Z. EL CINE FRONTERIZO DE COSTA-GAVRAS.
Z, ese enigma reducido a la mínima expresión, representa la maquinaria que alimenta y destruye el mundo. La película escudriña la naturaleza de esa maquinaria y recurre al drama, al Thriller europeo de los sesenta y el estadounidense de los setenta que en aquel momento aún estaba por llegar.

Z es uno de los mejores ejemplos del cine como voz documental firmado por el griego de nacimiento y francés de forzosa adopción, Costa-Gavras, un cineasta que mezcló a la perfección su carrera previa como ayudante de dirección de algunos gigantes del cine francés (René Clair, Henri Verneuil, Jacques Demy o René Clément), con su afán por narrar mediante la ficción cinematográfica algunas de las realidades más pérfidas del mundo.
El cine de Costa-Gavras cruza continuamente la frontera entre la veracidad documental y el dominio de la narrativa cinematográfica, un terreno en el que muestra su talento e impronta personal, algo especialmente significativo en Z, cuyo ritmo y singularidad se disparan gracias a un montaje tan extraño y arriesgado como eficaz, llamativo y dinámico.
A partir del asesinato del médico, atleta y político griego Grigoris Lambrakis ocurrido en 1963, Vassilis Vassilikos escribió en 1967 su novela Z, de la que Costa- Gravas adoptó el nombre y adaptó el guion en colaboración con Jorge Semprún y Ben Barzman, construyendo los hechos de forma fiel a la implicación documental (su Z también es médico, atleta y político), y a medida de las necesidades cinematográficas, concretamente a las que demanda todo Thriller político a las puertas de la década de los setenta que se precie.
Así, Costa-Gravas realiza su propio «Cinéma Vérité», como un híbrido entre la pausa tensa del Polar francés, el afán documental del cine sobre conspiraciones estadounidense, y la crudeza, velocidad y vehemencia del Thriller que explosionaría en la década inmediatamente posterior a esta película.
CRIMEN SIN CASTIGO. CASTIGO SIN CRIMEN.
Hay un propósito esencial en Z que irrumpe en pantalla ya en los créditos iniciales: contar la verdad. «Cualquier parecido con hechos reales, personas muertas o vivas no es casual. Es voluntario», declara nada más comenzar. Y así es, en efecto, la peligrosa senda que la película y sus personajes han de recorrer.
Esta declaración de intenciones aparece en plena charla oficial, que tiene lugar en uno de los espacios interiores donde se decide la suerte del mundo exterior. Al compás de la acertada y excelente música de Mikis Theodorakis, el montaje de Françoise Bonnot bajo la visión de Costa-Gavras, marca el ritmo de la película con solo desvelar los nombres y rostros de algunos de sus intérpretes.
En esa charla se compara una enfermedad de las plantas con ciertas tendencias sociales, consideradas como una epidemia a erradicar. Hay un crimen que resolver en la película que ocupará todo su metraje, y sin embargo, solo en el comienzo, el ritmo y las intenciones de esta historia quedan totalmente expuestas.

La sensacional fotografía de Raoul Coutard divide los espacios de Z en dos aspectos; los interiores son fríos y desapacibles, como celdas acomodadas a los terribles secretos que allí se generan en base a las necesidades del estado y sus dirigentes.
En el exterior, la sensación de suciedad moral y física de la ciudad diurna mantiene un tanto la palidez enfermiza de los interiores —que anticipa en cierto sentido la Marsella de The French Connection y el Nueva York en general del «Thriller USA» de los 70—, pero es la densa capa de aire cálido e irrespirable la que somete todo lo que vemos al mal, invisible y permanente, pero de una fisicidad nocturna.
Un halo oculto pero insoportable parece envolver la película, un halo que recuerda al que pesa sobre The Chase (Arthur Penn, 1966), In The Heat of the Night (Norman Jewison, 1967), Arde Mississippi (Alan Parker, 1988) o Última salida, Brooklyn (Uli Edel, 1989).



