EXHUMA. EL ASCENDENTE FANTÁSTICO DE JANG JAE-HYUN.
Exhuma (Pamyo si se extrae directamente de su lengua original), supone el paso más firme hasta la fecha en el cine perlado de elementos sobrenaturales y de terror que el surcoreano Jang Jae-hyun viene haciendo en la última década.
Con un cortometraje, 12-beon-jjae bo-jo-sa-je (2015) y cuatro largometrajes: Geomeun sajedeul (2015), Si-gan-wi-ui jib (2017), Sabaha (2019) y este último, Exhuma, Jang Jae-hyun ha demostrado que si bien su base puede centrarse en ciertos temas familiares y sociales, su ascendente cinematográfico es indudablemente fantástico, sobrenatural y terrorífico.
Con estos mimbres sociales —y especialmente familiares e histórico-políticos en lo que a las complejas relaciones entre Corea del sur y Japón se refiere—, el director surcoreano elabora un estupendo (en líneas generales) cuento de terror en el que los personajes de corte contemporáneo se enfrentan a las milenarias tradiciones pobladas por demonios y fantasmas orientales, al mismo tiempo que se alimentan de ellas, tanto de las sobrias como de las que se entregan a la fantasía desbordante.
Exhuma encuentra en el contraste el equilibrio que desatará el caos.
DE LEGADOS Y MISCELÁNEAS ORIENTALES.
Aunque tal vez sea la más desconocida de las cinematografías orientales, la surcoreana tiene una larga historia, no comparable en cantidad de obras capitales con la que ostentan Japón y China, pero sí de un gran crecimiento en lo que llevamos de siglo XXI.
La de Jae-hyun no es la primera película actual con la que el cine surcoreano se adentra en el terreno de los espectros ancestrales, chamanes con los que se comunican, y una trama que conduce el terror sobrenatural por la senda de la investigación policial. Desde aquella magnífica Goksung (The Wailing o El extraño, Na Hong-jin, 2016), Kuru (It Comes, Tetsuya Nakashima, 2018) y, más allá de las fronteras coreanas, la tailandesa The Medium (Banjong Pisanthanakun, 2021), aplicaron fórmulas similares, pero con resultados notablemente inferiores.
Con Exhuma, Jang Jae-hyun se aleja de los caminos del Thriller policial para llevar este extraño caso por la senda del forzado equilibrio entre los poderes ancestrales (sobre)naturales y ciertos dilemas sociales actuales. Una de las cuestiones recurrentes y fundamentales de la película es el equilibrio alcanzado mediante el contraste, no es por casualidad que el Feng shui y el yin yang supongan el escenario sobre el que las fuerzas han de actuar.
El último miembro nacido en una adinerada y antigua familia padece una extraña enfermedad que amenaza su vida. Su padre y actual líder de la familia, Park Ji-yong (Kim Jae-cheol) contrata a una joven con dotes sobrenaturales, Lee Hwa-rim (Kim Go-eun), quien con su ayudante Yoon Bong-gil (Lee Do-hyun) descubre la presencia de una fuerza maligna que pretende acabar con la vida del recién nacido.
Para combatir y aplacar ese mal —que no es otro que el espíritu del abuelo del niño—, la joven pareja de chamanes recurre a unos viejos conocidos. El geomante Kim Sang-deok (Choi Ming-sik) y su socio funerario —que forma la parte más práctica de la sociedad—, Go Yeong-geun (Yoo Haen-jin). El geomante y su socio se dedican a estudiar las condiciones de la tierra en la que descansan los muertos y, llegado el caso si las condiciones lo permiten, realizar la exhumación que, o bien aplaque a los espíritus, o bien permita obtener beneficios económicos de la tierra.
Desde el inicio de la película, Jae-hyun recurre al contraste entre la filosofía imperante en la vida moderna que impone la inmediatez con la que los jóvenes chamanes pretenden obtener rédito de la situación, y la cautela milenaria con la que el geomante aborda ciertos lugares habitados por fuerzas ancestrales que parecen haber sucumbido a la superstición.
También desde el inicio, el autor traza otra línea, más sutil, pero que mantendrá a lo largo de toda la película: las tensiones —tanto las antiguas como las heredadas— entre Corea del sur y Japón, algo manifiesto tanto en nuestros días (en el avión en el que los chamanes viajan a Estados Unidos para reunirse con la familia afectada, Lee debe aclarar a una azafata que es coreana), como en las ancestrales, cuando —primero el fantasma del abuelo, adepto a la adhesión al imperio japonés— castigue a su familia, y más tarde, cuando el verdadero espectro que se alzará como un demonio desate su poder sobre la tierra que pretende gobernar.
Una vez aceptado el encargo —a pesar de la reticencia inicial del geomante, enfrentada a la ambición del resto del grupo, y rendida a la desesperación del padre— la familia del recién nacido y la especie de cortejo sobrenatural que forman los chamanes, el geomante y su socio, acceden a la montaña en la que se encuentra la tumba del abuelo, un extraño terreno rodeado de presagios; en el camino podemos ver una señal indicando el camino hacia el hogar de un monje, y ya en la montaña, la inquietante presencia de una manada de zorros que parecen proteger y temer aquello que descansa en la tumba.
