VICTOR SJÖSTRÖM. EL GÉLIDO ALIENTO DEL CINE.
Cien años después de su nacimiento, Körlaken, La carreta fantasma de Victor Sjöström llega a nuestros días tal y como nació. Elegante, inquietante, sabia, hermosa y enigmática. Basada en la novela de Selma Lagerlöf, esta obra inmortal -en todos los sentidos- nació al amparo del lugar y el tiempo dónde realmente se inventaron las películas, los albores del siglo XX y la vieja y por aquel entonces aun no demasiado decadente Europa. Siempre con permiso de las maravillas contemporáneas que aportaba oriente, por supuesto.
El caso es que durante aquellos días, las notables mentes del cine nórdico propulsaron el cine con su gélido aliento con tanta fuerza como los expresionistas, los franceses, el cine épico italiano, los británicos, los cineastas rusos, los chinos y los japoneses… todos lo hicieron, desde luego, con más sensibilidad y talento que la industria norteamericana -por más válida que sea su capacidad para hacer prosperar el medio- y de hecho, es.
Pero los padres fundadores, los tipos que inventaron las películas, habitaban al este del Edén.
Hay películas de aquellos días en los que el cine no necesitaba hablar para enmudecer al mundo que son referentes universales, pero si nos ceñimos al cine sueco -no solo al nórdico- encontramos un trío de ases inigualable.
Adentrado ya en el mundo sonoro, Ingmar Bergman llevó a la cima lo más profundo del ser humano y sus pasionales inquietudes, pero fue durante la era del silencio cuando la productora sueca a la que más debe el cine mundial, la Svensk Filmindustri, llevó dos nombres a la cima del cine de hielo: Mauritz Stiller y Victor Sjöström. Ambos son, tanto por su labor conjunta como por sus innovaciones, talento y visión vanguardista, los dos suecos más universales del cine. Pero del gigantesco Stiller nos ocuparemos otro día.
En cuanto a Sjöström, si bien su película más celebrada es la maravillosa The wind, de verme en la desgraciada obligación de rescatar solo uno de su títulos, guardaría esta poderosa sombra bajo todas las llaves del mundo. Esa es precisamente la clave de mi hipotética decisión.
Hay tres sombras cinematográficas por las que siento una especial devoción, todas arrojadas sobre esta tierra en aquellos días: Nosferatu, El gabinete del Doctor Caligari y nuestra insigne centenaria, La carreta fantasma.
Sigamos su cautivador camino.
LA CARRETA FANTASMA.
AL SERVICIO DE LA MUERTE.
Hay un rasgo principal que La carreta fantasma comparte con otros dos títulos capitales y también centenarios, Nosferatu y Der müde Tod.
Tanto Murnau, como Fritz Lang y Sjöström ponen a sus protagonistas al servicio de la muerte. Los destinos de los tres desdichados son trazados por la única mano que nos alcanzará a todos, pero hay una diferencia fundamental en la película sueca. Los personajes de Murnau y Lang responden solo a designios sobrenaturales, pero Sjöström basa su historia en las acciones humanas. Aquellos que sirven a la muerte lo hacen como pago por sus formas de vida.
La carreta fantasma mezcla a la perfección la entonces vanguardista explotación de los trucos cinematográficos, con las formas clásicas propias de la literatura, especialmente la decimonónica y sus espectrales ambientes.
Así, la película consigue una premisa tan clásica como atractiva para el entonces novedoso cine: la última noche del año, antes de la última campanada, alguien malvado morirá y será condenado a conducir la carreta que recoja las almas de los muertos durante el siguiente año, hasta que el ciclo se complete de nuevo y la muerte escoja un nuevo servidor.
La principal diferencia entre Sjöström, Murnau y Lang, es que el sueco se centra en la parte humana que alimenta el mundo de los espectros. El mal no es algo inherente a los monstruos que expanden la muerte por el mundo de los vivos, aquí son las pasiones y debilidades humanas las que generan esa deuda con la parca.
Es -en cierto sentido- algo faústico, pero con un renovado interés con respecto al guión: aquí no hay tentación por parte del diablo, no hay un beneficio a cambio de una condena posterior. La muerte no negocia, todos subiremos a su carreta fantasma, por lo tanto no hay un pacto con el que obtener una recompensa.
La libertad para tomar decisiones de la que los vivos disponen en todo momento es a la vez el premio y el castigo. La muerte no tienta ni obliga a nadie a servirla, la clave es la inmediatez, la anticipación de la recompensa. Después, sencillamente, alguien deberá ser el jinete pálido que cargue con todos nosotros.
La apropiación pagana por parte de la novela de Lagerlöf y la película de Sjöström del concepto cristiano del libre albedrío a pagar en un futuro espectral, es una de las cimas de los guiones en los que todavía no se decía una palabra.
David Holm -interpretado por el propio Sjöström- es un perdedor rendido a su propia naturaleza. Alcohólico y enfermo de tuberculosis, sus esfuerzos se centran en una espiral contradictoria donde persigue a su familia, al mismo tiempo que elude el afecto de aquellos que todavía están dispuestos a tenderle una mano en el camino.
