Arnette Campbell.
Nadie supo jamás que ocurrió la noche en que Arnette Campbell perdió sus lágrimas y su sonrisa.
Aquella primera noche del otoño de su noveno año de vida Arnette se adentró en el bosque, y bajo la luz de una luna que parecía dispuesta a mostrar su cara oculta fue en busca de los asesinos de su familia. Nunca le contó a nadie si aquellos hijos de perra lograron huir, ni con qué o quién se reunió en aquel lugar, pero fuese lo que fuese, el precio que Arnette pagó por lo que quiera que el diablo le ofreció fue muy alto.
Tres días después, la pequeña Arnette volvió al pueblo en el que vivía, pero nadie logró reconocer su rostro con facilidad. La antigua luz de sus ojos se había apagado. Eran como dos pequeños pedazos de tierra estéril sobre la que no brotaría jamás una emoción, el camino que recorrieron sus últimas lágrimas dejó como recuerdo dos cicatrices, dos vestigios de su antigua humanidad que conducían directamente al abismo de su sonrisa perdida, y allí, en aquella sombra que cruzaba su rostro, ya no había vida.
En ese vacío aterrador Arnette mostraba al mundo la marca de su venganza.
Los acontecimientos que tuvieron lugar en los días sucesivos no fueron menos misteriosos para los vecinos de aquel lugar que la propia transformación de Arnette, sin embargo nadie pudo negar que- teniendo en cuenta lo que Arnette había perdido- su búsqueda resultaba perfectamente lógica.
Así fue como, una vez de vuelta en el mundo de los vivos, decidió ocuparse de los muertos.
La mañana del martes catorce de septiembre de 1874, Arnette Campbell retó al espejo que había en su cuarto a sostener la mirada de sus ojos estériles, se puso un vestido negro como la sombra que ocupaba el lugar de su sonrisa, se recogió el cabello sin dejar ni un solo cabo suelto, y con la determinación que sólo tienen quienes han estado al otro lado de la existencia, se presentó ante las puertas de la funeraria que el Señor Morgan poseía en mitad de la calle principal.
Tras cruzar el umbral de la muerte por segunda vez en su vida, Arnette le hizo una oferta al Señor Morgan que resultó sencillamente irrechazable bajo ningún argumento. Dado que había perdido sus lágrimas y su sonrisa, era la persona ideal para acompañar a los demás en su último viaje, puesto que como ella misma le dijo a Morgan en su despacho: «no puedo sonreír, no puedo llorar, no puedo mostrar emociones que aumenten la tristeza o inspiren una alegría que nadie desea en esos momentos.»
Así fue como aquella mañana de otoño, Arnette Campbell se convirtió en la enterradora del pueblo, y desde ese día ocupó su lugar en lo alto del cementerio.
Como una sombra que guía a los muertos en el último tramo de su camino. Un ángel pálido que carga con un puñado de rosas negras y una pala con la que abrir un hueco en la tierra donde los vivos intentan olvidar a los muertos.
Allí permaneció durante toda su vida, aguardando impasible el día en el que el diablo enviase a la muerte para humedecer sus ojos y devolverle su sonrisa.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
©David Salgado. 2021.
©24 sombras por segundo. 2021.