KAREL REISZ.
EL OTRO «ANGRY MAN».
Antes de Isadora, su película más ambiciosa y posiblemente más hermosa y desafiante, el checoslovaco afincado en Inglaterra, Karel Reisz se alió con Tony Richardson para iniciar el movimiento con el que el Reino Unido se sumaría a las vanguardias cinematográficas europeas.
El airado e iconoclasta manifiesto leído en febrero de 1956 por los «Angry Young Man», impulsó definitivamente el «Free Cinema», y éste, en su empeño por plasmar la realidad revistió irónicamente su afán realista de una ficción particularmente poética. Tanto, que aun compartiendo principios filosóficos y estilísticos con el cine contemporáneo de otras naciones, su personalidad resulta inconfundible.
Así, entre retratos desencantados de la realidad interpretada por personajes que buscan romper con la monotonía (Saturday Night and Sunday Morning, 1960) y enredos de la alta sociedad con peligrosas inclinaciones políticas (Morgan, un caso clínico, 1966), Karel Reisz recorrió la década del desaliento y el malcontento hasta llegar, ya en el ocaso de aquella y a las puertas de una nueva revuelta, al éxtasis de su alianza con uno de los animales cinematográficos más indomables: Vanesssa Redgrave.
ISADORA.
BAILARÉ SOBRE MI TUMBA.
Gertrud Stain pronunció tras la muerte de Isadora Duncan aquella frase mítica que tan a propósito sirvió como epitafio: «La afectación puede ser peligrosa». Y lo fue, de hecho tanto como para hacer de algo tan cotidiano y universal como la muerte un último verso trágico y desafiante de alguien más próximo al mito que al humano.
Isadora Duncan existió más como una de las deidades del mundo antiguo a las que representaba sobre los escenarios, que como una mujer, tanto que cuesta separar el mito de la realidad, y aunque haya pasajes de su vida —y especialmente de su muerte— difíciles de creer, la fascinación que ejerce sobre el público siempre inclinará la balanza en favor de la leyenda de pasión que fue aquella fuerza de la naturaleza. Duncan entendió su vida como un acto de pasión, de entrega a una causa única: aportar belleza al mundo que se derrumbaba a los pies de su cuerpo.
Ese fue su método de expresión. Su cuerpo, un efímero recipiente que Duncan exprimió al máximo, vivió sometido a una vertiginosa velocidad, y sirvió como voz, lienzo y escenario sobre el que la bailarina dibujó formas imposibles dedicadas a un mundo que, por un momento, pareció soñar con vivir para siempre en aquellos días de La Belle Époque. Pero como todas las deidades, como el mundo antiguo en sí mismo, Isadora Duncan cayó, presa de su propia condición trágica, pasional e inevitablemente irónica.
Ante un mito semejante, Reisz hubo de servirse de la única fuerza de la naturaleza capaz de aportar veracidad para contar su historia.
Si Duncan fue incontenible, Vanessa Redgrave habría de llevar la interpretación al paroxismo, convertir la película en un acto de pasión, en una función teatral en la que jamás cae el telón, en el deseo que envuelve y retuerce un cuerpo esculpido para asombrar al mundo mientras todo se hace pedazos.
Isadora cuenta con la fuerza salvaje de un mito asumido por el genio furioso de Redgrave, pero esa no es la única base sobre la que se sustenta la magnífica y enfurecida película del «Angry Man».
La furia británica de Redgrave y Reisz se ve reforzada por un incontable ejército de secundarios liderados por la también poderosa e impagable presencia de otro animal escénico. Jason Robards irrumpe en la película poniéndose en la piel de Singer, un personaje que trata de equilibrar y contener a una fuerza que sencillamente solo puede seguir su camino.
Por si no fuese suficiente con el reparto y la premisa de una historia apasionante, Reisz refuerza su imponente película con la música del gigantesco Maurice Jarre, una ambientación y vestuario medidos al milímetro, retratados por la elegante fotografía de Larry Pizer, y, ante todo, un guion magistral y profundamente elocuente basado en la autobiografía de Duncan, que inicia la película con una declaración de intenciones en la que no se contempla la opción de hacer prisioneros.
Isadora atacará con todas sus fuerzas desde el primer minuto.
Tras unos breves, sencillos y hermosos títulos de crédito, una infantil Isadora recita mediante Voz en Off una sentencia firme y desafiante:
«Yo, Isadora Duncan, aquí, a mis doce años, juro que me dedicaré a la búsqueda del arte y de la belleza. Y a una vida de soltera. Nunca me casaré. No me doblegaré a nada que no sea el arte o la belleza. Para sellar mi juramento, quemaré el certificado de matrimonio de mis padres. La belleza es verdad. La verdad es belleza. Es lo único que sabemos y lo único que necesitamos saber».
Después, la película inicia una marcha imparable, un tour de force que llevará a Redgrave a entregar su cuerpo y recorrer el mundo poseída por el espectro de la bailarina que hizo de su existencia física un templo, un lugar en el que las fuerzas del mundo antiguo representaron con furia la belleza implacable de la tragedia.
Redgrave poseyó la esencia de Duncan, e Isadora, más allá del siglo que iluminó con su sombría pasión, se apoderó de Redgrave, y gracias la magia oscura del cine, bailó por última vez.
En aquella última ocasión, tras recorrer el mundo burlándose del amor y la muerte, Isadora Duncan bailó sobre su tumba.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Diciembre 2022.