NAZARENO CRUZ Y EL LOBO.
EL CINE COMO ESPEJISMO.
Nazareno Cruz y el lobo es una declaración de extrañas intenciones por parte de su autor, tanto dentro del cine fantástico y de terror, como de la narrativa en general. En 1975, Leonardo Favio ya había aportado al cine argentino una serie de películas dramáticas de gran calidad y sensibilidad, todas con una considerable carga social. Y de ese año en adelante, vendrían unos cuantos títulos notables que completaron una filmografía de lo más interesante.
Sin embargo, este punto intermedio en las trece títulos que componen la obra de Favio resulta a partes iguales una obra delirante y fallida por sus excesos, como fascinante por su afán y acierto a la hora de llevar el realismo mágico hasta el punto de convertir el cine en una especie de espejismo.
No hay en este cuento nada que escape a la realidad básica en la que el humano vive y pretende vivir, y al mismo tiempo nada escapa a una óptica que distorsiona los deseos y costumbres elementales hasta llegar a una especie de paroxismo extravagante que todo lo convierte en una caricatura.
Nazareno Cruz y el lobo es una película literalmente hiperbólica a la que no le importa morir por su propia y desmedida mano.
UN DIABLO, UN AMOR BRUJO Y UNO QUE ESTÁ MALDITO.
Esta película no es un Spaghetti Western, pero si se aferrase mínimamente a la realidad podría haberlo sido. Hay un duelo bajo el sol y la luna de un lugar desértico e imposible, un duelo constante entre la pasión, entre el anhelo más físico que emocional por el amor y el cínico precio a pagar por la felicidad. Hay un duelo constante entre la libertad y la represión, entre la inteligencia pura e ingenua que niega el poder del misterio, y la superstición ancestral represora, en voz de rostros y cuerpos ancianos y desfigurados que pregonan la llegada del mal cuando la pasión se desate entre la juventud.
La historia de Nazareno Cruz (Juan José Camero) es el paradigma de los poderes elementales cuando estos sirven a la maldición y los sucesos extraños. Viento y truenos se desatan mientras el rostro grotesco de La lechiguana (Nora Cullen), una suerte de Graya desterrada de la mitología original, pregona la llegada del «séptimo hijo», Nazareno Cruz, marcado con la maldición del amor que, por brujo y por mediación del diablo, ha de convertirlo en lobo.
Estéticamente, la película de Favio es fascinante y desagradable a partes iguales. Se aparece como un mal sueño, como una sucesión abrupta de imágenes que muestran una pléyade de criaturas propias del universo del Buñuel mejicano y los arrabales fantásticos de Fellini. Hay en todo momento un halo denso y desagradable que cae como una losa sobre el espectador.
En los interiores, los elementos religiosos contemplan y llenan en todo momento los escenarios, celdas ruinosas en las que los deseos se reprimen y mueren a manos de la prudencia como metáfora sórdida de la represión moral.
Esa, más el componente fáustico de un diablo con aspecto y maneras de gaucho (Alfredo Alcón), que se burla de su propia ventaja «si no renuncias al amor, caminarás hecho lobo», le dice a Nazareno. Esa es sin duda la mejor baza de la película.
Nazareno Cruz y el lobo es —de puro exceso— un acto suicida, pero lo cierto es que mientras Favio se ciñe a su propia visión exacerbada del realismo mágico, el cine como espejismo del autor cautiva al espectador con su gabinete de fuerzas elementales y criaturas y escenarios grotescos y enrarecidos.
Así, como un trasunto delirante y deformado del amor clásico, la misma pasión que llevó a Orfeo y Eurídice o Romeo y Julieta a quebrantar las normas a pesar de la tragedia, hace que Nazareno Cruz y Griselda (Marina Magali) se amen. Pese a los augurios de la bruja y el juego del diablo, pese a la maldición del séptimo hijo, los amantes saldrán a campo abierto, y ante el viento que agita los campos y las aguas y aúlla como una tempestad, se aman.
Como en toda tragedia sobre la pasión y el amor temprano, a la maldición fantástica hay que sumar la oposición social y familiar. Nazareno Cruz es —antes de romper sus cadenas— amigo y referente del pueblo, pero una vez lobo, su entorno social se lanza a la caza de la bestia, liderado por Julián (Lautaro Murúa), el despechado padre de Griselda.
Pese a mantener intacto su poder visual durante todo el metraje, la concesión a la historia de amor entre Nazareno y Griselda enmarcada en las maneras sensuales de la televisión anglosajona de los años setenta merma demasiado la continuidad y el interés de la película. En este sentido se establece una insólita conexión de puntos débiles —provocada por las costumbres narrativas de la época—, los interminables y delirantes pasajes sensuales entre Nazareno y Griselda en la naturaleza, son muy similares al lastre con el que carga la estupenda Play Misty for Me (Clint Eastwood, 1971).
Aunque no se trata ni mucho menos de un mal menor —estos pasajes son largos y repetitivos, tanto que pueden hacer abandonar a muchos espectadores—, la fantasía delirante y desbordante de la película hace de este un interesante viaje por páramos extraños sacudidos por fuerzas elementales capaces de dibujar formas grotescas en paisajes y rostros.
Nazareno Cruz y el lobo no figura en la galería de miembros ilustres de la licantropía, y carga con demasiado lastre como para ser una gran película, pero lo cierto es que las dosis de realismo mágico deformado por una fantasía desbordada aportan pasajes fascinantes a este cuento sobre pasiones retorcidas y violentas surgidas de uno que camina hecho lobo sobre el cine como una aparición, como un espejismo.
Un cuento sobre un diablo, un amor brujo y uno que está maldito, como si de un fantástico Spaghetti Western se tratase…
https://ok.ru/video/2666116025044
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Octubre 2024.