EL APARTAMENTO. LA MALDITA LLAVE DE LA INFELICIDAD.
La década de los sesenta empezó su especie de ciclo cinematográfico dedicado al desencanto desde la cima. Billy Wilder nos contó lo que ocurría en El apartamento como lo siempre lo hizo. Riendo ante la tragedia.
La carrera contra el infortunio, la soledad y el destino en manos de los mismos cabrones egoístas y manipuladores de siempre que los maravillosos Shirley MacLaine y Jack Lemmon emprenden en El apartamento, es una obra maestra sin rival.
Lo es por varios motivos: el guión surgido de las siempre magníficas colaboraciones entre Wilder y I.A.L. Diamond, no deja prácticamente ningún aspecto de la supuesta era del progreso sin golpear.
El inicio de la película con ese plano general de la poderosa corporación, la presentación de Jack Lemmon de su personaje y el avance de la secuencia al ritmo de la excepcional y medida música de Adolph Deutsch, despejan cualquier duda desde el primer minuto.
El reparto -tanto los protagonistas como los secundarios- supone la entrega a la causa hecha cine, y la estupenda y narrativa fotografía de Joseph LaShelle acompaña en todo momento los estados de ánimo de los protagonistas.
Todo transcurre en El apartamento con una precisión impecable, todo encaja a la perfección. Wilder no deja que ninguna situación trágica se prolongue demasiado como para quitarle el turno a la comedia. Sabe perfectamente donde está el límite dramático, con Wilder, la comedia siempre llega a tiempo.
De hecho, esa es una de las principales habilidades y características del cine de Wilder. Cambiar el tono de la película completamente, pasar de un género aparentemente dominante a otro totalmente opuesto.
En esta película en concreto, ese cambio de tercio llega a su punto álgido en el mejor momento: el final.
“DID YOU HEAR WHAT I SAID? I LOVE YOU, MISS KUBELIK.” “SHUT UP AND DEAL.” THE END.
El apartamento tiene uno de los mejores finales de fiesta que veremos jamás, y es que Billy Wilder, aquel alumno aventajado de Lubitsch, listo como un zorro y hábil para contentar a todo dios al mismo tiempo que repartía hostias de las que siempre salió impune, nos lleva a una de las cimas más altas en cuanto a guión se refiere.
Con la ayuda de la grandeza y la maravillosa complicidad entre Shirley MacLaine y Jack Lemmon, asistimos sencillamente a la lección definitiva de como cerrar una historia.
Como toda comedia que se precie, tiene una sombra trágica de la que no puede separarse, por eso Wilder, MacLaine y Lemmon nos regalan el mejor final posible para una historia de amor en la que prima la comedia, el silencio de Shirley MacLaine es de una elocuencia pasmosa, la actitud entre los dos y el tiempo que Wilder nos concede a todos es ambrosía pura, no hace falta más, ni menos.
Lemmon habla y MacLaine elude la pregunta al mismo tiempo que grita la respuesta sin decir nada, la tragedia desaparece y Wilder calza el “The end” en el momento más preciso que he visto nunca.
Y así, ese apartamento servirá por fin para algo bueno. Servirá, tal vez, para reparar ese espejo roto en el que Shirley MacLaine ve su tristeza y su dolor.
La grandeza siempre parece sencilla, por muy difícil que sea alcanzarla, es parte del juego.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.