IVY MILTON.

Ivy Milton.

La mañana del diciesiete de octubre de su décimo año de vida, un grupo de seis hombres se presentó en casa de Ivy Milton con una sola intención: matar a su madre. Seis hombres, un crimen y ninguna respuesta a las innumerables preguntas que Ivy formuló con su mirada a los asesinos.

Durante varios días, Ivy observó el cuerpo de su madre. El polvo del camino flotaba suavemente mecido por el viento que refrescaba los aún calurosos días, cuando el viento seguía su camino y el polvo descendía posándose sobre la madre de Ivy, la sangre de sus heridas se secaba, sepultada por el sudario que el polvo iba confeccionando.

Fue así como la madre de Ivy tuvo el entierro más largo, leve y solitario que nadie había tenido en aquel lugar. Ningún vecino asistió, nadie rezó una oración por su alma ni cavó una fosa en la que enterrarla.

Sencillamente, la señora Milton se convirtió en polvo mientras el polvo cubrió su cuerpo, al mismo tiempo que su hija Ivy desarrolló ante la tumba materna el rasgo por el que todo el pueblo la conocería: una obsesión irrefrenable por saber, por obtener cualquier tipo de conocimiento.

Dado que nadie se había molestado en darle explicaciones acerca del asesinato y la tumba abierta de su madre, Ivy decidió dedicar su vida a indagar, a experimentar constantemente el placer del descubrimiento. Pero Ivy Milton era especial, una de esas personas con las que prácticamente nadie tiene la oportunidad de toparse. Podría decirse que Ivy Milton era la excepción que confirmaba cualquier tipo de norma.

Todo el pueblo sintió lástima por su madre y desarrolló afecto por Ivy, aunque nadie comprendió nunca su extraña forma de pensar.

Ivy Milton había decidido no sufrir ni un solo día más, y dado que el aprendizaje le proporcionaba una felicidad plena, llegó a una extraña pero casi incontestable conclusión: leería todo aquello que cayese en sus manos, buscaría todas las respuestas a sus preguntas en los libros, y para evitar que llegase el día en el que no hubiese más preguntas por responder y la vida perdiese su significado, Ivy decidió beber hasta olvidar lo que había aprendido.

Todos los días, Ivy se hacía preguntas, leía las respuestas, alcanzaba la felicidad al mismo tiempo que la sabiduría, y bebía hasta olvidarlo todo. Al día siguiente no recordaba nada de lo aprendido el anterior, y al tener que aprender de nuevo, la felicidad no hacía más que perpetuarse.

Así era Ivy Milton, alguien a quien nadie comprendía, pero a quien nadie podía discutir la perfecta lógica de su decisión.

Nadie supo jamás el motivo por el que Ivy decidió abandonar el lugar donde su madre murió sin tumba, pero el día de su marcha todo el pueblo acudió a la estación para despedirse de su habitante más especial. Aquel día, Ivy se puso el vestido de novia de su madre, cortó un ramo de las azaleas que había aprendido a cultivar en un tratado de jardinería que no recordaba cuando había leído, guardó todas las botellas de licor de cereza que le quedaban junto con sus libros, cerró la puerta de casa con llave, retiró el polvo de los huesos de su madre, dejó la llave a su lado y se marchó sin mirar atrás.

Cuando llegó a la estación, un joven empleado de la compañía de ferrocarriles Patson & Dickinson le preguntó qué tren deseaba coger, Ivy se encogió de hombros y sonrió como sonríen quienes conocen la clave de la felicidad, con una franqueza que el muchacho no comprendió.

Ivy compró el billete del primer tren que se detuviese en aquella estación, el destino le traía sin cuidado, después de todo, al día siguiente lo habría olvidado todo para poder aprender de nuevo.

La mañana del diecisiete de octubre de su octogésimo año de vida, un grupo de vecinos se presentó en la estación de ferrocarril para despedirse de la única habitante que había logrado darle algo de sentido a sus malditas vidas. Ivy Milton sonrió ilusionada, regaló su ramo de azaleas a la maestra del pueblo, ocupó su asiento, abrió un libro y una botella, leyó, bebió, y el tren partió hacia un lugar donde seguir olvidando como ser infeliz.

Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES

©David Salgado. 2021.

©24 sombras por segundo. 2021.

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