LA SEMILLA DE LA HIGUERA SAGRADA.
EL CINE CONTRA LA REALIDAD.
El cine como arma arrojadiza contra la realidad es la base de las ficciones documentales del iraní Mohammad Rasoulof. Esto implica que inevitablemente sus películas se adhieran al drama como género matriz, en el que su última película, La semilla de la higuera sagrada, se adentra desde múltiples perspectivas que involucran tanto a los personajes como al espectador.

Desde una parte considerable del mundo occidental —no solo del anglosajón— el cine iraní es un territorio fértil, pero aún inexplorado más allá de un reducido grupo con Abbas Kiarostami a la cabeza en lo que a reconocimiento se refiere. Cierto es que desde los años 90 del pasado siglo ha experimentado un crecimiento más allá de sus fronteras, pero sus secretos permanecen más ocultos de lo que la valía de su cine merece.
Este es uno más de los motivos por los que el cine iraní responde a una naturaleza rebelde, pero la razón principal para esa agitación innata es precisamente su lugar de origen, una condición y conducta que marca definitivamente tanto la naturaleza como la suerte que corren el cine y la propia persona de Rasloulof, perseguido, repudiado y exiliado por utilizar el cine contra la realidad.
Así, la verdad hecha ficción ha trazado la senda que ha llevado a La semilla de la higuera sagrada a refugiarse en Europa —concretamente en Alemania y Francia— para poder existir; con lo cual en cierto modo el aislamiento del cine iraní ha servido para la expansión de esta película literal y políticamente suicida más allá de sus fronteras.
CAUTIVOS DEL MAL.
No existe relación alguna entre la película de Rasoulof y el título por el que se conoció en nuestro idioma aquella radiografía del interior cinematográfico que fue The Bad and the Beautiful (Vicente Minnelli, 1952), pero ese Cautivos del mal viene muy a mano para describir la situación que viven —y sufren— los personajes de La semilla de la higuera sagrada.
Najmeh (Soheila Golestani), Rezvan (Mahsa Rostami) y Sana (Setareh Maleki), esposa y dos hijas de Iman (Missagh Zareh), viven atrapadas social y emocionalmente en la red que el trabajo de Iman al servicio de la teocracia gubernamental iraní teje sobre el país en general y la familia protagonista de esta ficción basada en la realidad.


El aspecto documental —tanto desde el punto de vista realista como desde el cinematográfico— está presente en prácticamente toda la película, pero la narrativa de Rasoulof se pone indudablemente al servicio del cine.
Tras la cita inicial que sirve a modo de explicación y advertencia, una serie de planos detalle anticipan información acerca de las futuras claves de la película. Las balas que caen sobre la mesa, la mano que las recoge, la que tiende el bolígrafo que la mano que ha recibido la munición rechaza para firmar un pacto oculto a ojos del espectador… Rasoulof comienza su película cerrando la realidad a una serie de planos detalle que esbozan —como una especie de aproximación al MacGuffin— los elementos que más tarde han de controlar el destino de la película y sus protagonistas.
Iman forma parte del sistema judicial y de investigación del gobierno iraní. Es un hombre religioso y leal a la teocracia del país, pero al mismo tiempo se muestra abierto a escuchar y dialogar con las mujeres de su familia, especialmente sus hijas, cuya disidencia con el régimen y su represión aumenta totalmente fuera de su control, a pesar de contar con el apoyo de su esposa Najmeh, entregada a la versión de la realidad emitida por televisión y opuesta a los argumentos de sus hijas siempre en favor de Iman y las costumbres tradicionales.
El ascenso de Iman en su carrera a juez le obliga a formar sentencias sin la necesidad de pruebas, lo cual ejerce una presión sobre el personaje que no hará más que crecer, pues su nuevo cargo pone a su disposición la pistola que abre la película —con ese tácito acuerdo con el diablo firmado en el contrato—, y pone a disposición del régimen su intimidad y los actos públicos de su familia, pues ahora corren el riesgo de aparecer en listas públicas que faciliten las intenciones de aquellos que pretendan vengarse de las sentencias firmadas.
De esta forma, los miembros de su familia ceden su libertad a cambio del anonimato que los mantenga a salvo de las acciones del gobierno firmadas por Iman, atrapado entre su lealtad y religión, su humanidad, conciencia y sentido de la justicia y el temor por su familia que, poco a poco se desintegra ante la sucesión de hechos terribles.
Rasoulof engrana con gran habilidad los casi 180 minutos de metraje a o largo de los cuales todo lo que ocurre toma el tiempo que necesita sin mermar el ritmo de la película.
A través de imágenes que cualquier ciudadano puede obtener en la calle —como algunos de los hechos reales que motivan el componente documental de la película—, la familia de Iman se descompone, especialmente en base a dos hechos: la agresión que sufre Sadaf (Niousha Akhshi), una amiga de Rezvan herida durante unos disturbios en la calle derivados de unas protestas universitarias, y la misteriosa desaparición de la pistola de Iman, algo que puede provocar su descrédito total ante las autoridades e incluso condenarlo a prisión.







