MEMOIR OF A SNAIL. LA TRÁGICA ANIMACIÓN DE ADAM ELLIOT.
Parece que tanto Memoir of a Snail como Flow han irrumpido en el panorama del cine de animación actual para sacar al género de su geografía y estilo habituales. Con su crónica acerca del nuevo mundo, el letón Gints Zilbalodis se aleja de las vías habituales y el territorio anglosajón. Por su parte, el australiano Adam Elliot cuenta su particular e innovadora historia ancestral desde el otro extremo de las latitudes habituales.

No es una sorpresa el talento narrativo y la sensibilidad que atesora y al mismo tiempo derrocha Adam Elliot en sus creaciones, en las que por un lado los personajes se ven cercados por las barreras grises y trágicas de la realidad, y por otro siempre encuentran un punto de fuga que la infinita capacidad para la fantasía les brinda su creador.
Las relaciones entre seres deformados por el peso de la adversidad, la familia que cada cual encuentra en el camino cuando el destino crea distancias insalvables entre los miembros originales, el empeño por encontrar esa breve oportunidad para ser felices y derrotar a la soledad (aun cuando ésta se debe a una elección propia), y la exposición de afectos extraños y disfuncionales ante los ojos de un mundo cegado por la rutina cruel que rechaza excepciones, son las constantes del maravilloso —en el sentido más amplio del término—imaginario del cine de Adam Elliot.
De las siete películas que ha dirigido hasta la fecha, la más celebrada ha sido su primer largometraje, Mary and Max (2009), que ha de enfrentar su primer puesto entre los seguidores del autor —entre los que me incluyo sin dudar— ante un rival muy poderoso, pues esta Memoir of a Snail es una película absolutamente maravillosa.
THAT’S LIFE. BE BRAVE.
LA FELICIDAD COMO ACTO DE SUPERVIVENCIA.
«That’s Life. Be Brave». Grace Pudel evoca el aliento que Pinky, su gran amiga y benefactora le brindó en vida. Su voz, ahora retenida en una carta de despedida tras la muerte, pronuncia esa frase y ofrece consuelo y fuerzas para derribar los muros de la celda en la que Grace se encerró para convivir con la soledad. Esa frase servirá para romper todas las reglas y caparazones que con su protección han condenado a Grace.

La felicidad es un acto de valor, el acto definitivo de supervivencia. Esa es la clave constante con la que los protagonistas principales luchan contra la fatalidad que hace de la tristeza el denominador común de este viaje que, pese a desarrollarse entre tinieblas y un cielo siempre oscuro, guarda algo de luz después de todo .
Pues por suerte, tanto para sus personajes como para sus espectadores, Memoir of a Snail no es una película común, aunque los males que retrata —y ataca— son elementos comunes del mundo real.
Memoir of a Snail comienza con una despedida, un repentino acto de tristeza que ha de suponer la espiral en la que se mueve lentamente su narradora, Grace Pudel (dotada con las excelentes voces de Charotte Belsey y Sarah Snook, totalmente volcadas al servicio del personaje y la historia). Grace, hija de Annie Pudel (Selena Brennan), una amante de los caracoles, y Percy Pudel (Dominique Pinon), un eterno aspirante a mago y cineasta, y hermana de Gilbert Pudel (Manon Litsos y Kodi Smit-McPhee), que comparte con Grace el afán por la soledad, el refugio en la lectura, la incomprensión y el miedo hacia el mundo al que forzosamente han de exponerse.




