Lucía Scarpa.
El mundo en el que Lucía Scarpa vivía, el que podía ver desde la ventana de su prisión, no guardaba ningún parecido con aquel del que le hablaban sus padres cuando era una niña.
El exterior se había convertido en un lugar vacío. Un silencio cruel lo envolvía todo, el mundo se había convertido en un animal al acecho, un depredador que contenía la respiración y permanecía inmóvil esperando la oportunidad para atacar a sus presas, a sus habitantes, a los culpables de aquella destrucción de la que ahora se refugiaban en el interior de lo que una vez fueron hogares y ahora no eran más que celdas desde las que contemplar las consecuencias de sus actos.
En el mundo de Lucía Scarpa, todo ocurría tras los muros de la prisión, el agua se extraía del aire de forma artificial, y el que no se consumía para respirar y fabricar agua, era devuelto al exterior donde parecía hacerse visible, denso como el aliento de un animal que esperaba paciente.
En aquel mundo, los colores se habían diluido en el olvido, los árboles y las plantas se habían perdido en las viejas historias que ya nadie contaba, y los edificios extendían sus raíces metálicas bajo un suelo sediento. Raíces por las que circulaba el combustible con el que movían su poderosa maquinaria, la cual mantenía activo el cadáver del planeta.
En el mundo de Lucía Scarpa, los sueños estaban prohibidos, pues más allá de los muros, oculto tras los dientes del depredador y flotando en su aliento, había algo que se alimentaba de los malos recuerdos, de las ilusiones muertas, del pasado perdido que no daría paso al futuro. En ese mundo, tanto la nostalgia como la esperanza alimentaban aquello que nadie podía ver, oír o nombrar.
La mañana del primer día de verano, Lucía bajó a los sótanos de su prisión para comprobar el funcionamiento de las raíces y el nivel de agua y oxígeno, pues en eso consistía el trabajo de los habitantes de cada bloque, pero no vio absolutamente a nadie. El combustible fluía por las raíces y los enormes engranajes que hacían girar el mundo se movían con su habitual ruido ensordecedor, pero allí no había nadie, solo ella y el corazón del planeta que latía sin cesar.
Desconcertada, regresó a su celda y buscó por los pasillos, llamó a todas las puertas sin obtener respuesta, sencillamente, la gente había desaparecido.
Durante seis días repitió el recorrido tras cumplir con su trabajo obteniendo el mismo resultado, todo el mundo había desaparecido. Al séptimo día llegó a una conclusión que no pudo discutir con nadie: estaba sola. Tras ella quedaba el mundo, girando con su sonido atronador, y ante ella, un posible nuevo origen, un camino por recorrer, un depredador al que enfrentarse.
Tal vez ella pudiese empezar de nuevo, o tal vez el depredador lanzase su ataque provocando la extinción de las dos últimas especies con vida. Tal vez ambos pudiesen empezar de nuevo, o quizá todo terminaría allí.
Aquella mañana del séptimo día de verano, Lucía Scarpa pensó sin temor en sus recuerdos, alimentó al depredador y caminó sin dudar hacia el principio del fin.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
©David Salgado. 2021.
©24 sombras por segundo. 2021.