LA ESPERA. F. JAVIER GUTIÉRREZ Y EL CINE MARGINAL.
La espera es la última película hasta la fecha de F. Javier Gutiérrez, uno más de los directores que vive exiliado en los márgenes del cine español. Vive exiliado literal y figuradamente, pues tras la muy considerable y poco considerada 3 días (2008), se adentró en las aguas turbias del universo «Ringu» en su versión estadounidense, aportando a la franquicia su película Rings (2017), totalmente olvidable, sí, pero no muy distinta en cuanto a calidad del resto de la saga fabricada a medida en Hollywood.

El resto de la filmografía de Gutiérrez no ha puesto tierra de por medio, pero transcurre por veredas apartadas de las luces de neón. Es el suyo —incluso sin meterse en los arrabales— un cine marginal, condición elevada a la máxima potencia en La espera.
NI SANTOS, NI INOCENTES. RAZAS DE NOCHE A PLENO SOL.
No es que se haya hablado demasiado de esta película —el cine español de terror es sinónimo de suicidio—, pero sí ha sido relativamente unánime la mención a Los santos inocentes (tanto a la novela de Miguel Delibes como a la adaptación cinematográfica de Mario Camus), lo que no es de extrañar, obviamente, pues en cierto sentido la película de Gutiérrez se mete de lleno en los arrabales, no ya de las ciudades —que aquí son un sueño imposible— sino de la existencia misma.
La espera es, ante todo, una película hecha por y para los márgenes. Sin embargo, no creo que la comparación se sostenga en base a un intento por parte de nadie en sus cabales de acercarse siquiera a las inmensas obras de Camus y Delibes. No se trata en absoluto de equiparar esta película con esas cotas inalcanzables, es simplemente un punto en común a la hora de basar la historia en torno a la miseria, tanto la económica como la emocional.
Además, vista desde una óptica que contemple la camaradería en su vertiente más pérfida y abocada a la tragedia y el delirio, La espera puede entroncar con otras cumbres del cine español a las que no pretende emular —La caza (Carlos Saura, 1966)— por ejemplo, y, como buen director que ha trabajado en dos extremos del mapa y frecuenta el inframundo y la Serie B, Gutiérrez también puede ligar su película en un sentido no tan metafórico y un tanto físico con aquella crónica de los desterrados marginales que fue Nightbreed (Razas de noche, Clive Barker, 1990).

La espera puede trazar ciertas líneas paralelas con esas películas, pero tanto en el terreno de la conducta servil que tarde o temprano ha de provocar una rebelión, como desde la deformación del concepto de grupo —o amistad—, y aquellos que viven al otro lado de cualquier tierra en la que poder establecer un hogar, la película de Gutiérrez muestra y defiende su propia identidad.
Los seres que pueblan esta historia se deben al único elemento que los destruirá al mismo tiempo que los mantiene con vida. «La tierra es familia… si traicionas a tu familia la tierra te maldice».
Tras una cita bíblica por escrito que actúa —muy a propósito— a modo de profecía sobre el elemento fundamental de la historia, una voz profunda sentencia, y la película comienza. La voz no revela su rostro —como si se tratase de una deidad ofreciendo un pacto a los humanos, como un discreto acercamiento al mito de Fausto—, se limita a jugar visual y verbalmente con la fuerza definitiva de la historia (ese terrón de azúcar blanco que poco a poco se vuelve del color de la tierra no resulta en absoluto casual).
Así, desde el primer instante, La espera se apega a la tierra, pues esa es la clave de este ejercicio suicida que mezcla el terror con el drama social y el Western.
La película comienza con una fuerza desatada basada precisamente en la contención que alimenta el instinto de los personajes y el espectador; ambos esperan la llegada de un acontecimiento trágico, algo gestado en la miseria y la suciedad que enturbia la piel y la mente. El sudor y el polvo del ambiente cargan los cuerpos y los rostros de los protagonistas, y el antiguo brillo enfermizo asoma a los ojos de nuevo, mientras todo es una sugerencia, una premonición de un mal todavía incierto pero siempre terrible.
«¿Bebes?», le pregunta la figura invisible al cuerpo consumido que vemos en pantalla. «Ya no», responde éste conteniendo a duras penas el pasado que asoma como un brillo tenue en sus ojos y ha de regresar al lugar en el que no hay futuro. Esa voz inicialmente invisible pertenece a Don Francisco (Pedro Casablanc), y el rostro enjuto y a la vez humedecido por el sudor que devuelve una mirada entre temerosa, servil y alucinada revela la identidad de Eladio (Víctor Clavijo).
Lo que vemos y oímos en la secuencia de apertura muestra un ambiente sensacional, debido a un Atrezzo, vestuario, maquillaje y diseño de producción estupendos, y muy especialmente a dos de las mejores bazas de la película: la fotografía de Miguel Ángel Mora —reforzada por el magnífico trabajo del colorista Raúl Lavado— y todo el equipo de sonido, que hacen de la espera el factor principal de la película en general y esta secuencia en concreto. La inmundicia y la tragedia se hacen palpables gracias en gran parte a ese sonido que anuncia la fatalidad, que parece prometer un estallido salvaje.
La espera comienza con una fuerza arrolladora, y así se mantiene durante un tiempo considerable, que sirve además para presentar tres personajes fundamentales sobre los que se sostiene el ambiente sórdido e irrespirable de este Western: Marcia, la esposa de Eladio (la interpretación y manejo del silencio por parte de Ruth Díaz son maravillosos), su hijo Floren (Moisés Ruíz) y Saulo (Antonio Estrada), un personaje a caballo entre la amistad y los terribles acontecimientos futuros, que muestra una cercanía especial — insinuándose como una especie de padrino— hacia Floren.