Dispuestos incluso a enamorase de él, como Edit, la misionera -aquí sí hay un claro componente cristiano- interpretada por Astrid Holm, un personaje que nos sume en otra de las claves de la película. La posibilidad de redención a través de la fe por cuenta ajena.
David Holm es un personaje despreciable, un tipo ruin y estúpido, tan cobarde como para demostrar valor solo a la hora de perjudicar a los demás. Hasta el punto de -conocedor de su enfermedad- escupir a la cara de la gente solo para contagiarla.
El mal gratuito como modo de vida es la recompensa inmediata no pactada con ningún ente sobrenatural que el protagonista ha escogido. De nuevo, la libertad guía los pasos de la película. Pero la figura de la fe, de la posible redención encarnada en la bondadosa e ingenua Edit, nos da el contrapunto en esta historia.
Sjöström jugó de forma anticipada la misma carta que utilizaría mucho tiempo después -y en un tono y circunstancias completamente distintos- Frank Capra en su Que bello es vivir. Capra tiró de conceptos, moral e imaginería cristiana, por mucha mala hostia que tuviese en realidad. Pero el visionario que surgió del frío se limitó a condenar al espectro a contemplar la estela de horrores que sus pasos dejaron en las vidas de aquellos que dieron las suyas por él.
Capra mostraba a su probable fantasma que su vida merecía la pena, Sjöström condena a su espectro al conocimiento, a la conciencia que solo la muerte ha podido despertar. Hay en la carreta fantasma la posibilidad de redención, pero eso no significa que sea concedida. Una vez establecida esta base sobre la que se asienta un guión portentoso, es hora de sacar el arma definitiva de la película: la vanguardia de la técnica que hizo de la palabra, imagen.
La carreta fantasma es un milagro del lenguaje cinematográfico, pero no lo es solo por su guión.
Si algo ha demostrado el cine de terror, es que la imagen terrible de un fantasma no vale más que mil palabras, multiplica esas palabras por mil. La alianza entre literatura e imagen en movimiento que concedió pleno significado al cine, tiene muchos y míticos referentes, pero esta pieza surgida del silencioso mundo de hielo y sometida al frío del olvido, alimentó con su fuego el avance del cine como método científico del arte de contar historias tanto -o más- que las obras del sí inmortalizado -y por supuesto, meritorio- D.W. Griffith.
Pero de los olvidados en este campo, nos ocuparemos a fondo otro día.
Volviendo a nuestro jinete fantasma, nos encontramos en su primer siglo de vida, con una capacidad para hablar sin palabras capaz de quitarle el habla a cualquiera. No solo por el trasfondo de su silencioso guión, sino por -y muy especialmente- sus formas vanguardistas.
Sjöström creó para esta historia de fantasmas al servicio de la muerte la madre de las atmósferas cinematográficas. La forma en que utiliza el fondo es un punto de inflexión. La utilización de las dobles exposiciones y superposiciones para mostrar al público como la parca separa el espíritu de Holm, obligando al espectro a observar su antiguo cuerpo todavía postrado en el mundo de los humanos, son de una importancia clave en un momento en que el cine luchaba para convertirse en una ciencia artística, y de una vigencia en su primer siglo de vida absolutamente inigualable.
El pacto entre letra e imagen que Sjöström hizo firmar a la muerte y sus siervos en los albores del cine supuso una influencia impagable, inmejorable e innegable. Pero no es la única deuda olvidada que generó esta maravillosa fuente. Hay -entre todos sus milagros- una secuencia madre, una secuencia que supone la cima de la relación entre fuente y caudal.
La película de Stanley Kubrick, El resplandor, no necesita presentación ni tiempo dedicado en esta reseña a sus virtudes, pero esta reseña sí necesita rendir homenaje al origen de la especie. Para explicarme, nada mejor que esas imágenes capaces de robarnos el habla de las que vengo hablando. Kubrick es una cima, pero antes visitó al rey en la montaña. Este bonito montaje les mostrará el camino que Sjöström nos abrió a todos. Vean, reconozcan y desmáyense de gratitud: https://www.youtube.com/watch?v=tXGNekkPCb8
Esta secuencia -aparte de la obvia inspiración para una película inalcanzable- supuso la excelencia del montaje paralelo -hay más ejemplos a lo largo de la película- una técnica inventada aproximadamente diez años antes por Griffith -eso sí es un mérito exclusivo del tío Sam- que se muestra aquí depurada y perfeccionada hasta unos límites inimaginables en aquellos días.
Días de cine en su estado más salvaje y ambicioso, días de cine luchando por convertirse en el hijo predilecto de la literatura, la pintura y el teatro. Días de la ciencia del arte de contar historias que iluminó con sus sombras en movimiento el camino del siglo XX.
Un siglo que ahora cumple el camino del jinete fantasma al servicio de la muerte.
Gracias por hacerlo posible, gracias por ese cine que ojalá jamás ocupe su lugar en La carreta fantasma.
Feliz primer siglo de una vida inmortal.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://www.filmin.es/pelicula/la-carreta-fantasma
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre 2021.