EL HÉROE CANSADO.
El cine como negocio tiene una serie de fórmulas infalibles para el éxito total de la empresa, y una misión principal: entretener y divertir al espectador. Eso no significa – ni lo hará jamás- que el blockbuster deba conformarse con producciones basadas en el estúpido arquetipo físico y el recurso vacío. Skyfall deja claro que Sam Mendes lo sabe perfectamente.

El cine de acción requiere de tanta maestría como el más doloroso de los dramas, es más, necesita un equilibrio entre un ritmo capaz de volarle la cabeza al público y una pausa capaz de mantenerlo pegado a la butaca. Tenso, a la espera de esa explosión. Los héroes deben ser trágicos antes que guapos, deben despertar la empatía del espectador, no forrar las carpetas de los adolescentes. El cine es una forma de contar historias, no sólo marketing millonario.

Llegó un momento en el que James Bond empezó a hacerse mayor, y cuando cumplió cincuenta años llegó precisamente el momento de refrescar todo lo que la humanidad había visto hasta ese momento sobre el espía británico.
Tan inverosímil era pensar en Sam Mendes a los mandos de un 007, como lo fue su acertada propuesta, tan acertada que me reconcilió con un tipo que siempre me había parecido un cliché andante, ni con Sean Connery llegué a tragármelo nunca. Ni siquiera en Goldfinger llegó a decirme nada.
Pero así fue, cuando parecía que el intento con Daniel Craig tampoco pasaría de una anécdota, Sam Mendes le hizo al británico de piedra lo que no le había hecho nadie. Lo hizo sangrar y lo envejeció. Lo convirtió en un héroe cansado.
SKYFALL. MARTINIS, SANGRE Y SUDOR.
Para guiar al espectador a través de las sombras en las que este nuevo y envejecido Bond se movería, Mendes recurrió al que posiblemente sea el mejor director de fotografía de las últimas dos o tres décadas: Roger Deakins, un maestro moderno con las maneras más clásicas: luces, contraluces que generan sombras y siluetas que se mueven a toda velocidad por el camino en el que Mendes, Craig y Judi Dench ponen patas arriba a 007, M y toda la flema de los hijos de la reina virgen.
Bond hace lo de siempre, reparte leña, seduce y suelta sentencias cuando habla, pero lo hace como nunca, con ironía real, sangrando, con ojeras y arrugas. Como el héroe cansado que por fin lleva al espectador a la cima de la diversión.


Todo eso nos pone delante Sam Mendes en Skyfall, en pleno siglo XXI, James Bond está hecho una mierda. Pero por muy cansado que esté, sigue siendo un héroe al servicio de su majestad.
Por eso es capaz de llévarse por delante a cualquiera. Por eso Deakins y Mendes nos muestran la sombra de Bond, su silueta dibujada sobre el cielo gris del imperio. Skyfall nos muestra a Bond como un miembro del Grupo salvaje. Viejo, vulnerable, cansado e invencible.

Skyfall tira de los conceptos más clásicos, (el atormentado y vengativo villano que lleva a la cima a Javier Bardem es propio del folletín de aventuras y la tragedia griega), M en la piel de Judi Dench mete a Shakespeare en la obra.
Mendes da con el ritmo exacto en toda la película y Deakins moldea las luces de una forma tan bonita, que cuando todo se va al carajo y la película termina el espectador ya se ha desmayado. Y nadie sabe cuando saldrá del coma. Al fin y al cabo, 007 -aún hecho un trapo- nunca falla el tiro.

Skyfall es cine, taquilla y espectáculo.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2021.