SCORSESE & CHAPMAN.
LOS GUERREROS DE LA LUZ.
Hay muchas cosas que definen a Toro salvaje como una irrepetible obra maestra, tantas, que sin duda es mi película favorita de Martin Scorsese.
Hay muchas cosas que lo demuestran, sí, pero me gustaría empezar por una breve introducción dedicada a la fotografía.
La grandeza del director de fotografía Michael Chapman es —en términos cinematográficos— de dominio público. Pero aquí brilla especialmente porque le sigue el juego particular a Scorsese y tumba los cimientos del sistema clásico.
Fotografía en blanco y negro recurriendo al claroscuro, pero ilumina como si rodase en color. Sólo en las secuencias del calabozo y los antros nocturnos recurre a luz de alta intensidad, dura y directa, dirigida al objeto como en el Noir clásico, pero en el resto de la película utiliza luces rebotadas, difusas y de baja intensidad, tal y como se venía haciendo en el cine americano de los años setenta.
Scorsese le recuerda a Chapman que la rebeldía aun guarda su golpe maestro, y juntos dan el golpe de gracia al sistema clásico con una de las cimas del cine negro moderno. Esta, entre otras, es la demostración definitiva del liderazgo de Scorsese en la revolución cinematográfica con la que ellos mismos acabaron el año en el que empieza su película definitiva.
Pero esa es otra historia. Y hasta aquí llega el preámbulo.
Vamos con el toro del Bronx y dos de las razones por las que es una de las mejores películas que veremos jamás.
TORO SALVAJE.
EL ALIENTO DEL MONSTRUO.
Primera razón. La aparente intrascendencia de los verdaderos motivos de la película.
Hay en Toro salvaje una secuencia que —paradójicamente— destaca por su aparente insignificancia. Como buen pilar maestro no se ve, es imprescindible y pasa desapercibido. Sin embargo, la habilidad narrativa de Scorsese nos cuenta de qué va esto en realidad.
Tommy (Nicholas Colasanto), le pone las cosas claras a Joey (Joe Pesci). Ni LaMotta (Robert de Niro), ni tipo duro del Bronx, ni vencer a Sugar Ray (Jhonny Barnes), ni hostias. Hay reglas del juego y tipos que las dictan, tipos sobre los que no se puede pasar, a los que no se puede ignorar, sencillamente, tipos sin los que no se puede triunfar.
Si quieres lo tuyo tienes que darles lo suyo. Cooperativismo siciliano y todo eso. LaMotta es fuerte, pero Tommy es indestructible e imprescindible. Se lo explica a Joey, él lo entiende, Jake sigue a lo suyo y la película se dispara hacia el centro del infierno vital y social que supone el verdadero motivo de la historia.
Esto nos conduce a la segunda razón, expuesta por Scorsese desde el minuto uno.
Toro salvaje arranca con una de las secuencias de introducción más bonitas, hipnóticas y narrativas que nos ha regalado el cine. Lo que vemos y oímos al maravilloso y arrebatador ritmo de la Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni, es abrumador.
Esto no va de boxeo, el oficio del protagonista lo impone el Biopic, pero es lo de menos en cuanto al fondo.
En cuanto a la forma Scorsese recurre a una de las piezas fundamentales de su narrativa cinematográfica y su grandioso e inconfundible estilo visual. Thelma Schoonmaker reinventa el montaje, y juntos dan el golpe definitivo a las bases establecidas, porque esta película ES el montaje. Es uno de los mayores milagros en ese campo que veremos jamás. Desde Orson Welles y su montaje en Campanadas a medianoche, la humanidad no veía semejante juego de planos.
Pero volviendo al fondo, el boxeo no importa, Scorsese nos habla de un descenso al infierno sin retorno, sin ascenso posible. De los fantasmas que persiguen a LaMotta no se puede huir, sencillamente porque nadie puede huir de sí mismo. Esa precisamente es una de las claves de la secuencia inicial: la soledad, el baile envuelto en la bruma y los destellos perdidos en la distancia que LaMotta interpone con todo el mundo. No puede huir de sí mismo, pero él mismo provoca que los demás huyan, y efectivamente, los demás pueden huir de su inaceptable comportamiento.
Su hermano Joey y su mujer Vickie (Cathy Moriarty). Todos le dan lo único que merece y no desea. La soledad. Esa soledad es en el mejor de los casos lo único que le espera a quien se autodestruye.
Es en esa soledad, encerrado en su propio mundo, moviéndose envuelto en el aliento denso e irrespirable de su infierno particular, donde Scorsese le obliga a bailar ante la mirada del mundo que LaMotta deja al otro lado de las cuerdas.
Y así empieza la historia, tal y como lo hizo aquella época de cine y autores salvajes, muerta a las puertas de una nueva década en la que Scorsese se mantuvo en la cima y se consolidó como un maestro de un oficio que ama, respeta y protege por encima de todo.
Como un toro salvaje.
Y es que el toro salvaje no sabe recitar a Shakespeare, pero Scorsese sí sabe convertirlo en uno de sus personajes, y no hay nada que pegue más fuerte. Y todo esto perfilado por las maravillosas sombras de Michael Chapman.
De todas las películas que Scorsese ha convertido en poseías trágicas, esta es mi favorita, sin duda.
https://www.filmin.es/pelicula/toro-salvaje
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.