MISIÓN IMPOSIBLE.
LA NARRATIVA EN ACCIÓN.
Misión imposible (tanto en esta última y fascinante entrega llamada Sentencia mortal-parte 1), como en la mayor parte de la saga que ha generado, es un referente dentro del cine de acción y aventuras.
Me gustaría (y de hecho siento la necesidad de hacerlo) empezar esta relación de impresiones diciendo algo que defenderé hasta que muera. Todos los géneros cinematográficos pueden albergar obras maestras. Todos. Y todos lo hacen.
De la misma forma que en todos los géneros cabe la mediocridad, en todos encontramos películas impagables.
Hoy voy a dejar un tanto de lado la continua reivindicación que el fantástico, el terror y la ciencia-ficción merecen ante la estúpida actitud condescendiente y su altiva media sonrisa que dicta sentencias…
Y es que en el cine de acción, a la dificultad que supone escribir un guion sólido y eficaz que presente una serie de personajes cuyas personalidades y objetivos fortalezcan la historia, hay que añadir un trabajo de planificación, rodaje y montaje del que pocos, muy pocos, salen airosos.
Este es un factor que suma méritos, nunca es algo que reste valor a las virtudes de un cine que puede estar (y de hecho está) tan bien elaborado en la narrativa como la más emotiva de las tragedias, o la más profunda reflexión sobre el humano y sus tribulaciones.
No es algo sencillo poner la narrativa en acción…
UNA AVENTURA PULP INESPERADA.
Tras Fallout —y el hoy ya mítico inicio de la saga por parte de Brian de Palma—, pensé que la Misión imposible que ha convertido a Tom Cruise en el superagente más incombustible del mundo había alcanzado la cima. Fallout me pareció, junto al arranque de la saga, la mejor de todas las películas que han reinventado y otorgado la verdadera condición de mito al título original.
Lo pensé, pero la misión imposible del binomio Cruise/Christopher McQuarrie parece no tener límites en su empeño de hacer realidad aquel viejo lema perdido en los majestuosos días del cine como un ente colosal: <<El mayor espectáculo del mundo>>. Así, Fallout cede irremediablemente su lugar, y casi podría decir que el buque insignia de De Palma hace lo propio ante este ejercicio descomunal.
Todo, absolutamente todo me parece un desafío en el séptimo sello que Cruise rompe a favor de su eterna Misión imposible: Sentencia mortal, parte uno.
Aquello que normalmente se considera como el placer de la anticipación (basado en los precedentes de los que hablo), puede resultar aquí un tanto intimidatorio ante los exorbitantes 163 minutos de duración.
Pero esa sensación no tarda en disiparse.
La sentencia mortal hace honor a su nombre, pues este (a la postre literal) tren de consecuencias parece, y de hecho es, monstruosamente largo, pero tras arrollarte y dejarte sin sentido, quieres más. Quieres vivir en el interior del monstruo, aunque te sentencie a muerte, aunque su poder te abrume y te deje con la boca abierta para siempre.
Esta misión imposible que (hasta nueva orden) se alza como la bestia definitiva del cine de acción, supone un desafío a prácticamente todos los elementos.
Su esquema básico se ciñe a los preceptos del género y la saga en concreto: Cruise como un enésimo Ethan Hunt que —si bien envejece física y emocionalmente en lógica sincronía con la saga—, se muestra implacable ante el derroche de vitalidad que la película y su público esperan y necesitan. Y en torno al elemento principal, una serie de personajes secundarios (en el mejor y más fascinante sentido del término) giran con una precisión a la que cuesta dar crédito.
Pero esta fantasía es real. Y tanto…
El reparto se vuelca con una pasión y eficacia maravillosas, y la coreografía de diferentes roles y motivaciones se ejecuta con la misma precisión milimétrica con la que una invisible mano de cirujano corta los Set-Pieces (un arte mayor dentro de la narrativa cinematográfica).
Así, del personaje central en la piel de Cruise, el espectador desvía forzosa (y gozosamente) la atención en favor de roles que van desde los grises tonos de los invisibles amos del mundo, hasta siluetas surgidas de las sombras del Pulp y el imaginario del cómic —con el toque exacto de excentricidad que la historia necesita—, hasta un villano contenido entregando su efímera existencia y limitada capacidad al infinito poder de un ente artificial que, si bien tiene sus raíces en mitos clásicos de la ciencia-ficción, traza su camino y forja una identidad propia a favor de la frenética y abrumadora acción de la película.
A modo de contrapunto (y estos son dos de los personajes que distancian la película de absolutamente todo), encontramos una figura que reclama y engrandece los elementos <<Hitchcockianos>> que De Palma aportó en la película matriz, una figura que camina sobre un filo invisible y que permite a McQuarrie jugar con el Vértigo de Hitchcock y una especie de Macguffin reinventado por y para la película. Un órdago en toda regla, desde luego, una osadía que de haber salido mal habría hecho descarrilar el tren.
