LE RAVISSEMENT. TRAS EL VUELO DE LAS CIGÜEÑAS.
Le Ravissement (El rapto o The Rapture según las geografías) supone la irrupción en el largometraje de Iris Kaltenbäck. Irrupción es el termino que mejor define este magnífico y sorprendente drama, pues este debut expone un dominio total tanto de la trama (socialmente escabrosa, a estas alturas más por manida que por contestataria) como de los elementos clave de la narrativa.

Esta película es el debut de su directora en el largometraje, sí, pero no es la primera vez que aborda esta cuestión. En L’enfant rêvé (Raphaël Jacoulot, 2020) escribió un guion que trata aspectos de la maternidad desde una perspectiva poco explorada, y en su cortometraje Le vol des cigognes (2015) Kaltenbäck escribió y dirigió el germen de Le Ravissement, un estupendo desarrollo de la idea inicial.
Este insólito rapto es lo que según Iris Kaltenbäck hay tras el vuelo de las cigüeñas, título que ojalá suponga el inicio de una gran filmografía.
UNA TRISTE CANCIÓN DE CUNA. EL EXTRAÑO CASO DEL CUCO.
Iris Kaltenbäck define su película de forma directa y escueta. El rapto no deja dudas acerca de la historia —surgida de una noticia real—, pero hay todo un universo que se expande bajo la línea que trazan el título y la trama principal. De hecho, todo cuanto subyace aquí puede entroncar con una serie de títulos que aparentemente no tienen relación con esta película.
Deseando amar (Wong Kar-Wai, 2000), L’amour fou (Jacques Rivette, 1969), El cuco estéril (Alan J. Pakula, 1969) o El rapto de Bunny Lake (Otto Preminger, 1965) podrían ser, desde un punto de vista estrictamente ceñido al título y al amor enrarecido y distorsionado hasta alcanzar cotas grotescas y sus consecuencias, opciones perfectamente válidas para titular la película de Kaltenbäck, pero ésta (que comparte nombre y ciertos elementos de la trama con una de las obras maestras de Marco Bellocchio, El rapto), se desentiende de cualquier elemento ajeno —más allá de los factores comunes obvios— en favor de una visión y personalidad tan propias como arriesgadas.
Mediante pequeños y aparentemente inconexos recuerdos de una voz masculina, Le Ravissement cuenta una historia de sentimientos y deseos escondidos —o incluso sepultados— bajo la noche, la lluvia y los colores, que mas que servir como bálsamo a la tristeza, acentúan con su presencia saturada por un lado y un tanto pálida por otro el pesar con el que cargan los personajes, especialmente la protagonista.
En ese sentido, el del espacio y los colores —y salvando las distancias, evidentemente— la película de Kaltenbäck se acerca a los reducidos y taciturnos universos de Aki Kaurismäki, pero en lo que a soledad y desolación personal se refiere, la nueva autora francesa va más lejos que el viejo maestro Finlandés, pues para su protagonista no hay esperanza ni redención.
Lydia (Hafsia Herzi) es comadrona en un hospital. Debido a su reciente ruptura sentimental recibe la visita de Salomé (Nina Meurisse), su mejor amiga, quien aprovecha la charla para decirle que está embarazada y que quiere que sea ella quien controle su embarazo y asista el parto.



Hay tres constantes que Kaltenbäck mantiene a lo largo de la película: la mirada triste y pérdida de Lydia —la interpretación de Hafsia Herzi en lo que asumir la alienación del personaje a través del dolor se refiere es excelente—, un halo melancólico y decadente en los espacios, y la frase recurrente (y clave) de Lydia cuando habla de su oficio y, por extensión, su vida en general: «Yo no cuido de los bebés, cuido de las madres».
Este matiz que el personaje repite y asume como un mantra es una de las claves que desvela su extraño personalidad, pero ningún habitante del mundo que la rodea interpreta correctamente el significado de su sentencia perpetua. Lydia deambula en la oscuridad, siempre asomada a una ventana tras la que la lluvia enfría y diluye los colores de los lugares y los momentos que ya se han perdido.


