LA HERMANASTRA FEA. EL CAMINO DE REGRESO A OZ.
La hermanastra fea (Den stygge stesøsteren en su lengua vernácula) llega al polémico territorio del cine de terror actual sin intención de conceder treguas, lo cual es lógico teniendo en cuenta que atesora numerosos méritos para ser proclamada una de las reinas de la temporada en lo que al género se refiere.

La naturaleza del debut en el largometraje de Emilie Blichfeldt —tras cinco cortometrajes firmados entre 2013 y 2020— es absolutamente suicida; lo es porque no solo desafía a los cánones del cine estadounidense y sus recientes incursiones en ciertos terrenos éticos y estéticos, sino que quebranta las leyes del espacio y el tiempo cinematográficos.
En pleno 2025 parece una locura pensar que una modesta película noruega pueda recuperar y utilizar a su favor elementos de un cine que ni en los sueños más profundos parecía posible revivir, y mucho menos incorporando elementos propios de la industria regida por el Blockbuster.
Pero —una vez más— los géneros de naturaleza fantástica vienen a demostrar que, en el cine concebido a modo de cuento, todo es posible.
La hermanastra fea parte de una bifurcación en el camino de La cenicienta, un cuento cuyos verdaderos orígenes se pierden en el tiempo, y que ha contado con visiones mucho más interesantes que la fagocitada por Disney a partir del mito generado por las versiones de Charles Perrault y los hermanos Grimm.
Entre la profusa obra de la escritora Božena Němcová —dedicada especialmente a los cuentos de hadas, pero reconocida casi exclusivamente por su novela de 1855, La abuela— existe una variación de La cenicienta llamada Tři oříšky pro Popelku (Tres avellanas para Cenicienta, o La cenicienta y el príncipe), una versión bohemia del mítico cuento que fue adaptada al cine en 1973 por Václav Vorlíček con la película homónima, Tři oříšky pro Popelku.
Así, el mito ancestral de La cenicienta llegó al reino del «cine-cuento», del que la capital indiscutible fue el cine checoslovaco —tanto el contemporáneo a la Nueva ola como el anterior y posterior—, y de aquellos días de magia y ambientes poblados por sueños, seres y enigmáticos colores, surgió un cine irrepetible, aparentemente condenado a vivir en el recuerdo, recluido en su propia burbuja de cristal bohemio.
Pero un día, como en los cuentos, alguien decidió regresar a Oz, a esa tierra mágica sembrada de cine imposible, y desde las gélidas tierras del norte la ola mágica resurgió, pues esta película no es solo una producción noruega; se trata de una alianza entre Rumanía, Polonia, Dinamarca y la propia Noruega.
La hermanastra fea es, en este tiempo, toda una celebración cinematográfica.
SUSTANCIAS DEL ESTE Y MUNDOS DE PÁLIDO CRISTAL.
Hace tiempo, en una tierra que parece lejana, el cine concentró sus poderes oníricos en un pequeño espacio del este de Europa. Heredero de su larga y maravillosa tradición en el campo de la animación, el cine checoslovaco se sumó a las vanguardias europeas de los años sesenta con su nueva ola particular (conocida por Nová Vlna), para crear una visión soñada de la realidad.
Bajo la cresta de esa nueva ola y su excelente capacidad para exponer la realidad de forma dramática, una extraña sustancia engendró mundos a modo de caprichosas miniaturas vistas a través de cristales pálidos.
Así, los postulados oníricos de Karel Zeman, Jiří Trnka y Jan Švankmajer se materializaron en carne, hueso y espectros en las manos de Jaromil Jireš, Juraj Herz o el polaco Wojciech Has, creadores —entre otros muchos— de un universo cinematográfico propio que, si bien mantiene vínculos inquebrantables con la Nueva ola checoslovaca, trasciende los límites de la realidad.
Medio siglo después de La cenicienta escrita por Božena Němcová y ensoñada por Václav Vorlíček, la noruega Emilie Blichfeldt ha encontrado aquella sustancia del este y, alimentándose de no pocos elementos comunes en el fondo con la explosiva y absolutamente estadounidense La sustancia de Coralie Fargeat, ha tenido el valor de despertar de nuevo el sueño de aquel cine precioso y aparentemente irrepetible.

La hermanastra fea es un grito de valor suicida desde el inicio mismo. Una serie de planos envueltos en un halo de colores pastel conducen a un melifluo idilio entre una doncella y un príncipe, ambientado de forma insólita por la música electrónica de John Erik Kaada y Vilde Tuv.
De pronto, llega la primera advertencia acerca de la sátira sin piedad que se aproxima. Un flechazo —más profético y real que idílico— quebranta el sueño de Elvira (Lea Myren), raptada de la ilusión proyectada de las páginas de su libro sobre príncipes y castillos por un golpe de atención propinado por su madre, Rebekka (Ane Dahl Torp), a la que acompaña la hermana de Elvira, Alma (Flo Fagerli).
Ese golpe de realidad cambia totalmente el aspecto de la película, que se traslada repentinamente a un aspecto costumbrista del paisaje, ceñido a los preceptos de la pintura romántica alemana —algo que en los exteriores es una constante gracias a la estupenda fotografía de Marcel Zyskind—, una realidad gris e invernal que muestra a Elvira como el arquetipo de la hermanastra fea.