Esta serie de acontecimientos previos no hacen más que avivar las dudas del geomante, cuya intuición y advertencias son respaldadas por los miembros más antiguos de la familia e ignoradas por el resto de los protagonistas de este insólito cortejo fúnebre que, mediante una elaborada ceremonia en la que la sensacional interpretación de Kim Go-eun contrasta su pasión juvenil un tanto irreverente con la solemnidad que requiere un acto tan delicado, abre el camino hacia un inframundo habitado por una fuerza mucho mayor de lo que hasta la más cauta de las mentalidades entregadas a la superstición podría esperar.
Una fuerza que revela su existencia mediante un extraño presagio, fuera ya del alcance de la visión de los chamanes y el geomante, pero expuesta a la vista de uno de los operarios que cavan en busca de la tumba, involuntario y futuro protagonista de la maldición que dormita bajo tierra…
Tras la exhumación, la película entra en su tramo más rendido al terror contemporáneo. Así, el espectro telúrico responde a una serie de negligencias humanas que —de nuevo en base a la codicia y la tentación— otorgan todo su poder al fantasma del abuelo, que no ha sido conducido a su descanso de la forma adecuada (la lluvia desatada como presagio lo impide) y es liberado de su féretro. Más poderoso que antes de la exhumación planeada para acabar con él, viaja al otro lado del mundo, para mostrarse como un espejismo alucinado y fugaz entre las ventanas que reflejan las luces de neón del mundo moderno, que sirven a modo de tumba para los descendientes del fantasma, al fin libre para vengarse. Sin embargo, solo conseguirá llevar a cabo una parte de su venganza, pues el primer acto de la película concluye en cierto sentido como una historia independiente, con una nueva intervención del geomante y los chamanes, que derrotan al primer espectro de esta historia.
Es cierto que este primer acto de la película funciona muy bien, y que podría haber supuesto un final en el que la segunda presencia fuese una mera insinuación; es decir, ese tramo podría haber sido todo y la película habría servido perfectamente como entretenimiento. Pero a pesar de que continuar la historia alarga el metraje y en ciertas ocasiones la película parece decaer, la segunda parte y su entrega por completo a la fantasía, ciertas dosis de épica y el protagonismo absoluto de una suerte de «demonio Samurai», llevan esta historia a su punto álgido, justo antes de caer en un epílogo completamente innecesario.
Tras el dominio espectral al que dio paso el drama familiar con ciertos tintes de Thriller policíaco, la película aborda un breve tramo en el que la investigación por parte del geomante pone en juego un nuevo personaje. El monje que habita en la casa indicada en aquella señal inicial, que revelará a esta suerte de «cazadores de fantasmas» el camino definitivo hacia aquello que los primeros indicios —zorros, la serpiente, la fuerza no identificada pero siempre presente en los poderes sensoriales de Lee—, este tramo supone un ligero lastre en la película, pues por una lado las investigaciones son necesarias, y el hallazgo de un nuevo, misterioso y gigantesco sarcófago resulta muy interesante, pero por otro cede demasiado al exceso de información mediante la explicación de su origen y la conexión con el primer fantasma, que se podría haber omitido perfectamente, dando a la película un tácito carácter episódico.
En cualquier caso, la espera no tarda en obtener su recompensa. El segundo acto estalla en una miscelánea de fantasías y legados orientales, la película carga todo su peso en un demonio guerrero de fuerza y dimensiones colosales que conduce a los protagonistas al abismo.
En este acto, la épica del espectro es demoledora, y Jae-hyun se sirve tan hábilmente del acervo fantasmal oriental que resulta imposible disociar la película de la influencia sobria y enigmática de una de las obras maestras monumentales del universo de terror nipón, Kwaidan (Masaki Kobayashi, 1964) —cuyo legado se refleja en los rostros y los cuerpos de los médiums—, y de la fantasía delirante y desbordante del Wuxia chino, de la que está plagada Sien nui yau wan (Una historia china de fantasmas, Ching Siu-Tung, 1987), con la que Exhuma entronca en más de un sentido.
Así, mezclando el poder telúrico del «Folk-Horror» con el universo de los Yōkai y los Oni, entre monjes sabios y contemporáneos, monjes ancestrales traidores y malditos, espectros protectores o vengativos, un Ronin oscuro con enloquecido afán guerrero, sarcófagos gigantes, chamanes, geomantes, zorros centinela que custodian tierra condenada, y bolas de fuego voladoras que desatan el poder definitivo, Exhuma sugiere y alcanza su máximo potencial para, en su tramo crepuscular en manos ya de los seres únicamente humanos, caer en una falta total de interés.
Pero esa, la del epílogo, es una historia que no merece ser contada. El verdadero poder de la película no está en manos de los humanos.
Película disponible en FILMIN:
https://www.filmin.es/pelicula/exhuma
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2025.