Pero este personaje —en contra de lo que su mirada parece transmitir— quiere salir a la luz del día, y su encuentro con Salomé alumbra la maternidad como posible camino. Al fin y al cabo, ¿quién puede saber más, o incluso haber reunido mayores méritos para obtenerla que alguien que cuida constantemente de las madres? Tras el rostro de Lydia, que se muestra como una extraña máscara marcada por el cansancio y la tristeza, nace una ilusión que a medida que el azar le niega crecerá para transformase en una decidida y pausada locura.
Una noche, tras las ventanas que mezclan la lluvia con la oscuridad y las manchas de neón, Lydia conoce a Milos (Alexis Manenti), un conductor de autobuses que en la ruta nocturna conduce a Lydia al final del trayecto y lo que parece el inicio de un breve intervalo en sus soledades.
Pero tras el encuentro llega un nuevo día en el que Lydia recibe la negativa de Milos ante la posibilidad de construir una relación en base a su encuentro fortuito. La soledad y el transcurrir del mundo totalmente ajeno a los pesares individuales y cotidianos han podido con ese «deseando amar» que Lydia pareció tender a Milos.


Sin embargo, la llama de «L’amour fou» ha prendido en Lydia, quien no está dispuesta a que los límites de la razón y la sociedad impidan su objetivo. Así, como una especie de «cuco estéril» concibe un plan para recuperar a Milos y crear su propia familia. Todo comienza con un reencuentro fortuito en el hospital; Milos acude a visitar a su padre, Lydia cuida del bebé de Salomé para que pueda descansar.
Un juego extraño surge, la cesión ante la tentación por parte de Lydia parece algo controlable, aunque el engaño se trate de algo más allá de lo aceptable. Milos se muestra reticente ante la revelación de Lydia: ese bebé que ella porta para cuidar de su madre es suyo, fruto de aquella noche en la que sus tristezas se cruzaron. Él pide que lo demuestre, ella siente la ligera punzada que, por una parte le da el orgullo al comprobar que Milos solo podría quererla mediante un hijo, y que por otra parte le propina la cordura, barrera momentánea ante el abismo de la locura.
Pero nada logra frenar la verdadera dimensión de la tristeza de Lydia. El engaño a Milos prosigue, y una vez cruzadas ciertas fronteras solo es posible huir hacia delante y contra todo viento de lógica, sensatez o reglas sociales. «El rapto de Bunny Lake » se hace patente. Lydia secuestra al bebé de Salomé para crear su propia familia. Engaña a Milos, transformándolo en padre y forjando una relación de pareja en base a un hijo —espejo que Kaltenbäck pone ante la realidad que muchas parejas negarían— para obtener una tregua, algo de felicidad, aunque deban convertirse en forajidos sociales.
Manteniendo la calma enloquecida que domina la película y los personajes, Kaltenbäck convierte el drama en un Thriller, en un breve episodio en el que —como si de una insólita mini Road Movie» se tratase, la familia que jamás podrá serlo ni alcanzar la felicidad viaja hacia un final imposible que Lydia conoce pero al que está dispuesta a ignorar de todas formas.
El curso habitual de los acontecimientos alcanza a los improvisados forajidos. Un nuevo título parece introducirse en la película, y estos extraños aventureros llegan a su «Final de la escapada» particular. La realidad somete a la locura, el sueño de Lydia termina y pone fin a la pesadilla de Salomé y su familia. Es hora de pagar por la felicidad…





Todo podría haber terminado en ese momento, pero Kaltenbäck decide conceder una tregua, una nueva posibilidad al final de ese camino de líneas paralelas que Lydia y Milos recorren de nuevo. Las líneas se cruzan y el camino se unifica para ambos.
Tal vez otro destino sea posible. Tal vez, después de todo, la locura tenga sus razones para cruzar la frontera.
Tal vez. En cualquier caso este rapto es una película magnífica.
Película disponible en FILMIN:
https://www.filmin.es/pelicula/the-rapture
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2025.
