HOUSE OF WAX. LA DESCONOCIDA TERCERA DIMENSIÓN.
La serie B siempre ha cargado con su particular marca de Caín, siendo relegada injustamente a un segundo plano. Sin embargo, es un tipo de cine que siempre ha demostrado que conseguir lo máximo a partir de lo mínimo es posible. House of wax nació en 1953 bajo los auspicios del magnífico André De Toth para demostrarlo de una forma muy especial.
La ciencia ficción, la fantasía y el terror son campos en los que la cara oculta del cine nos ha dado momentos impagables. Ray Harryhausen y sus criaturas, Terence Fisher y el binomio hammeriano formado por Christopher Lee y Peter Cushing, y las adaptaciones de Edgar Allan Poe por parte de Roger Corman y Vincent Price son cimas del entretenimiento y el arte y oficio de contar historias.
Pero incluso un género sometido a la injusticia tiene su propios olvidados, su serie B dentro de la serie B.
André de Toth alcanzó una cima aparentemente reservada a la Hammer, Corman y compañía por un sendero oculto. Fiel a su estilo, De Toth hacía las cosas como los mejores de la forma más discreta, y así, veinte años después de la anodida versión de Michael Curtiz, y con la maravillosa ayuda de Vincent Price, De Toth no sólo alcanzó la cima que la memoria cultural reservaría a Corman y la Hammer. Sentó la base sobre la que esa cima se sostendría después, adelantó la jugada, y como buen pionero, cayó en el olvido.
MISCELÁNEA DE HORRORES.
Pero aquí estamos, para recordar que en 1953, tres años antes de que el ciclo maravilloso de Fisher, Lee y Cushing echase a rodar, y una década antes de que Corman le diese a Poe formas cinematográficas, De Toth introdujo en un cubo al fantasma de la ópera, la niebla victoriana del Londres acechado por Jack el destripador, las enfermizas obsesiones de un mad doctor digno de Frankenstein, y un color tenebrista que consiguió colorear las sombras expresionistas con las que fotografió su particular cima de la serie B.
Lo introdujo todo en un cubo para mostrárselo a la humanidad en tres dimensiones. El asombrado público de la época recibió a la entrada de los cines unas extrañas gafas para contemplar el terror en toda su dimensión. Olvidar todo esto es tan injusto como irresponsable.
Olvidarlo es injusto e irresponsable porque todo esto demuestra que House of wax es una película imprescindible. Sin embargo, De Toth y Price no podían dejar que la película mostrase solamente sus encantos visuales, Price dominaba la escena y la voz, ese instrumento que utilizado por él se volvía algo mágico, y con el que nos regaló a todos material suficiente para todas las escuelas de interpretación venideras.
Price no solo le enseñó a la humanidad el rostro del miedo, le obligó a escuchar su voz. Mientras tanto, De Toth narraba con una habilidad pasmosa -y maneras Hitchcockianas- las retorcidas intenciones del personaje de Price.
La mayor parte de las secuencias de House of wax son la esencia misma de la serie B. No tienen nada y lo consiguen todo, no es posible quitarles nada porque tiran de la teatralidad del mínimo recurso, y no se les puede quitar nada porque lo tienen todo: luces que proyectan sombras que hablan, tiempos y tensiones precisos como el bisturí de Jack el destripador, una fotografía tan hermosa como inquietante y ante todo, Vincent Price.
De Toth jugó con House of wax cartas que ya en 1953 eran conceptos clásicos, y consiguió algo que consiguen muy pocos: entretener al espectador, al de entonces, al actual y al futuro.
Como lo harán siempre las grandes obras, las cimas desde las que el espectador cae desmayado al coma, allí donde el olvido no existe.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.