EL CIELO ROJO. CHRISTIAN PETZOLD Y LOS ELEMENTOS FANTASMA.
El cielo rojo (Roter Himmel o Afire según las diferentes lenguas y geografías), es la continuación perfecta para el camino entre el drama, ciertos tintes de comedia y un considerable componente fantástico que Christian Petzold inició en su anterior película, la estupenda Undine (2020).
A lo largo de su historia, el cine alemán ha dado de sí obras maestras gigantescas e imperecederas, y también ha generado nombres y corrientes con un reconocimiento más discreto, pero dotados de un talento, oficio y sensibilidad que han aportado al cine de su país una solidez envidiable, tanto que el Nuevo cine alemán —aquel término acuñado durante las nuevas olas de los años sesenta— parece renovarse continuamente sin apenas llamar la atención.
Christian Petzold lleva casi cuarenta años haciendo cine, y en los últimos veinticinco ha divido su obra en trilogías —en parte debido a la sugerencia del prolífico director y guionista Harun Farocki, con el que ha trabajado en varias ocasiones—, trilogías que en cierto sentido transcurren en torno a elementos fantásticos.
Esto no es algo literal, Petzold no se adentra en el género fantástico ni utiliza su elementos característicos. Es su forma de narrar la que genera en torno a los personajes un halo extraño que aporta a las situaciones y localizaciones modernas la ligera sensación de presenciar la narración de un cuento cinematográfico en el que los elementos se comportan como fuerzas que actúan sobre todo aquello que las películas contienen.
Así, del agua que ejerce su poder en Undine, pasamos al fuego que actúa sobre El cielo rojo, la naturaleza del entorno y los personajes.
EL BREVE Y PÁLIDO VERANO.
Es inevitable trazar una línea que une este Cielo rojo con los retratos cinematográficos que Éric Rohmer hizo del verano. Pero Petzold aleja la película del punto de partida para dejar que su musa Paula Beer conduzca esta historia por un verano mucho más cercano a la idiosincrasia del romanticismo alemán que al de los pictóricos aires plasmados en los frescos cinematográficos del autor francés.
El punto de partida es innegable, pero El cielo rojo recorre su propio camino. En este cuento, el verano es una especie de elemento fantasma que se muestra breve y pálido. El gris de la luz y el viento que agita el Mar Báltico se aleja mucho de los colores vivos y el sol brillante del Mediterráneo.
Vista desde una óptica pragmática, El cielo rojo niega las posibilidades de entrar en un reducto mágico en el que el amor, el arte y la inspiración conviven durante un aparente breve espacio de tiempo en el que el mundo que rodea su universo lo destruirá todo. Aquel que cierre los ojos y se ciña a la razón pura, solo verá en la película a dos viajeros cuyas expectativas se ven frustradas a medida que los acontecimientos y los personajes aparecen en escena.
Pero El cielo rojo no transcurre en torno a una lógica fría que aguarda los resultados a sus cálculos. Nos hallamos aquí ante un cuento de verano que comienza en un bosque donde todo aquello que no deba continuar, ha de pararse.
Leon (Thomas Schubert) y Felix (Langston Uibel), viajan por una carretera que atraviesa un bosque en dirección a la casa de verano de los padres de Felix. Su intención es pasar unos días aislados entre el mar y el bosque para terminar sus respectivos trabajos pendientes. Leon debe terminar el manuscrito de su libro, Felix quiere finalizar un proyecto fotográfico.
Pero el coche se detiene en medio de la carretera, y el bosque que los rodea deja los teléfonos sin señal. Lo único que rompe el silencio son los helicópteros que vuelan hacia los numerosos incendios que asolan y aislan la zona, elevan las temperaturas y tiñen el verano de gris y el rojo que el cielo mostrará cuando el fuego se eleve.
No hay absolutamente ningún elemento de terror, Survival, aventura o Thriller en esta historia que comienza con dos personajes perdidos en una carretera forestal y sin señal en los teléfonos mientras van de camino a una casa en el campo.
Pero este es un cuento de verano alemán…
Son varios los elementos propios del romanticismo alemán plasmados en la literatura que Petzold utiliza a su favor en la película. El bosque como un personaje que a su vez alberga la existencia de seres y fuerzas que han de ser determinantes en la historia es un recurso clásico en la narrativa universal, que ha tenido un calado especial en las letras, la pintura y el imaginario centroeuropeo y, a propósito de este cuento, el alemán.
Desde la hoja de tilo que fue la perdición de Sigfrido en Los Nibelungos, hasta las tribulaciones poéticas y filosóficas con las que el movimiento «Sturm und Drang» sometió al mundo a la belleza taciturna, los bosques han sido siempre el lugar predilecto para cualquier tipo de sortilegio, del poder intangible con el que trazar el destino de los protagonistas de una historia.
El cielo rojo no es una excepción. Aquellos que en lugar de mirar observen, lo verán.
Leon y Felix llegan a su destino, pero hay un elemento extraño, una fuerza que durante un conveniente espacio temporal permanecerá oculta a la vista. Solo hay una serie de pistas de su presencia, su voz que en la noche no dice nada y una nota escrita por Leon y Felix con un nombre: Nadja. Esa es toda la comunicación que establecen inicialmente con ese ser invisible.
El simple y mundano hecho de una inquilina inesperada en la casa, sirve a Petzold como elemento con el que poner a cada personaje en su lugar.
Leon se convierte en un Voyeur irascible, infantil y desagradable que pretende imponer la subjetividad de la frustración e inseguridad que le provocan su inacabada novela. Felix se distancia de los compromisos impuestos por Leon, y al fin, como una musa que entra y sale de este nuevo mundo sin responder a ninguna razón, Nadja (Paula Beer) se muestra como el fuego que ha de hacerse con la película, como una ilusión proyectada por deseos ajenos pero dotada de voluntad propia.
De la mano de Nadja aparece Devid (Enno Trebs) un personaje que por un lado forja una nueva unión con Felix y por otro desestabiliza la relación entre éste y Leon, quien a su vez sella y rompe al mismo tiempo sus vínculos con Nadja y Helmut (Matthias Brandt), un editor que ha de sacar a relucir la verdadera esencia de Nadja y Leon, en una especie de círculo sagrado alrededor del fuego que se acerca para cumplir con la profética poesía de Heine recitada por Nadja en la aproximación definitiva de la película al acervo romanticista.
«Aquellos que mueren cuando aman», sentencia la musa de este pequeño universo mágico.
El verano se abre paso, el cielo se convierte en un lienzo rojo y mientras un velo azulado oscurece el mar que se revuelve con el viento que expande el fuego, el cuento de verano cumple la palabra del poeta, y aquellos que aman, mueren.
Al final del breve y pálido verano, más allá del bosque, el rostro de Nadja, la que posiblemente sea la última de las musas, sonríe a Leon. Puede que para condenarlo con su amor. Al fin y al cabo, este es un cuento de verano alemán…
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Junio 2024.