asciende de categoría, dejando atrás la suciedad densa que impregna los cuerpos de sus enemigos y el sudor que baña su propio cuerpo con lo que parece ser la materialización de sus pecados. Durante una breve tregua, Jim se convierte en un «Tuan, un hombre valiente. Un hombre que hay que respetar».
Así, Brooks rompe la línea que divide al héroe y el villano, concediendo un efímero momento de paz a O’Toole, quien a pesar de seguir prisionero de una red de conversaciones filosóficas y profundamente existenciales con sus dos enemigos, dos villanos sin escrúpulos que Brooks retrata de forma fascinante, mezclando la inteligencia y elocuencia propias de un Moriarty con la bajeza sucia -visible tanto física como emocionalmente- de un par de mercenarios sin más objetivo que la fortuna rápida.
Tras recorrer la senda tenebrosa y huir de sí mismo, O’Toole alcanza lo que podría definirse como el paroxismo de su misión, de su atormentada existencia entre el bien y el mal. Finalmente, y tras una breve y débil ilusión de paz emocional, Jim comprende que su existencia solo admitirá un pago, una sola moneda de cambio: su propia vida.
Brooks cierra el círculo, y tras ofrecer a Jim la redención mediante un extremo acto de arrepentimiento, devuelve su cuerpo al mar en el que todo empezó. Pero con una diferencia: la niebla que envolvía la tempestad azul como el aliento de un monstruo se ha disipado. El corazón de las tinieblas ha dejado de latir, y Lord Jim, como un héroe artúrico, con el azul gélido de sus ojos cerrado para siempre, se adentra en la cálida puesta de sol.
Lord Jim es mucho más que una película de aventuras.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Agosto de 2022.