TI WEST.
HASTA QUE LLEGÓ SU HORA.
Pearl y X, X y Pearl. Decidir cual de las dos partes es la predilecta de la todavía incompleta trilogía con la que Ti West está volando todo por los aires no es tarea fácil. A falta de la tercera parte (que al parecer se llamará MaXXXine), las dos películas con las que West ha demostrado que esta es su hora, son absolutamente magistrales.
La carrera de Ti West es algo bastante desconocido para el público en general, pero no es ni corta, ni desdeñable en absoluto.
28 títulos como director, 15 como guionista y 11 como montador lleva West en lo que va de siglo, repartidos entre cortometrajes, televisión y cine. Obviamente, es cierto que no todo está a la misma altura, pero películas como The House of the Devil (2009), The Innkeepers (2011) o The Sacrament (2013), dan fe de la confianza que West merece, y merecería incuso aunque no se hubiese producido la milagrosa eclosión con la que ha llegado a la cima. Pero esa eclosión se ha producido.
Para llegar a su obra maestra, West se ha atrevido incluso a alterar el orden cronológico. X es una película fascinante, renovadora del Slasher, sólida, y con un tramo final crepuscular, salvaje y suicida que haría asomar la sonrisa de lobo viejo del mismísimo Sam Peckinpah. X es una barbaridad, pero doblar la apuesta y rodar la precuela después de la obra central, es volar la banca por los aires. Y no solo por el desafío cronológico con la que hasta la fecha en la obra capital de West. Si X es abrumadora, Pearl es descomunal.
Sin duda, la hora de Ti West ha llegado.
PEARL. MIA GOTH, THE WICKED WITCH OF THE TI WEST.
Hubo una era en la que los sueños se mostraron al mundo en forma de colores que daban una fuerza y dimensión sobrecogedora al mayor espectáculo del mundo.
El cielo, los campos, los rostros, el vestuario, las sonrisas, las lágrimas, la esperanza, el miedo, la desesperación, la pasión, la sangre… todo fue llevado al paroxismo visual mediante el Technicolor.
El invento de Herbert Kalmus elevó a la cima los sueños convertidos en cine por la industria americana, creando mitos que son parte de la memoria imborrable de la humanidad. Al otro lado del imperio de Hollywood, Michael Powell y Emeric Pressburger, el dúo británico más poderoso que el cine ha conocido, se unió a Jack Cardiff y Christopher Challis para pintar con Technicolor los cuentos más tétricos y hermosos que el cine ha hecho realidad.
Aquellos días de sonrisas y lágrimas pintadas sobre el cine cayeron en el olvido hace mucho tiempo, pasando de su majestuoso esplendor a una errónea y fatal asociación por parte del espectador masivo con una forma de hacer cine remilgada y bajo el control total del antiguo sistema de los grandes estudios.
Pero la narrativa basada en la explotación del color —igual que los trazos de los viejos maestros pictóricos de los que proviene— es demasiado poderosa como para morir, por eso, quien se atreva a rescatarla del olvido y llevarla a su terreno, verá como la fuerza de su película es incontenible.
En un siglo en que el mundo se comporta como una anciano agotado y escéptico que cree haberlo visto todo, Ti West se ha enfrentado con valor al olvido.
Así, como una especie de Prometeo robando el fuego de los dioses, se ha hecho con el color, ha levantado un templo para su musa en forma de nueva bruja del oeste, y ha construido su propio camino de baldosas amarillas hacia un Oz delirante, ensangrentado, oscuro, violento y lleno de frustración, rabia, confusión y dolor.
Pues Pearl es, ante todo, un profundo retrato del dolor.
La película de West traslada el tiempo y el espacio de la mítica El mago de Oz a nuestros días, filma aprovechando su célebre granja, sus praderas y sus ansias de libertad, pero invierte el factor principal.
Mientras que en el Oz cinematográfico original los sueños y la ilusión por echar a volar de Dorothy se muestran dóciles y acartonados, en la versión pagana de West el poder del Technicolor al servicio de la sensacional fotografía de Eliot Rockett satura las terribles emociones que brotarán en forma de ira, sangre y lágrimas.
