EL HONRADO GUERRERO.
LA DESHONRA SAMURÁI.
Masaki Kobayashi es —tanto en la descomunal Harakiri—, como en su incursión en el cine de terror con la preciosa Kwaidan, uno de los mejores paladines del antibelicismo. Tanto, que muchos de sus representantes occidentales, le deben gran parte de la inspiración.
Pero no termina ahí la deuda. Deslocalicemos un poco para hacer algo de justicia, pues la justicia es uno de los pilares en los que se basa la película.
Como casi todo el cine norteamericano, sus grandes géneros y obras maestras son dos cosas: indiscutibles y reflejos de otras latitudes. Así, no habría Griffith sin el colosalismo de Enrico Guazzoni o Giovanni Pastrone, ni terror de la Universal o cine negro sin expresionismo, Screwball Comedys sin Europa emigrando a Estados unidos y un largo etcétera que nos lleva al hijo predilecto de América: el Western.
Ese siempre polémico orgullo del Tío Sam tampoco puede sacar pecho en cuanto a su cuna, pues casi todos los autores que lo llevaron a la cima eran extranjeros, ya fuese por nacimiento o maneras cinematográficas. Otro tanto ocurrió cuando el género resucitó de su muerte anunciada, y los aires mediterráneos de Sergio Leone lo convirtieron en un dios ya invencible.
Pero una vez más, eso no es todo.
¿Qué es en realidad, tanto en su etapa clásica como en la renovada y salvaje, el Western?, ¿qué es, sino la transcripción del código samurái al lenguaje yankee?
¿Qué es entonces Harakiri? La búsqueda de honor y justicia por parte de un antiguo soldado que ya no sirve, el último grito de furia reclamando la honra por parte de alguien a quien no queda nada más que su propia humanidad, el último e inagotable aliento que brota del orgullo.
Un aliento que gritará a la cara la oscura verdad acerca de las tradiciones, la guerra y la miseria del pueblo sometido a los designios de un impuesto período de paz que, irónicamente, levantará vientos de guerra.
¿Qué es Harakiri? Un Western samurái. ¿Qué es un Western? Un relato samurái.
HARAKIRI. DUELO AL SOL NACIENTE.
Desde el inicio mismo, Kobayashi deja las cosas claras, no habrá tregua para nadie. Por más que la paz pretenda ser el suelo sobre el que caminan sus personajes, la película hará frente en batalla ante las absurdas, inhumanas e irracionales tradiciones, ritos samuráis, sistemas políticos y cualquiera de las formas en las que la gente humilde ha entregado sus vidas a cambio del vanidoso bienestar de quienes descansan sobre los hombros del mundo.
La trama es sencilla, la ejecución por parte de Kobayashi, queda al alcance de muy pocos. En el Japón del siglo XVII, Hanshiro Tsugumo (Tatsuya Nakadai), es un viejo samurái que vive prácticamente en la indigencia debido a una irónica circunstancia: la paz que han pactado los diferentes clanes entre sí, somete a los viejos guerreros a la inactividad, condenando sus vidas a una existencia errante en busca de alimento y cobijo.
Esta paradójica situación provoca una especie de costumbre, ya que algunos de los ex-soldados solicitan permiso ante las casas de sus antiguos señores para morir bajo el ritual Seppuku —o Harakiri— y así conservar su honor. Sin embargo, muchos de ellos lo hacen con la verdadera intención de aludir a la compasión y empatía por parte de sus señores, obteniendo así un empleo o una limosna con la que sobrevivir.
Esta nueva corriente provocada por la era de paz, pone en pie de guerra a los señores, defensores de la tradición y las normas de conducta que mantienen las cosas en su lugar. Sus tronos en los palacios, y el hambre y la miseria en el corazón del pueblo.
Una vez ante su antiguo señor Masakazu (Kei Satô), Hanshiro expone su deseo de morir con honor, pero tras obtener el permiso, solicita contar una historia. Es aquí donde la película se expande y alcanza su impresionante dimensión.