Las tres mujeres se dirigen hacia la hacienda de Otto (Raplh Carlsson) y su hija Agnes (Thea Sofie Loch Næss), en la que se oficiará el matrimonio que ha de sellar la unión entre ambas familias. Tras la ceremonia y correspondiente presentación de los personajes entre sí —expuestos al espectador mediante un diseño de producción, Atrezzo, vestuario y fotografía excelentes—, tiene lugar la primera reunión familiar, en una cena de ambiente distendido a la par que un tanto tétrico a la luz de las velas, una cena en la que el guion de Blichfeldt aporta pistas relativamente sutiles acerca de los diferentes roles de los personajes.
Así, en una velada distendida en la que la desaprobación de Agnes y el desprecio hacia el aspecto físico de Elvira se insinúan entre las luces tenues, la tragedia, y un breve esbozo del Body Horror que más adelante marcará el ritmo de la película, irrumpen en escena.
Tras la fatalidad llega uno de los máximos exponentes narrativos de la película. Sin decir una palabra, un Travelling lateral recorre las diferentes fases de una naturaleza muerta dispuesta a lo largo de una mesa en la que, vistas a través de una especie de cristal pálido que diluye y suaviza los colores, aparecen una serie de pistas, de datos que, aunque en ese momento pasan desapercibidos, cuentan absolutamente todo lo que ocurrirá en la película.
El cine narrado a modo de cuento extraño ha vuelto.




A partir de ese momento fatal, todo entra en una fase imparable de corrupción. Mientras el cuerpo de Otto se pudre en el altar sobre el que Agnes llora su muerte y la funesta suerte que le aguarda, Rebekka, Elvira y Alma descubren las verdaderas intenciones del difunto; la ruina cae implacable sobre sus destinos, y los verdaderos motores del mundo se ponen en marcha.
Un heraldo del príncipe heredero al trono llega a la hacienda de los nuevos condenados portando una posibilidad de salvación. Una invitación a un baile en el que el príncipe escogerá, de entre las doncellas del reino, la que será su esposa. Agnes es la más bella, Alma —en palabras de su madre, «ni siquiera sangra todavía»—, y Elvira, la hermanastra fea, la más decidida llevar a su sueño a la realidad, obtiene su pase a la gloria, la invitación al baile.
Desde ese momento, Rebekka pondrá todos los recursos a su alcance —tanto los inmediatos como los hipotéticos— para hacer de Elvira la criatura reconstruida a medida de sus necesidades, que entroncan con los sueños y ambiciones (a la postre desmedidas) de su hija. La película traza una espiral delirante en la que todo aquello que mueve el mundo real —dinero, belleza, éxito, sexo, ambición, fracaso y muerte— aparece como una galería de situaciones, personajes y lugares que solo tienen lugar en el cine imposible, ese que Blichfeldt resucitó con La hermanastra fea.







Visual y conceptualmente, esta película se debe exclusivamente al «cine-cuento» checoslovaco del que procede, pero resulta innegable —especialmente en lo que a la música y ciertas maneras promocionales se debe— que entronca con cines de otras geografías que abordan estas cuestiones con la vehemencia propia del género.
Así, al ya mencionado parentesco con La sustancia —y todas las influencias que ésta conlleva—, pueden sumarse Helter Skelter (Mika Ninagawa, 2012) y Antiviral (Brandon Cronenberg, 2012), historias unidas a esta hermanastra fea por el lazo de la autodestrucción alimentada por factores y personajes externos.
En el delirante camino hacia sus sueños, Elvira emprende un viaje plagado de pesadillas y monstruos engendrados por la sinrazón.
Clínicas de cirugía estética enloquecidas y letales como la del Dr. Esthétique (Adam Lundgren), academias de formación, protocolo social y danza para las aspirantes al trono regentadas por mujeres que custodian perversos secretos entre los que se encuentra la ponzoña definitiva, el remedio que conduce simultáneamente al esplendor y la muerte, al paroxismo que enlaza la belleza y la mutilación.











Elvira asume el remedio que ha de conducir a la enfermedad, Agnes se transforma en una involuntaria y desgraciada Cenicienta que descansa y suplica envuelta en las telas que se nutren de la descomposición de su padre, Rebekka dispara su ambición sin límites que ha de llevar a su monstruo al trono, y Alma, el único ser racional y bondadoso de este cuento enrarecido y maldito, se prepara en silencio para salvar los pedazos de su hermana cuando el mundo la haya olvidado.










Perdida ya toda noción y esperanza de cordura, la película entra en su fase más vertiginosa y próxima al Body Horror y las películas con las que establece el parentesco —aunque mantiene en todo momento y por encima de todo su naturaleza—; Elvira se entrega por completo a la locura, y el monstruo vence a la humana, ya olvidada y repudiada por el mundo que finalmente Agnes ha de conquistar.
Después, el monstruo se aleja y deja a la humana mutilada y derrotada en manos de Alma, que acoge a Elvira en su corazón todavía humano, y —como en uno de esos extraños cuentos que el cine checoslovaco soñó una vez—, parten a caballo sobre la nieve mientras el castillo se pierde entre el aliento del paisaje nevado. Como en un cuento. Como en ese cine perdido que esta película ha tenido el valor y el honor de recuperar.


Al fin y al cabo, todo resulta extraño y hermoso en La hermanastra fea. Incluso ese final en el que un heraldo de la muerte se alimenta de uno de los enloquecidos instrumentos de la ambición.
TRÁILER de película:
https://www.youtube.com/watch?v=5vZ1_Yxjwzs&ab_channel=Shudder
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Mayo 2025.