Si nos ceñimos al argumento, Pearl es algo que ya hemos visto en un montón de ocasiones. En una granja familiar, Pearl (Mia Goth) vive con su padre gravemente enfermo (Matthew Sunderland) y su madre Ruth (Tandi Wright), una mujer amargada y resignada al cansancio y las circunstancias vitales que el azar le ha deparado.
Sin embargo, la película trasciende su premisa.
West se aprovecha de todo aquello que creemos haber visto y, cambiando completamente las formas, modifica también el fondo. No solo rescatando Oz y el Technicolor del olvido, poniéndolos al servicio de un Slasher rural totalmente fuera de los cánones, sino en las profundidades de aquello que vive encerrado en la casa, en la granja y en las oscuras mentes de los tres protagonistas. El factor X de Pearl, su elemento principal es, como decía antes, el dolor.
Si bien el impacto visual de la película reside en el uso del cromatismo y los espacios a favor del terror y la sangre, el literario se centra en un guion portentoso y meticuloso —tanto que raya en la obsesión— escrito al alimón por West y Goth, quienes pensaron exclusivamente en las interpretaciones y la profundidad de los personajes, en sus frustradas ansias de libertad, en la condena que cumplen cada día de ese presente que siempre niega un futuro con el que soñar y prolonga un pasado perpetuo.
Visualmente, Pearl es un milagro. Narrativamente obra otro, logrando una de esas películas a las que lo único que puedo reprocharle es no haber nacido antes para formar parte de mis clásicos imprescindibles.
Tanto por sus estupendos secundarios que suponen parte del asidero de Pearl en su afán de fuga, como por el abrumador trío de ases protagonista que personifican la prisión emocional que los encierra y sepulta a todos, Pearl es una maravilla en lo que a interpretación y dirección de actores se refiere.
En un espacio reducido a poco más que una casa, una habitación, una cuadra y un pantano en los que Pearl se relaciona con sus padres, su propio reflejo en el espejo como proyector de sus sueños, los animales domésticos que aplauden en silencio sus actuaciones, y un animal primitivo y salvaje con el que comparte instinto, West y Goth expanden un universo en el que mediante un pequeño grupo de personajes, se desarrolla una de las mejores descripciones que el cine ha brindado de un psicópata.
Las relaciones familiares de Pearl y su rutina vital son un fuego que no cesa, un fuego que alimenta sin piedad la ira surgida de la impotencia de todos los prisioneros de una casa en la que todos se condenan entre ellos.
El padre de Pearl arrastra su existencia como las cadenas de un fantasma, vive como un testigo mudo las consecuencias de la guerra en su propio cuerpo muerto en vida, condenado a contemplar como su esposa vive enterrada prematuramente entre los cuidados que le dedica a él, y la lucha que entabla contra el monstruo que habita y despierta cada vez más en su hija, la malvada bruja del oeste de un Oz oscuro, doloroso y visceral que West alza como si de un templo se tratase a Mia Goth, quien asume todo el peso de la película.
Ese monstruo que nada tiene de sobrenatural, asoma sus colmillos desde el inicio mismo, cuando ante los animales domésticos de la familia, Pearl sueña con ser una estrella más allá de un arco iris imposible de alcanzar.
Su público asiste encerrado en las cuadras al espectáculo y las expectativas de Pearl, a modo de cómplices involuntarios de sus sueños, pero de pronto, uno de esos animales que deambula libre por la granja irrumpe en escena, desafiando con su libertad su condición de público atrapado en sus improvisadas butacas.
Algo tan simple como un ganso que es libre de asistir a la actuación de Pearl, libera con su desafío al monstruo. En un instante, de un juego inocente entre una joven soñadora entre animales domésticos, pasamos a la liberación de una psicópata que atacará sin piedad cualquier traba que encuentre en su camino hacia Oz.
Así, West cede la bruja del oeste a Mia Goth, y ella responde con una interpretación que crece como el tornado que se llevó a Dorothy, dibujando una espiral que, cuanto más asciende la actuación de Goth, más desciende hacia la locura y la desesperación de los personajes condenados a vivir esta tétrica y dramática rebelión en la granja.
