EL ARTE DE LA MENTIRA.
Si la visión que Miloš Forman presentó en Amadeus de una figura tan decisiva y trascendental para la humanidad como fue Wolfgang Amadeus Mozart necesitase una excusa, habría que buscarla en otro pilar de la cultura universal.
Decía el gigantesco escritor Alexandre Dumas que violaba la historia, sí, pero le hacía bellas criaturas. La película de Forman sigue el mismo principio, manipula la verdad y lleva a su terreno las figuras de Mozart y Salieri, pero la distorsión de la realidad por parte del autor solo responde al espíritu más cinematográfico de todos: el arte de la mentira.
Amadeus según Forman miente, sí, y deforma la realidad aun más que las aproximaciones al mítico compositor que desde la ficción hicieron gigantes como Pushkin, Rimski-Kórsakov, Joseph Losey o Ingmar Bergman.
Los detractores de la película atacan desde un punto de vista especialmente purista la falsa relación entre Mozart y Salieri, el perfil que se muestra del compositor italiano, y la burla que — según sostienen los severos centinelas de la verdad— se hace de la personalidad de Mozart. Sin embargo, es precisamente esta manipulación de la realidad la base sobre la que la película se alza hasta alcanzar la cima.
Amadeus es ante todo un derroche de teatralidad y excesos trágicos, tétricos y operísticos. Todo responde a una hermosa hipérbole, todo es gigantesco y doloroso. Como en la ópera, como en la mente de los genios que iluminan con sus sombras interiores el camino de la humanidad, no existe el término medio.
Amadeus, igual que el arte en general, es mentira. Una mentira grandiosa en la que la verdad no tiene importancia.
AMADEUS.
CONDENADOS AL FUEGO ETERNO.
Partiendo de su propia obra de teatro escrita en 1979, Peter Shaffer elaboró junto a Forman un guion tan magnífico como alejado de la verdad en lo que al dúo protagonista se refiere. Sin embargo, la maravillosa fantasía construida por Forman sí retrata gran parte de las realidades imperantes durante los días en que el siglo de las luces daría el golpe que sacudió Europa.
Amadeus es excesiva y épica en todos sus aspectos, las tres horas de metraje de la versión íntegra plasman mediante su magnífico diseño de producción, maquillaje, peluquería, vestuario y atrezzo, la esencia de la opulenta y pomposa forma de vida en los imperios, reinados y esferas religiosas del siglo XVIII. El evidente derroche realizado por la productora de Saul Zaent sirvió a Forman para abordar la realidad desde su fantasía, desde una óptica tan sutilmente crítica como hábilmente puesta al servicio de la ficción.
Pero realidades históricas aparte, Amadeus basa su enorme fuerza en la oscura fantasía, en un cuento narrado de forma tétrica, cercana a veces al terror. La Viena que Forman muestra en la película se aleja de la luz, sus calles estrechas de piedras tristes y ancianas contemplan revestidas de nieve el tránsito lento y mortecino de sus habitantes y el caminar errático de un Mozart retratado como un prófugo de la muerte, de ese ángel oscuro que Forman extrae de Don Giovanni y transforma en el espectro del padre de Mozart.
Todo en Amadeus sirve a los magníficos propósitos de la teatralidad y la afectada tragedia de la ópera. Todo se rinde a los dictados de la música y la torturada mente de los genios que viven atrapados en ese fuego que nunca cesa. Ese es otro de los mayores aciertos narrativos de la gran ópera de Miloš Forman.
La música aliada con la narrativa cinematográfica lleva la película al infinito. Forman lo escenifica todo a través de la música del compositor que voló un futuro que jamás vería por los aires. Las pasiones humanas entre bastidores, las ficticias conspiraciones de Salieri y sus secuaces, la estulticia imperial y cortesana, y ante todo, el genio sin parangón de Mozart.
El fuego que consume a las grandes mentes se muestra en Amadeus mediante una narrativa meridianamente clara como incluso en sus obras más entregadas a la inocente fantasía –La flauta mágica es en realidad mucho más de lo que parece-, pues Mozart vive envuelto en una terrible y agónica oscuridad.
Todo tiene un halo de tristeza y pesadumbre en Amadeus. Incluso las secuencias que representan las óperas más grandilocuentes y coloristas, hasta esos días de gloria imperial, respiran un aire denso que anticipa el descenso a los infiernos de los nuevos Dante y Virgilio en forma de Mozart y Salieri. Esa es la piedra filosofal de la fantasía de Forman: la oscuridad.
La muerte ronda a Mozart en su biografía apócrifa. La figura terrible de su padre lo atormenta en vida, y desde la muerte lo acompaña en sus delirios nocturnos, cuando la luz tenue de las velas dibuja sombras y fantasmas en las paredes que encierran y contemplan las creaciones del genio.
En el tramo final de la película, Forman prescinde totalmente de la escasa sutileza que había empleado hasta entonces. La música crece imparable y acompaña la danza macabra de Mozart entre el fuego y las sombras, cuando de pronto, la figura de su padre muerto, el espectro de Don Giovanni raptado de la ópera por el cine de Forman, se alza como una sombra terrible y trágica, golpeando amparado por su máscara el atormentado espíritu de su hijo.
Pero como todo en Amadeus, es una maravillosa mentira. Salieri nunca fue el enmascarado misterioso que encargó el Réquiem, Mozart no enloqueció jamás y Don Giovanni nunca regresó de la tumba. Sin embargo, todo eso no tiene importancia. La fantasía con la que Forman transformó la historia en una ópera negra y enmascaró la Viena del siglo XVIII con el misterio de la Venecia del XVII, tiene toda la importancia imaginable.
Tras este crescendo dramático, Forman lanza el golpe definitivo. El último aliento de Amadeus deja sin respiración al espectador. La belleza de su agonía es tan poderosa que provoca la nuestra. Además de mostrar la lluvia más hermosa que he visto nunca, el réquiem filmado de Mozart recoge la esencia de la historia que nos cuenta Miloš Forman. Y lo hace en un solo plano.
Ese plano refleja toda la admiración, el odio, la envidia, la frustración, el dolor, la tristeza y el amor que fue capaz de generar quien, desde una acertada mirada subjetiva, observa por última vez a quienes orquestaron su existencia mientras se aleja para echar por tierra tanto su cadáver como las intenciones de aquellos que pretendían derrotarlo.
Nadie dice ni una palabra, no hay motivos para hacerlo. Lo único que suena es la lluvia y su música, la cual también será a partir de ese momento un sonido universal. Salieri pierde cuando ya no pretendía ganar. Ese será su castigo. Y ese es para mí el final de la película.
Justo antes de esa maravillosa despedida, recurriendo a su último aliento, Mozart le pregunta a Salieri si cree en la existencia de un fuego que jamás se extingue, que nos consume eternamente.
Salieri asiente porque no solo lo cree, lo tiene delante y le ayuda a crear su última obra. Algo que, como todo en Amadeus, supone una maravillosa mentira al servicio de la película.
En ese momento comienza el castigo por su crimen. Ya no puede odiar a Mozart, ya no puede sentir envidia, no puede hacer otra cosa que reconocer el genio del cuerpo moribundo que yace frente a él, y como un enfermo que convive con la muerte durante sus últimos días, abandona el rechazo y lo acepta, pues como él mismo ha dicho en su respuesta, sí cree en la existencia de un fuego que jamás se extingue.
Así, aun sabiendo que no puede derrotarlo, se une a él.
Salieri es de uno de esos tipos a los que en las versiones fantásticas de la realidad les toca perder.
https://m.ok.ru/video/1347530918616
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Julio de 2022.