GHOST RIDERS IN THE SKY.
Sin perdón es un título con pleno significado en la filmografía de Clint Eastwood.
Lo es por muchos motivos, pero especialmente porque no es —ni mucho menos— la primera, única ni última película en la que Eastwood demostró ser uno de los mejores cineastas de la historia del cine norteamericano.
La empecinada sombra que cierta parte del público, crítica y ámbito profesional ciernen sobre la sensibilidad, talento y dominio del lenguaje cinematográfico de Clint Eastwood, no merece perdón. Por eso, aunque está no fue ni su primera ni su última gran película, sí fue la obra maestra con la que mató en su último duelo al sol a las voces que lo retaron.
Antes de su Western definitivo y de alcanzar el reconocimiento masivo a su talento, Eastwood ya había dirigido como mínimo dos grandes películas del género norteamericano por excelencia, de las que, en cierto modo, Sin perdón sigue las huellas: El fuera de la ley (The Outlaw Josey Wales, 1976), y El jinete pálido (Pale Rider, 1985). Ambas películas tienen razones de peso para considerar a su autor el gran director que ha sido siempre, pero todo aquello que supuso su cabalgada hacia el sol, habría de esperar.
En 1976, David Webb Peoples —nada menos que el, en aquel momento, futuro guionista de Blade Runner— escribió un guion llamado The Cute-Whore Killings. Tras circular a la deriva por los grandes estudios, Francis Ford Coppola pensó —sorprendentemente— en realizar un Western a partir del guion de Peoples, pero una serie de negativas en el Casting hicieron que desestimase la idea.
El tiempo pasó. Sin embargo, lejos de enterrar el guion, lo puso en manos de Eastwood. Aquello ocurrió en 1985, justo cuando éste acababa de terminar su Jinete pálido. Eastwood se hizo con los derechos del guion, pero consideró que debía envejecer para asumir el papel de su protagonista.
En 1990, Eastwood retomó el proyecto, reclutó un asombroso Casting, y dos años después, Sin perdón puso todo en su lugar.
SIN PERDÓN.
LA BALADA DE WILLIAM MUNNY.
En los últimos compases de este maravilloso Western crepuscular, Clint Eastwood rinde homenaje a dos de los tipos a los que Sin perdón y él mismo tanto deben. «Dedicated to Sergio and Don», así se pone el sol en la película.
Sergio Leone y Don Siegel fueron decisivos para Eastwood, el Western y el cine. De Leone aprendió cómo salvar el Western de sí mismo, ensuciándolo, endureciéndolo y desmitificándolo a base de personajes sucios emocional y fisicamente. De Siegel aprendió, sencillamente, lo más complejo. Aprendió a dirigir.
Sin embargo, la película va mucho más allá del merecido reconocimiento y la evidente y profunda huella que ambos autores dejaron en Clint Eastwood.
Sin perdón es una mezcla de tres factores combinados a la perfección: el Western clásico de John Ford, el Western salvaje, poético y sucio de Leone y Sam Peckinpah, y la autoría propia de Eastwood que estableció un nuevo camino para el cine moderno norteamericano.
La película es un derroche de narrativa cinematográfica. Además del excelente guion de Peoples, elevado a la máxima cota por la dirección firme y precisa de Eastwood, y las interpretaciones de un reparto volcado completamente en los perfiles de sus personajes (la exhibición de matices y mimetización de Gene Hackman, Morgan Freeman, Richard Harris, el propio Eastwood y un plantel de secundarios que redefine el concepto del casting), es absolutamente asombrosa.
El espectador de Sin perdón no obtiene tregua, afortunadamente.
Pero más allá del increíble calado y trabajo de guion, dirección e interpretación, Sin perdón —volviendo a la narrativa cinematográfica— muestra el inmenso talento de Eastwood tanto para aplicar lo aprendido, como para crear una nueva escuela.
Sin perdón exprime los exteriores de las inmensas llanuras del viejo oeste hasta las últimas consecuencias. Eastwood se sirve del ojo de John Ford, y aprovecha al máximo las composiciones que la naturaleza le ofrece. Así, los planos exteriores en las grandes praderas y extensiones de tierra, reclaman a los viejos maestros del género. Este es el primer factor.
Al mismo tiempo, la escuela de Peckinpah y Leone invade los territorios de Ford, ensuciándolos con violencia, lenguaje salvaje, personajes sucios y miserables que abusan y tratan a las prostitutas forzadas a serlo como a seres repugnantes e inferiores. Así, los idílicos parajes de Ford, llenan los planos de Eastwood de la sucia y cruda realidad con la que el western fue rescatado de sí mismo.
Dos de los tres factores de Sin perdón ya han salido a escena. Pero tras Ford, Peckinpah y Leone, llega el autor. El alumno de Don Siegel hace suya la película con el tercer factor: su talento, su impresionante oficio.
Clint Eastwood pone de manifiesto su capacidad mediante el increíble manejo que tiene tanto de los personajes como de las localizaciones que utiliza. Todo, absolutamente todo se amolda a su excepcional visión.
Tras la presentación de los personajes y sus motivaciones, Eastwood muestra mediante la maravillosa fotografía de Jack N. Green cómo el título de la película adquiere un significado pleno. De los amplios, abiertos y luminosos exteriores —en los que Eastwood ya anticipó con sutileza el fracaso vital de su personaje, un ex-bandido condenado a vivir entre los desperdicios de los cerdos— la película cierra filas, mostrando según avanza la trama y William Munny vuelve con más ganas que reservas a su antigua vida, espacios más oscuros y cerrados que ocultan entre sombras los rostros de los personajes.
Esa es la aportación grandiosa y definitiva de Eastwood a la narrativa de Sin perdón. El oscuro equilibrio entre la grandilocuencia del Western clásico, la sucia condición de unos personajes que ni en el mejor de los casos conocen la bondad, cabalgando sobre un mundo que se descompone como un cadáver, y las sombras crecientes que envuelven una película poblada por fantasmas.
Fantasmas como William Munny, un espectro pálido en busca de venganza y redención, perseguido por las voces de sus víctimas, del único amigo que tuvo jamás, del hogar que nunca tendrá y del recuerdo de su esposa, un personaje maravilloso que solo se muestra en forma de una canción que lleva su nombre: Claudia.
Esa canción, ese personaje es lo único que podría salvar al forajido de su leyenda, por eso es el único personaje que no aparece. Porque no hay perdón, no hay redención posible. Por eso Sin perdón es una película maravillosa del último gigante americano.
En el plano final, Claudia aparece de nuevo como lo que es: la balada de William Munny. Después, las luces del Western permanecen fijas en el horizonte.
https://www.hbomax.com/es/es/feature/urn:hbo:feature:GXt_piwUrsJuSkwEAAAml
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Julio de 2022.