ECOS BALCÁNICOS.
LA MEMORIA DE SREBRENICA.
En Quo Vadis, Aida?, Jasmila Žbanić reclama mucho más que el sentido de la novela de Henryk Sienkiewicz y la adaptación al cine por parte de Mervyn LeRoy. No se trata simplemente de una aparente coincidencia en el nombre.
Reclama la justicia que siempre implica la memoria, la lucha contra el vacío y el silencio de una Europa cuyos crímenes e inactividad cómplices, no siempre se ven reflejados en viejas imágenes en blanco y negro y épicos lienzos de viejas guerras desgastadas por el tiempo.
Lo que ocurrió en el retrato de Quo Vadis, Aida?, conserva el color de la sangre intacto en la memoria de aquellos a quienes Europa —y el resto del mundo— volvieron la espalda.
Jasmila Žbanić lanza un réquiem por aquellas voces perdidas en un tiempo reciente, y lo hace aprovechando el medio al máximo. Convierte así su reclamo en una doble reivindicación, pues demuestra que en estos tiempos modernos todavía hay cine poderoso, eficaz y sensible. Sólido como las grandes obras que lo convirtieron en la maravillosa forma de expresión que es, durante aquellos días que —como los de esta guerra—, parecen ya olvidados.
Nos encontramos aquí ante una película excepcional, un sentido y bonito ejercicio de memoria para recordar que las bajezas humanas y la grandeza del cine son inmortales.
Žbanić utiliza los géneros bélico y dramático con una renovada fuerza que hace de su película un referente de los tiempos modernos.
QUO VADIS, AIDA?
IRIS EN EL LABERINTO.
La tragedia —por más consentida y evitable que fuese— ocurrida en Srebrenica durante la guerra de los Balcanes, tragedia fue, y como tal ofrece sus elementos a Žbanić para armar la historia.
Lo que los hombres conocen como el griego Hermes y el romano Mercurio en forma de mensajeros de los dioses, tuvo su representante helénica en Iris, aquí metida muy hábilmente por Žbanić en la piel de Aida (Jasna Đuričić), una profesora transformada por la fuerza de la guerra en intérprete de la ONU, durante el asedio de las tropas serbias a las puertas del campo que la organización delimitó en las afueras de la ciudad.
Allí, encerrada en ese laberinto en el que Europa se ocultó para mirar hacia otro lado, la voz de Aida lleva el mensaje de los dioses al pueblo, traduciendo sin cesar lo que los diferentes oficiales al cargo van diciéndole a los refugiados, tanto a los que están dentro como a los que, fuera del laberinto, esperan una oportunidad para sobrevivir.
Todo en esta película parte de un fondo clásico y tiene una forma renovadora. La tragedia inherente al cine bélico es una herramienta a la que se ha recurrido infinitas veces, en las guerras que a lo largo de todos los siglos en que la humanidad ha regado el suelo que pisa con más sangre que agua.
El cine ha proyectado sus luces sobre los vencedores y vencidos, sobre los verdugos y las víctimas, sobre el antes alzado a hombros de la megalomanía, y el después sepultado bajo la miseria. Ha contado bonitas mentiras y horribles verdades de formas muy hermosas, pero ha tenido que vivir más de un siglo para recordar aquello que el mundo se empeñó en olvidar.
Quo Vadis, Aida? no solo es un acto de justicia, es ya una de las grandes películas de nuestro tiempo.
Hay en esta película dioses que hablan y un instrumento que propaga sus palabras. A través de la impresionante y medida al milímetro interpretación de Đuričić, el lenguaje de los dioses llega a todos los pueblos que habitan ese mundo destruido.
La guerra impone su voz, y Aida corre contra un tiempo incontenible para hacer llegar las palabras de todos los bandos implicados; los dioses negocian la suerte de los humanos, sellan sus pactos y la mensajera recorre frenéticamente el laberinto transmitiendo lo que, a la postre, no son más que mentiras. Falsas promesas de los dioses divididos en dos bandos: los verdugos y los que dan la espalda a los condenados.
Hay tres puntos clave en la película que la distancian de lo que no pasaría de un drama recurrente y reblandecido, acomodado en las relaciones familiares de la protagonista:
Un guión certero que se aleja de los mecanismos bélicos para centrarse en el punto de vista del mensajero incansable, una interpretación hermosa por escueta, y eficaz por directa, y un montaje que impone un ritmo desolador a un espectador que llegará al último y fatídico acto sin fuerzas para soportar más tensión.
Los dioses de la guerra no dan tregua a los humanos. Esta película no da tregua a los dioses, al olvido, ni a la creencia que afirma que películas así ya no son posibles.
Hay otro factor decisivo que eleva la película a la cima; Aida corre contra la voluntad de los dioses para intentar salvar a quienes sabe condenados —todos en ese laberinto conocen la verdad, luchen o no contra ella—, pero a medida que transmite las mentiras, la verdad acerca del destino de su familia crece imparable.
El destino se muestra ante sus ojos como el monstruo que ha de devorar a sus hijos.
Hasta ese momento, la película nos muestra un mensajero asqueado de su impuesta labor, pero en cuanto se enfrenta al minotauro, Aida se rebela contra el maldito laberinto y —manteniendo su discreta y débil apariencia—, libera la ira con la que no vencerá, pero hará frente a los dioses con todo lo que tenga.
La velocidad de la película aumenta vertiginosamente en su último tramo, y Aida lanza un desgarrado grito de furia que no vencerá a la muerte, pero resonará como un poderoso eco que jamás debió caer en el olvido.
Y es que, Aida, ese personaje que recorre el laberinto preguntándose a dónde va, es el lenguaje de los dioses, pero no la voz del pueblo que nunca mereció su condena. Es una crónica hermosa y certera narrada de forma sutil —la elegancia con la que Žbanić elude la innecesaria pero existente sordidez de la guerra es ejemplar—, es un cuento de terrores cercanos en el tiempo y la distancia.
Después, ya derrotada en su carrera contra el tiempo y la miserable inactividad cómplice de los militares responsables de aquella limpieza de sangre —interpretados por un magnífico elenco entre el que destacan especialmente Johan Heldenbergh, Raymond Thiry y Boris Isakovic—, Aida regresa en lo que parece un invierno perpetuo, mucho tiempo después del último verano de la vida de un pueblo en el que los rostros y las paredes entre las que los antiguos habitantes fueron asesinados, aparecen renovadas ante los viejos ojos de la torturada mensajera.
Los nuevos amos de su antiguo hogar lo han reemplazado todo, a la antigua mensajera de los dioses solo le queda renovar su papel como maestra de las nuevas generaciones que —en un elocuente y magnífico juego de manos que vemos en la secuencia del baile escolar—, han sido engendradas para no ver lo que ocurrió en la fosa sobre la que nacieron.
Aida solo puede despedirse de lo poco que la tierra y el tiempo le devuelve de sus hijos, y cumplir su condena hasta el final. A esas alturas de la película, tanto ella como el espectador están exhaustos, no tienen fuerzas para soportar nada más.
Sencillamente, eso es todo.
Quo vadis, Aida?
Nadie puede responder a esa pregunta, pero esta maravillosa película puede alzar la voz de los muertos y elevar el cine a un lugar que todavía puede ocupar.
Un lugar desde el que el espectador cae desmayado de exhausta gratitud.
Pocas veces se hace justicia de forma semejante.
https://www.filmin.es/pelicula/quo-vadis-aida
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre 2021.