PENDANT CE TEMPS SUR TERRE.
LAS FANTASÍAS ANIMADAS DE JÉRÉMY CLAPIN.
Pendant ce temps sur Terre —Meanwhile on Earth para el mercado anglosajón— es el segundo largometraje de Jérémy Clapin, y el primero de sus títulos en el que combina el cine de animación con la imagen real.
La imagen en su mayoría es real, sí, pero todos los planteamientos y conclusiones que tanto el público como los personajes puedan sacar están totalmente sujetos al fantástico. Las fronteras establecidas por el planeta tierra y el concepto humano de la realidad no tienen validez contra las dimensiones y posibilidades infinitas del cosmos y la imaginación.
En ciertos aspectos —empezando por el estilo de sus imágenes animadas— Clapin inicia esta historia tomando el relevo de su anterior largometraje, el sensacional J’ai perdu mon corps (¿Dónde está mi cuerpo?, 2019), en el que la fragmentación del protagonista es trágica por física, y dramática y fantástica por emocional e imposible.
Pendant ce temps sur Terre hereda esa fragmentación, pero reserva las cuestiones físicas para la ciencia-ficción en su estado más puro y deudor de grandes mitos del género. La tragedia aquí se encuentra en una ruptura que contrapone las fuerzas y espacios limitados de la mente y las estructuras sociales —tanto las físicas como las emocionales— con el infinito, ahora aliado con el destino inexorable.
Clapin abre las puertas para que un drama familiar y relativamente costumbrista expanda sus posibilidades sin límites de ningún tipo.
SER O NO SER.
UN DILEMA ESPACIO-TEMPORAL.
Una voz se oye en el interior de una nave espacial, y poco a poco, las líneas de esa nave, sus luces, el espacio que ocupa en el universo… todo se desvanece en un fundido con la oscuridad. Esa inmensa incertidumbre es ahora el hogar de Franck Martens (Sébastien Pouderoux), un personaje reducido —según las leyes físicas y humanas— a una voz en el espacio y el recuerdo de su hermana Elsa (Megan Northam), dispuesta a quebrantar esas normas en favor del espacio infinito que ocupan las posibilidades que le ofrecerá la ciencia-ficción a cambio de un precio que invertirá las dudas y pesares de su imaginación y su nueva realidad.
Franck desapareció diluido en el espacio durante una misión. Tres años terrenales después, su familia intenta que el núcleo no se desintegre en torno a la ausencia de Franck, sus padres se refugian en limitados espacios físicos y emocionales. Annick (Catherine Salée), su madre, trabaja con Elsa en una residencia de ancianos; el padre, Daniel (Sam Louwyck) ciñe su existencia al perímetro de una pequeña habitación. Ambos recurren al silencio, el alcohol y las drogas para superar la pérdida. Por su parte, Vincent (Roman Williams), el hermano pequeño, parece pretender ignorar tanto el pasado como el futuro que orbitan en torno al presente marcado por la ausencia.
Elsa vive en una constante contradicción. Por un lado es la única que logra comunicarse de forma afectuosa con los miembros de su familia —incluido Franck, interlocutor de sus sueños que apenas esbozan la últimas esperanzas—, cuya presencia física se ha reducido a una estatua levantada en su memoria, un monumento que a ojos de Elsa (mimetizados con los del espectador) se muestra como un cuerpo lejano envuelto en una especie de halo gris que enfría los sentimientos y dificulta la comunicación.
Por otro lado, vive en un constante aislamiento y aparente desánimo que hace que incluso su madre piense que, pese a su juventud, la vida ha perdido todos los alicientes.
Pero el universo construido por Elsa a base de soledad y sueños interplanetarios se manifiesta en un anochecer que comparte con su hermano pequeño. Una simple travesura de Vincent —la rotura de una farola para que su hermana pueda apreciar el brillo de las estrellas— establece una conexión espacio-temporal. La voz de Franck regresa a su punto de partida terráqueo y contacta con la mente de Elsa, pero en esta ocasión la comunicación no se establece exclusivamente a raíz de la melancolía y la imaginación de Elsa.
Los elementos fantásticos entran en juego y adquieren un protagonismo creciente que harán de la película un recipiente en el que el drama y la ciencia-ficción unen y mezclan sus fuerzas equilibrando la trama a la perfección.
Una extraña semilla de aspecto extraterrestre aparece en escena para servir como sistema de comunicación entre la presencia invisible de una forma de vida alienígena, Elsa, y la posibilidad de regreso de Franck, quien alternará las conversaciones con la mente de su hermana con la presencia constante de una voz que habita, maneja y amenaza el cuerpo y la mente de Elsa, desde ese momento embarcada en una misión de la que dependerá no solo el destino de su hermano, sino el del resto de un planeta que desconoce completamente la nueva situación.