Z es una película fronteriza, lo es porque traza líneas entre el hastío y el desencanto melancólico del cine de los sesenta y la vehemencia de los setenta, entre el afán verídico del documental y la libertad narrativa cinematográfica, y lo es, ante todo, porque cruza e invierte las barreras entre el crimen y el castigo.
Así, elimina la posibilidad de inocencia plena para todos sus personajes, y al mismo tiempo niega el castigo por los crímenes, castiga a quienes deben aplicar la justicia y deja el castigo en manos del crimen.
Sobre el papel —y partiendo del mencionado hecho real—, la trama es sencilla.
Z (Yves Montand), un médico de porte atlético y atractivo, prepara una conferencia sobre la paz y la necesidad de combatir el constante afán belicista del gobierno. Rodeado y amparado constantemente por su séquito —entre los que destaca muy especialmente Matt (Bernard Fresson)—, el espectador asiste a la carrera contrarreloj que emprenden contra los impedimentos que surgen ante la inminente conferencia que el doctor dará a favor del pacifismo, una charla que contrapone completamente las ideas expuestas en la secuencia inicial.
Gracias al arriesgado y estupendo montaje, Costa-Gavras imprime ritmo a la película, transmitiendo al espectador la tensión ante la falta de tiempo y recursos para llevar a cabo un discurso que el gobierno quiere evitar por todos medios (oficiales y subrepticios), manteniendo el clima violento en la calle al mismo tiempo que contiene el estallido que, fatal e inevitablemente, se producirá.
El discurso tiene lugar, y en los bajos fondos de la ciudad, entre la turba enardecida al servicio no declarado de la autoridad, una serie de delincuentes que sobreviven en base al oportunismo y la ausencia total de escrúpulos, ejecutan un plan que carece por completo de precisión y organización, pero que a la postre logra su objetivo. Z se compone de un reparto extenso y magnífico en el que, tras los nombres más reconocibles, hay todo un ejército de secundarios.





Renato Salvatori, Charles Denner, Pierre Dux, Jacques Perrin, François Périer, Julien Guiomar, Clotilde Joano… forman una cuadrilla de personajes fascinantes que oscilan entre el mal y el escaso bien que algunos pueden hacer, atrapados en un vórtice delictivo liderado por la incompetencia vehemente de Vago (Marcel Bozzuffi) que ha de consumar el crimen.
Tras la conferencia a favor de la paz, Z muere a manos de la ira y la sinrazón, siempre al servicio del mejor postor, y Costa-Gavras (una vez expuesto el caso), dedica el resto de la película a relatar la verdadera naturaleza de la historia: el camino laberíntico y pasional en busca de justicia que conduce únicamente a un crimen sin castigo y a un castigo sin crimen.







Costa-Gravras pone en juego los dos ases guardados hasta el momento del crimen, y la película se nutre del silencio imponente de Irene Papas en la piel de Hélène (la esposa de Z) y la determinación serena de Jean-Louis Trintignant, a cargo del juez que ha de luchar por imponer castigo al crimen.
Sin rebajar el ritmo en ningún momento, Z sigue su particular curso, trazando con su arriesgado y estupendo montaje caminos que confluyen a medida que el juez avanza, tropieza y retrocede en su determinación por hacer justicia. Así, una serie de personajes exponen sus diferentes miserias que pivotan sobre la constante tristeza furiosa de Hélène, quien como todos en este mundo real ficcionado por Costa-Gavras, también tiene males que purgar.






La película avanza imparable e implacable sostenida por el ritmo y las interpretaciones de Irene Papas, Jean-Louis Trintignant y el ejército de secundarios que encarnan el mal y todos sus recursos (oficiales, informativos —ese fotógrafo que resulta carecer de más ideales que su ambición—, y extraídos de los bajos fondos), ese mal, también imparable, también implacable y también invencible, tal y como demuestra la realidad en la que se basa esta ficción cuando, finalmente, una crónica oficial informa sobre el destino final de los protagonistas.



Sin embargo, la ficción natural de la película resiste; tras anunciar todo aquello que está prohibido en la vida real, Z recuerda su significado ancestral: «Está vivo». Después, sin otro camino posible, la película llega a su fin, que no es otro que hablar de la realidad mediante la ficción.
Z es, al fin y al cabo, la esencia del cine.
Película disponible en FILMIN:
https://www.filmin.es/pelicula/z-de-costa-gavras
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Mayo 2025.