Hasta la irrupción en la historia de Sadaf y el cisma familiar que ha de suponer la desaparición del arma, el guion —escrito por el propio Rasuolof— cumple con la que resulta ser la mejor de sus virtudes de forma muy sutil, pues logra que el espectador (sin pararse a pensarlo demasiado) empatice en mayor o menor medida con todos los personajes, pues todos mantienen el equilibrio a base de argumentación y escucha de las razones expuestas.
Obviamente, Iman y Najmeh juegan con desventaja debido a su adhesión al régimen y su tendencia a la desinformación, pero Rasoulof los presenta con habilidad, de forma que sus argumentos hacen que podamos comprender sus posturas ante el dilema al que se enfrentan, poco a poco la familia se desgarra y la situación escapará a cualquier tipo de control o razonamiento, pero el largo tramo intermedio de la película prepara al espectador para ver a todos los personajes como lo que son en realidad independientemente de sus ideas e implicaciones: víctimas de un sistema de gobierno destructor.
Todos viven cautivos del mal.
De pronto, el arma que sirvió como pacto invisible al inicio de la película desparece para no abandonar la escena, el MacGuffin detona la situación y la película abandona el ritmo pausado, la escucha, argumentación y empatía de los personajes. Todo se desintegra, la familia emprende una huida sin retorno y el drama sosegado se convierte en un Thriller contenido, en una especie de Survival entre la propia familia.
La ciudad y su forma de vida y tecnología moderna que apenas logra combatir los preceptos dogmáticos y primitivos de la supuesta civilización desaparece por completo en el pueblo natal de Iman al que la familia huye para protegerse de posibles represalias y en el que, irónicamente, se destruirá a sí misma a manos de Iman, totalmente enloquecido y entregado a las costumbres primitivas a las que servía al mismo tiempo que intentaba huir.







En el regreso al desierto y las cavernas, Iman cede completamente su humanidad a la sinrazón y sus reglas, y un delirante juego de supervivencia en las grutas que ahora sirven a la película como laberinto precipita la acción hacia un desenlace que —junto a este arriesgado tramo final— ha supuesto no pocos detractores, sin embargo yo creo que la decisión resulta totalmente acertada y el cambio de ritmo y rumbo le sientan estupendamente a la película.
En cualquier caso, esta semilla de la higuera sagrada es una magnífica forma de exponer que, cuando todos los personajes viven cautivos del mal, todos tienen motivos que podemos comprender, aunque necesitemos un final que —a la manera de un extraño Western iraní— haga justicia mediante un nuevo y extraño duelo al sol.
TRAILER de la película:
https://www.youtube.com/watch?v=mu3NgYwltUM&ab_channel=BTEAMPictures
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2025.