A partir de las tribulaciones de los personajes de sus obras de animación —un género que aquí aparece esporádicamente pero cuya importancia es capital—, Clapin contrapone todas las fuerzas de la película. La inmensa responsabilidad de las decisiones que Elsa ha de tomar a partir de su encuentro interplanetario contrasta con el reducido espacio de su mente y su cuerpo, pues ahora suponen el único escenario en el que se debate el destino del mundo.
Para que su hermano pueda regresar, Elsa debe entregar a la voz alienígena que habita en su mente y ocupa una parte de su cuerpo la identidad física y mental de los habitantes de la tierra que el ente demande para cumplir sus objetivos. La presencia —invisible pero notoria mediante consecuencias físicas en el cuerpo de Elsa cuando ésta se niega a cumplir su misión—, le indica el lugar exacto del bosque en el que su hermano volverá a la tierra si ella entrega las vidas que sean necesarias para los propósitos del invasor, vidas que mantendrán su aspecto físico intacto pero perderán su identidad terrenal en favor de un ser extraterrestre.
Así, la película pone en juego factores extraídos de una de las obras capitales de la ciencia-ficción, La invasión de los ladrones de cuerpos —tanto en la versión de Don Siegel (1956) como en la de Philip Kaufman (1978)—, combinados con ligeras reminiscencias de Solaris (Andréi Tarkovski, 1972) en lo que al amor y la situación entre Elsa y su hermano perdido en el espacio se refiere.
Por otra parte —y esto resulta crucial— Clapin también establece un marcado contraste entre el reducido espacio físico de la mente de Elsa, las infinitas dimensiones de su imaginación (avivada por la necesidad emocional de recuperar a su hermano) y el cosmos, espacio en el que el tiempo, la distancia, e incluso el valor de la existencia que conocemos pierden todo su significado.
Es decir, por un lado la película ofrece todos los alicientes de la ciencia-ficción, de hecho juega con elementos propios del Body Horror y el Survival, concediendo a la trama y el espectador adepto al género una dosis generosa de acción en el bosque, pero con un acertado ritmo pausado que —lejos de traicionar los preceptos del género— aviva el interés con una mezcla perfecta entre dos ciencias: la ficción y el drama acerca de una nueva posibilidad de existencia.
La película carga todo su peso en la excelente interpretación de Megan Northam, y ella responde al reto sin ceder ni un solo segundo ante nada que vaya más allá de asumir el reto que supone cargar con el duelo de mayor envergadura que ningún ser humano haya afrontado jamás.
Sin vehemencia ni reacciones frenéticas, Elsa encara una dualidad constante y terrible; la inmensidad del cosmos y un nuevo orden desconocido, la necesidad de creer en la nueva ciencia que, en contraposición a la fe en lo que creemos saber, surge como una ficción producto de la imaginación alimentada por la tristeza, como un sueño que puede hacer realidad ese deseo que, hacia el tramo final de la historia, torna lentamente hacia algo que rechazar.
Ser lo que somos, o no ser lo que creemos saber a cambio del regreso de aquel que se perdió en el espacio infinito del cosmos, tal vez en la extraña dimensión de la necesidad que Elsa tiene de su propia imaginación… ese es el dilema que este drama que contraría los cánones de la ciencia-ficción plantea.
Pendant ce temps sur Terre crea un conflicto humano y terrenal contra una vida alienígena que plantea un nuevo orden basado en la decisión de sacrificar lo conocido en favor de lo añorado, del imposible imaginado, cambiando así el paradigma de la ciencia por un acto de fe en base a la voluntad de un solo individuo que no quiere, pero necesita creer en esa voz que ahora vive en su oído, tan cerca de su mente, tan cerca de la verdad y de la constante posibilidad del engaño, de no ser ya la misma Elsa sin saberlo, o de ser una parte de la nueva realidad…
«¿Qué harías si pudieses vivir en un sueño?» le pregunta la voz de Franck a Elsa.
«Elegiría un sueño… donde podría vivir sin ti». Le responde Elsa.
Después, los signos de vida que hemos creído ver a lo largo de la película, todo aquello que creemos saber, desaparece ante nuestros ojos, pero el nuevo ser nos engaña, hace que todo ocurra sin darnos cuenta, salvo por un pequeño detalle, un último destello de la imaginación terrenal que desparece cuando el tiempo y el espacio se agotan…
Pendant ce temps sur Terre es una película modesta e inmensa, tan sencilla y terrible como la necesidad de la imaginación, como la posibilidad de ser, y en el mismo tiempo y espacio, no ser.
https://www.youtube.com/watch?v=ilrmNdNgF1U&ab_channel=Metrograph
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Diciembre 2024.