La espera crea sensaciones en su inicio que convierte en promesas; el factor telúrico se mezcla con los pactos tácitos de sangre y la forzosa alianza entre los caciques y los siervos condenados a la miseria ponen en juego esos santos inocentes que no son ni lo uno ni lo otro, algo que se hace patente con la aparición de Don Carlos (Manuel Morón), el personaje que detona la munición que el espectador espera.




Pero desafortunadamente hay en esta espera varios obstáculos en el camino.
La película tiene puntos fuertes, y no pocos —especialmente en lo que respecta a la valentía de su propuesta y parte del desarrollo—, pero padece problemas serios en el manejo de la contención y los cambios de registro de algunos personajes en lo que a su naturaleza salvaje inicial se refiere.
Es cierto que el espíritu suicida de la película y el rendimiento al máximo de su limitado presupuesto son admirables, es cierto que todo cuanto he dicho antes genera la máxima expectación y que el placer de la anticipación se impone, es decir, como espectador quieres que la película no baje el ritmo nunca —el problema no está en el ritmo contenido, en ese sentido es impecable—, y por supuesto, también soy consciente de que los obstáculos que me he encontrado son decisiones de dirección, no errores derivados de un trabajo fallido.
Pero lo que yo aguardaba de esta espera era una mezcla entre un Western y el Folk-Horror que llevase los elementos característicos de éste lejos de sus acostumbrados bosques del norte, envueltos en niebla y misterio, a un terreno extendido hasta el infinito, yermo, sucio y tan cruel como el sol que aplasta a los protagonistas y los convierte en seres sucios, primitivos y (llegado el caso) extremadamente salvajes.
El problema con la película no está en el ritmo, de hecho la <<cocción lenta>> es un gran recurso la mayor parte de las veces. Lo que he echado mucho en falta ha sido un comportamiento más primario en los momentos álgidos, algo más cercano a la visceralidad y el embrutecimiento mesetario que a la contención protestante del Folk-Horror anglosajón.
Más gritos de rabia, miedo y desesperación rendida a la miseria sucia y salvaje fuera de cuadro en ciertos planos, situaciones que pedían rostros descompuestos y ojos inyectados en sangre hirviendo cuando la tragedia se impone y el Western ha de conducir el drama a un terror fascinante por insólito y arriesgado. Más de todo aquello que se prometió y menos dicciones perfectas hacia las que los personajes viran de forma inesperada, inexplicable y decepcionante.






Es ahí, en esa concesión, donde el poder de la película decae, y no en su viraje hacia el terror sectario y apegado a la tierra y su ejército de siervos malditos bajo el mando del señor de un cortijo que ostenta su poder en base a la miseria de la que resulta imposible huir. Es el medio y no en los extremos que ojalá no hubiese abandonado donde la película cede su poder.
Pese a todo, creo que La espera es un título necesario para el cine español, un acto suicida y encomiable con una gran producción y rebosante de ideas valientes. Subjetivamente me parece una lástima, porque creo que con dos o tres decisiones de dirección más afiladas habría sido una salvajada indiscutible.
En cualquier caso, objetivamente hay motivos más que suficientes para aplaudir y disfrutar de esta espera. De la tragedia de estas razas de noche a pleno sol.
Película disponible en FILMIN:
https://www.filmin.es/pelicula/la-espera#details
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2025.