Pero en esta misión imposible todo funciona. Esta precisión y esta osadía nos llevan al otro lado, al otro contrapunto.
Que los Set-Pieces en el cine de acción son (cuando hablamos de grandes películas) una herramienta narrativa maravillosa y extremadamente difícil de manejar, es un hecho que en la saga en general y en esta sentencia mortal en concreto se hace más patente que nunca.
Pero lo verdaderamente demencial es la afortunada idea de añadir a la acción trepidante otro elemento clásico: la comedia, la especie de Slapstick reconvertido al servicio de una nueva visión de las Screwball Comedies del cine clásico norteamericano.
En las secuencias de Roma en las que Cruise y Hayley Atwell huyen a bordo de un discreto, entrañable y cómico Fiat 600, la acción precisa, frenética y desbordada de enemigos se mezcla con este reclamo a una suerte de nuevos —y prestados durante un breve encuentro— Cary Grant y Katharine Hepburn durante unas nuevas Vacaciones en Roma de Wyler, recorriendo calles milenarias y empedradas en un viejo cacharro al estilo de Blake Edwards y su persecución en La pantera rosa.
Esto, que parece intrascendente o una mera pretensión de rebajar el tono de una persecución frenética, es una grandeza que merece ser estudiada por audaz con la misma intensidad con la que la fuerza de la película nos aplasta contra la butaca.
Pero si el corte preciso de cirujano, los coqueteos con Hitchcock y su universo, y el juego de las comedias clásicas no fuesen bastante, vamos a por el fuego definitivo que dividiré en dos factores.
Factor A. Venecia y el sueño Pulp.
Tras la introducción submarina (literal y burocrática) de la película, durante una especie de regresión a Lawrence de Arabia, un enigmático personaje envuelto en el árido aliento del desierto muestra su único ojo sano mientras oculta el otro tras un novelesco parche antes de efectuar una serie de disparos.
Rebecca Ferguson se muestra firme, invencible y sutil en la piel del que posiblemente sea su mejor personaje, y sin duda su mejor interpretación. Pulp y literatura al servicio del cine en estado puro, sin aspavientos ni estúpidas frases sentencia.
Ilsa Faust es un personaje de los que te derrotan al instante.
Mucho tiempo después, como si las arenas del desierto sirviesen de vehículo espacio-temporal, Ferguson resurge como un espectro, y la noche veneciana exhala su aliento en forma de niebla, sumiéndolo absolutamente todo en un sueño en el que las sombras del bien y del mal corren frenéticamente por las intrincadas calles de otro tiempo, de otro siglo…
Y de pronto, en el paroxismo del héroe contra el villano, sobre uno de los novelescos puentes venecianos, envuelta en niebla y misterio, la sombra de Ferguson se bate a espada contra los cuchillos del villano. Es imposible ser más grande, es imposible eludir el síndrome de Stendhal. Es imposible no desmayarse ante la maravillosa narrativa del cine de acción.
Factor B. Baile de máscaras en el Orient Express.
Un Vértigo desmitificado al servicio de la acción, con el Macguffin en su máximo esplendor a bordo del tren literario por excelencia.
Esta adaptación libre del Doppelgänger, convertido mediante la enigmática presencia de Vanessa Kirby (La viuda blanca es otro personaje de los que te derrotan al instante), en un baile de máscaras celebrado mientras el crimen y la acción se desenfrenan a la misma velocidad frenética que este tren de consecuencias, guía al espectador a bordo de un nuevo y enloquecido Orient Express en el que se decidirá el destino del mundo.
Más allá de ese tren fascinante, tiene lugar la carrera en paralelo donde Cruise reinventa al Steve McQueen de La gran evasión a bordo de una moto al borde del abismo. Entre Cruise y el tren del misterio, entre la audacia del héroe clásico, el villano del mundo literario y la pérfida modernidad implacable de un ente artificial, solo se interpone el vacío.
Pero esta es una misión imposible.
Así, al ritmo de la mítica sintonía de Lalo Schifrin, Cruise corre como McQueen en su moto, cruza el espacio alpino, vuela como en la más inverosímil de las aventuras e irrumpe en el corazón del tren del misterio, antes de que ese tren de consecuencias alcance su destino, en otro maravilloso guiño al cine clásico de espías y acciones bélicas.
En otra demostración pasmosa del dominio narrativo y el ritmo apasionado y apasionante que reduce al espectador a la nada.
Como en la más imposible de las misiones.
Porque tras esos 163 minutos en forma de una misión y un cine hoy ya casi imposibles, eso es lo que queda. Nada por hacer, solo disfrutar como un enajenado y desmayarse de gratitud ante el que todavía es el mayor espectáculo del mundo.
https://www.filmin.es/pelicula/mision-imposible-sentencia-mortal-parte-1
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2024.