LA BESTIA. BERTRAND BONELLO,
OTRA VUELTA DE TUERCA HACIA EL ABISMO.
La bestia según Bertrand Bonello, que parte de la literatura de Henry James, y parece dispuesta a unir los horizontes del drama y la ciencia-ficción, funciona en su fragmentada composición como un ente único, como una especie de «película-artefacto» capaz de descomponer el tiempo que, al liberarse de la concepción que el humano le ha dado, distorsiona los espacios en los que la vida cede su poder a la inteligencia que tal vez podría suponer la extinción de su especie creadora.
Bonello, que ha centrado su cine más reciente en la dispersión y deformación de los espacios desde los que contemplar cómo el mundo moderno se descompone debido a factores que en realidad siempre han existido, llega en esta bestia a lo que tal vez podría considerarse como la fuerza que surge de la unión de sus últimas obras: Sarah Winchester (2016), Nocturama (2016), Zombi Child (2019) y la sujeta a los dictados de la última pandemia que el mundo ha padecido, Coma (2022).
Sin embargo, La bestia no se alimenta exclusivamente de presentes que auspician la imposibilidad de futuro. El pasado juega un papel fundamental en esta película, con lo cual se establece una conexión con aquella crónica de Bonello sobre la oscuridad en la que se escondieron ciertos hábitos del «Fin de siècle» que supuso su película más reconocida: L’apollonide. Souvenirs de la maison close (Casa de tolerancia, 2011).
La bestia es, inevitablemente, una cuestión de tiempos y espacios en los que, ante la perdición, perdura la búsqueda de ciertos sentimientos. Es decir, es una cuestión muy compleja, tanto como una nueva vuelta de tuerca hacia el abismo.
LO IMPORTANTE ES AMAR.
En 1975, el cineasta polaco Andrzej Żuławski elaboró uno de sus cuentos imposibles, del que surgió una historia de amor que en su delirante y lacerante fantasía sentenció el título y la máxima de la película: Lo importante es amar.
Medio siglo después de aquella forma insólita y enrarecida de abordar el amor, La bestia de Henry James según Bonello acecha, y los pocos actores que interpretan múltiples personajes, anhelos infinitos y pasiones tan ancestrales como primarias y complejas buscan sin cesar, sin plegarse a los dictados del tiempo y el espacio que separa la misma existencia en tres etapas distintas.
El amor es real en esta fantasía, pero esa bestia que acecha y en el pasado fue un delirio fantástico es ahora la única realidad que ejerce su poder sin piedad, y su poder es precisamente el de anular los vestigios de humanidad, de la escasa personalidad que sobrevive en un mundo dominado por la inteligencia artificial.
Sobre esa realidad que todo lo anula comienza la proyección de esta sombra invisible. Rodeada de cromas sobre los que más tarde se construirán las ilusiones reales, una de las etapas de la vida de Gabrielle Monnier (Léa Seydoux), esa etapa intermedia en la que la protagonista intenta sobrevivir como actriz, aparece en escena para desparecer desintegrada en poder de la bestia que en ese momento el espectador desconoce.
Así comienza una odisea que gira en torno a la obra de Henry James, y quebrantando las leyes del tiempo y el espacio expone los paisajes de lo que al fin y al cabo es el viaje de la humanidad. La bestia humana que sueña y retrata Bonello fue nuestro depredador en el pasado, lo es en el presente y lo será en el futuro.
En el ¿posible? año 2044, el recipiente futuro de Gabrielle Monnier se debate ante la inteligencia artificial —que en ese presente es al mismo tiempo la voz y el amo— entre conservar su existencia y perder todas sus opciones, o ceder a la voluntad de la máquina, renunciar a su débil humanidad y convertirse en una herramienta de trabajo plenamente eficaz.
A cambio —tanto ella como el espectador— podrán contemplar qué guarda el tiempo pasado en el espacio, un espacio que en este segmento se alía con el rostro melancólico de Léa Seydoux para entroncar con las sensaciones generadas por la también insólita aventura de amor distópico que Jonathan Glazer contó en Bajo la piel (2013).
Esta encrucijada en la que la humana se debate en las garras de la bestia sirve a Bonello para proyectar los recuerdos de los tiempos y espacios pasados que Gabrielle habitó, marcados por la frustración, el miedo a la soledad y el fracaso y, por encima de todo, el amor letal que buscó, halló y padeció junto a Louis Lewanski (George MacKay). El tiempo y el espacio de Gabrielle se fragmentan en tres etapas: la primera transcurre en París, durante las inundaciones provocadas por el desbordamiento del Sena en 1910.
En esta etapa Bonello retrata a Gabrielle como el paradigma de las muñecas que fabrica su esposo y que han generado los beneficios que les permiten mantener su privilegiado nivel de vida. En una exposición de arte, mientras Gabrielle deambula entre los salones en busca de su esposo, al que no ama, encuentra a Louis, que no es otra cosa que el amor que busca y que, ahora que ha encontrado, supondrá el fin. Lo cierto es que resulta difícil no establecer conexiones entre lo que ocurre en este salón y el comienzo de la última de las obras maestras de Stanley Kubrick, Eyes Wide Shut (1999).
Tras el encuentro del que surge amor, las consecuencias se desencadenan y el matrimonio original se desvanece en favor de la fantasía hecha realidad. Entre noches de insomnio y cartas de despedida, Gabrielle se aleja de la vida que ha conocido. La fábrica de muñecas se consumirá —igual que el amor de Gabrielle y Louis— entre el agua de las inundaciones y el fuego que provocan, fuerzas paralelas a la pasión entre los dos amantes que, huyendo del fuego se sumergen en el agua que se apropia del espacio y ahora paraliza el tiempo sobre el que los amantes, ya liberados de la vida que les negó la felicidad, flotan a salvo de sí mismos.
Tras el espléndido primer espacio en el que el tiempo de esta historia se consume, el ambicioso y salvaje reflejo en el espejo que La bestia pone ante la humanidad y sus prolongaciones artificiales muestra su vida y voluntad propias, y la línea temporal que Bonello difumina a favor de la confusión muestra sus diferentes formas a lo largo de los años.
Así, a través de los años que van y vienen en un solo recinto cuyo ambiente parece directamente extraído del universo onírico de David Lynch —en ese sentido, el del espacio definitivo que supone el local nocturno, la visión de Bonello entronca muy significativa y curiosamente con la otra adaptación que de la obra filmó Patric Chiha, La bestia en la jungla (2023)—, la película transcurre como una especie de materia suspendida en un sueño.
A través del tiempo, ese espacio fantástico creado a medida por la nueva y destructiva realidad proyecta las otras existencias de Gabrielle y su eterno deseo de amar, siempre ligado a la figura de Louis, que —como la muñeca original que en el futuro cobra vida y pretende seducir y amar a Gabrielle— cruza las fronteras del tiempo y el espacio, de todo aquello que es posible, para amar y morir junto a todo aquello que ama.
Ante la bestia, la capacidad suicida del humano para someterlo a todo al espejismo del progreso evoluciona sin cesar, pero el humano no, éste permanece en la oscuridad, y las preguntas que formulan los dioses que ha creado, sencillamente no tienen respuesta.
Por suerte, La bestia de Henry James y Bonello no es una cuestión sencilla, ni enfrentarse a ella resulta cómodo. Pero es fascinante pararse a contemplar este retrato sobre la perdición a la que conduce y al mismo tiempo se opone la única conclusión válida para sus personajes: Lo importante es amar.
Película disponible en FILMIN:
https://www.filmin.es/pelicula/the-beast-la-bestia
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2025.