Ese es precisamente otro de los pilares de una película que pertenece al género de terror, sin ninguna duda, de hecho, en su tramo final entra de lleno en el Slasher, pero la ausencia total de elementos sobrenaturales y la profunda inmersión de Goth y West en la mente de los psicópatas —especialmente a nivel de interpretación y construcción del personaje de Pearl— hace de la película un ejercicio trágico y teatral que muy difícilmente puede apartarla del drama.
Pearl es, al fin y al cabo, una historia profundamente triste sobre la incapacidad para asumir el destino, sobre el dolor que provoca la resignación y el odio que suscita llevar una vida que escapa totalmente al control y las decisiones propias.
Su madre odia y teme a Pearl porque ha escudriñado la oscuridad y ha visto al monstruo que intenta encerrar, su padre observa desde su condición de hombre vivo que convive con su propia muerte, y teme al monstruo.
Y el monstruo crece, conociéndose a sí mismo, percatándose por momentos de su condición, sintiendo que hay algo que no va bien, que la aleja de un mundo que la teme y la condena a vivir en una realidad de la que solo pretende huir sin que nadie se lo impida.
Pero West pone trabas en la película para que el monstruo surja y del drama, de su trágica existencia, surja el terror.
La narrativa de la película es inagotable, sutil y grandiosa. West tiende trampas a Pearl en forma de tiempo retenido, y la metáfora se vuelve el idioma materno de la historia.
Su padre no puede andar, vive física y mentalmente anclado a un a esposa que, a su vez, vive anclada a la vida de su marido. Sencillamente, ambos esperan lo único que eluden en su obstinada resignación: la muerte, un elemento presente en ese tiempo que no transcurre y todo lo encierra en celdas de las que no se puede huir.
El tiempo se llevó al esposo de Pearl y lo retiene en la guerra, el tiempo retiene sus deseos sexuales, saciados a través de breves y sutiles acercamientos a su padre, y con un modesto proyeccionista de cine, culminando en una secuencia magistral con un espantapájaros —evidenciando así la nula necesidad de contacto y relación con los seres vivos que tiene la protagonista—, al mantener una relación física con el único personaje del mago de Oz que carecía de corazón…
El tiempo retiene los alimentos en sus recipientes y sobre la mesa a la que se sientan los muertos, el tiempo se agota y cierra la puerta hacia la vida para la que Pearl lleva esperando tanto tiempo. El tiempo de los sueños se acaba, el arco iris se desvanece y todos sus colores se unen para formar uno solo: el rojo. Ese es el otro gran elemento narrativo de la película.
El rojo del vestido con el que Pearl huye, el rojo que se hunde en la oscuridad del escenario donde se rompen sus sueños, el rojo de la sangre que no dejará de brotar de sus enemigos y el rojo de la ira incontenible que tiñe el rostro de Pearl, un personaje demasiado joven como para comprender y controlar su esencia, su naturaleza como eje sobre el que pivota toda la película: la psicopatía.
Ese rostro enrojecido y controlado por la furia y los gritos, es la definición perfecta de una psicópata que todavía no puede gestionar su frustración, por eso —identificándose con el cocodrilo en lugar de hacerlo con los animales domésticos— Pearl se deja llevar por la rabia que convierte el rojo del fuego que arde sin cesar en su rostro en la sangre que ya nunca dejará de regar la hierba de su granja.
Goth y West conducen la película por la senda de la locura, la tragedia da paso el terror, y cuando el espectador cree que la interpretación de Mia Goth ya no puede ir más lejos, un plano final sostenido en el tiempo de la última secuencia, se hace con un puesto indiscutible en la historia del cine.
Sin duda, la hora de Mia Goth y Ti West ha llegado. Sin necesidad de tiempo que lo confirme, Pearl es una película descomunal. Una de esas películas que me acompañarán durante toda mi vida.
https://www.youtube.com/watch?v=L5PW5r3pEOg&ab_channel=A24
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Octubre 2022.