Como si obedeciese los dictados de una trama escrita por Charles Dickens, la familia Pudel sucumbe lentamente a la tragedia. Annie muere al dar a luz, Percy reduce su vida a la melancolía, las paredes de su casa y una silla de ruedas tras sufrir un accidente, y Grace y Gilbert crecen libres de la vigilancia paterna y esclavos de sus temores y fragilidad ante un mundo invariablemente hostil. Así, los tres miembros de la familia sobreviven en sus propias trincheras.
Los hermanos crecen mientras el mundo exterior lo devora todo, Grace se refugia en sí misma y su amor por Gilbert, éste se atrinchera tras la protección de su hermana y en el fuego, por el que desarrolla una siniestra atracción —aunque su verdadera pasión es llegar a conquistar las calles de París como artista, allí de donde su padre se exilió por amor antes de que la tragedia se apoderase de su vida—, y ambos se esfuerzan por paliar el sufrimiento que emana de su padre y se extiende al reducido espacio en el que el tiempo parece negarse a transcurrir.
Pero ese tiempo se consume —y aunque concede breves momentos de tímida felicidad a la familia Pudel en forma de añoranzas paternas y diversos juegos de sombras—, el golpe definitivo se aproxima. El núcleo de los Pudel se desintegra, y la tragedia se opone nuevamente a la felicidad. Este Survival emocional no cederá terreno a sus protagonistas.
El último sueño llega para Percy, y la pesadilla arrebata a Grace y Gilbert lo único que les queda, su refugio mutuo en sí mismos.
Tras la muerte de su padre, los hermanos se separan porque las leyes del mundo así lo dictan, y la búsqueda de la felicidad adopta la forma de un imposible. Grace y Gilbert caen en manos de extraños que sirven a Elliot para dibujar el mundo bajo formas grotescas y satíricas de las verdades universales, y el infortunio y la tristeza se suceden en forma de matrimonio y obsesiones frustradas, dogmas religiosos y familias enfermizas que —como el fuego— convierten a Gilbert en el diablo y conducen la historia a un aparente desenlace fatal. Pero estamos ante una tragedia que, por suerte, es en realidad una fantasía animada.











La espiral como refugio y trayecto vital, el avance lento e inexorable del tiempo, la maldición del aspecto físico como barrera ante las virtudes o el mero derecho a la existencia digna, y la contención de vidas, ilusiones, compañías y —a la postre— remedios y medios de acceso a nuevas y mejores perspectivas son constantes en la película, que acumula en el tramo intermedio el grueso de la narración —la infancia, adolescencia y paso al mundo adulto de Grace y Gilbert— reservando un énfasis especial para el personaje que sirve a modo de inflexión en la vida de Grace.
La película inicia su tortuoso recorrido con la desaparición de Pinky (con Jacki Weaver a la voz) y su revelación final, aunque en ese momento ambas cosas son un misterio para el espectador.
Pinky tropieza en la vida de Grace —la película muestra la vida de la anciana como una sucesión de tropiezos y fatalidades de las que ha sabido sacar el suficiente partido como para aprovechar ese último encuentro y convertirlo en la amistad cuyo legado salvará la vida de Grace—, y en su tramo final del camino asiste a la metamorfosis de ese caracol humano que avanza refugiado en su caparazón y que lentamente llegará a su incierto (e inesperado) destino.







Nada consigue debilitar la unión entre Pinky y Grace, y tras la sensacional narración por su parte de ambas vidas (tanto juntas como por separado), la muerte llega de nuevo retomando el inicio de la película; pero en esta ocasión, superadas ya todas las tragedias imaginables, cuando Grace se decide a ceder al peso insoportable del mundo que ha aplastado su caparazón, el recuerdo de la última palabra de Pinky pronunciada al inicio de la película, salva de nuevo a Grace de su tristeza.
La muerte y la tragedia ceden terreno a la vida y la esperanza —que reaparecen en escena para cumplir una deuda que la tristeza tiene con el destino de los protagonistas— y las palabras que descansan en la carta que Pinky lega a Grace, despejan el camino.
«That’s Life. Be Brave». Memoir of a Snail es la felicidad como acto de supervivencia. Es decir, es una película maravillosa y excepcional.
Película disponible en FILMIN:
https://www.filmin.es/pelicula/memorias-de-un-caracol
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2025.