A partir de una historia de Yasuhiko Takiguchi, el guion de Shinobu Hashimoto se pone en manos de la maestría de Kobayashi, quien hace del Flashback tanto el hilo conductor del resto de la película, como la que posiblemente sea la mejor muestra de utilización de la técnica que veremos jamás. El guion sitúa sobre el tablero las piezas en sus tiempos correspondientes, y cuenta la historia con una firmeza y claridad impecables.
A través de su relato, Hanshiro revela lentamente al espectador y su antiguo señor la historia de Motome Chijiiwa (Akira Ishihama), un joven samurái en su misma situación que también acudió a su señor para solicitar una muerte honorable. Es a partir de este punto donde la fuerza de la película se hace incontenible, convirtiéndola en algo descomunal.
La cámara dirigida por Kobayashi se alía con la excelente fotografía de Yoshio Miyajima, para dotar a la película con una narrativa visual incomparable. Los encuadres, los movimientos de la cámara medidos al milímetro, la composición de los planos, que magnifican la arquitectura y plasman la extraña e hipnótica fuerza que tienen las formas en movimiento… todo lo que vemos nos paraliza, todo ocurre bajo el influjo de una poderosa contradicción.
El guion nos habla de la guerra surgida de la paz, la calma con la que el viejo samurái narra su historia nos sume poco a poco en la tormenta que sin duda estallará cuando se conozca la verdad, la música de Tôru Takemitsu mantiene la tensión al límite… todos los elementos de la película transmiten una fuerza arrolladora, pero eso no es todo.
A medida que el tiempo real y los flashbacks avanzan, la película revela la relación entre Hanshiro y Motome, una relación que resulta ser trágica, pues la hija del viejo samurái, Miho (Shima Iwashita), es la esposa del joven guerrero, además de la madre de su hijo, Kingo.
Todos —Hanshiro, Miho, Motome y el pequeño Kingo— malviven juntos bajo un techo que no tardará, literal y figuradamente, en derrumbarse. A través de estas revelaciones, conocemos la verdadera historia de Motome, los auténticos motivos de Hanshiro y el trágico destino que los alcanzará a todos, un destino que se muestra especialmente cruel con Miho y Kingo, a quienes no concede la menor oportunidad.
Todo esto sume la película en las profundidades del género dramático, lo cual pone de manifiesto su arma definitiva: las interpretaciones.
Harakiri es una fuerza descomunal e incontenible que parece retener su ataque, pero que desata una furia tan constante como hermosa. Todo lo que vemos y oímos es desolador, precioso y trágico, pero alcanza la cima a lomos de las interpretaciones, especialmente las de Tatsuya Nakadai y Shima Iwashita.
Cuando afronta su destino fatal, Miho nos sobrecoge. Su dolor perfilado por las sombras de la película, nos paraliza.
Cuando se presenta como un emisario de aquellos que nunca podrán ganar, cuando el viejo samurái se postra ante su señor para alzarse hacia la venganza, cuando Hanshiro termina su relato y el último retorno al pasado nos muestra su camino entre los muertos para protagonizar el duelo al sol naciente, con la naturaleza sacudida por un viento que parece surgir de su grito de rabia, la película nos paraliza.
Cuando todo eso ha ocurrido, el relato de Hanshiro termina y el espectador conoce su historia, es la hora de la venganza. El tramo final de la película es una de las madres del ritmo, el montaje y la interpretación salvaje.
Dicen que Los siete samuráis y la figura de Toshirô Mifune son la cima del cine samurái. Yo creo que es cierto que son intocables —todo Kurosawa lo es—, pero sinceramente, jamás he visto nada en el género que me clave a la pantalla como este grito de furia oriental.
¿Qué es Harakiri? Es la venganza más salvaje, bonita y poderosa que he visto jamás. Es uno de los mejores Westerns imaginables, es, en definitiva, un duelo al sol naciente que te deja sin respiración.
Es una obra maestra.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://www.filmin.es/pelicula/harakiri
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2021.