EL CINE PINTADO DE PETER GREENAWAY.
Hablar acerca de la película del controvertido Peter Greenaway, El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, no será sencillo, no será breve y no es algo que —al menos yo— pueda abordar directamente.
Si basamos la existencia del cine en tres pilares podríamos decir que la pintura y el teatro son sus padres y el siglo XX su padrino.
Sin embargo, todos sabemos que a pesar de sus orígenes, el cine adquirió a una edad muy temprana un lenguaje propio, una identidad independiente de sus creadores que le otorgó poder, fama y fortuna. Tanto fue así que los papeles se invirtieron y el cine se convirtió en benefactor del siglo XX.
Esto situó al espectador cinematográfico significativamente alejado del origen, y a lo largo de su siglo largo de vida, el cine apenas reconoce ya a quién se debe.
Pero sí hay directores y películas que reconocen, pagan y admiran su deuda.
De entre todos ellos, hay un tipo y una película que responden a la definición por excelencia de teatro y pintura filmados: Peter Greenaway y El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante.
Es sabido que Greenaway es un cineasta irreverente, complejo y no apto para el público masivo. También es conocida la teoría que ve en la película de la que hablamos un ejercicio de simbología que ataca la Inglaterra de Margaret Thatcher. Es cierto que la irreverencia compleja y salvaje de Greenaway y su utilización del simbolismo me fascinan, también lo es que El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante es una de mis películas favoritas.
Sin embargo, aunque no desestimo la teoría que apoya el ataque velado de Greenaway a Thatcher y su repulsivo modelo social, mi fascinación me aleja de ese camino.
Yo me guío por la irrepetible utilización de la composición y el color en favor de la pintura, la puesta en escena y los movimientos de cámara en favor del teatro, y por un guión soldado a la interpretación de Helen Mirren que, especialmente en los últimos cuarenta minutos de la película, me volaron la cabeza desde la primera vez que la vi.
Desde la secuencia inicial, Greenaway deja perfectamente claro que ha venido a inquietar y remover los instintos más viscerales del espectador.
LOS CÍRCULOS RECTOS Y COLOREADOS DEL INFIERNO.
A través de un ambiente sucio, extraño y opresivo, Greenaway y la maravillosa fotografía de Sacha Vierny abren fuego sin tregua. El espacio en el que transcurre la película podría verse como los círculos del infierno de Dante convertidos en una interminable línea recta dividida en secciones iluminadas por diferentes colores y habitadas por extrañas criaturas.
Greenaway presenta los personajes claramente:
Un ladrón mafioso, rancio, cruel, mezquino y extremadamente mediocre. Una mujer que ansía libertad, justicia, placer, esperanza, paz y venganza. Un cocinero que pretende vencer al diablo en su terreno y dar una oportunidad a los oprimidos. Un amante más cómplice de lo que quisiera de una sociedad superficial, clasista y elitista, pero que sueña con vivir entregado a sus pasiones en su torre de marfil.
Esa es la clave de la película: la pasión visceral que corre salvaje a través de un mundo cuyos colores cambiantes nos cuentan de qué va todo esto.
Greenaway pone en juego los instintos de los que estamos hechos tanto física como emocionalmente. El sexo, la pasión, la comida, la mierda y la muerte. Esos son los elementos a través de los cuales giran los personajes.
Afuera, el azul frío, húmedo y metálico del exterior no deja lugar a la esperanza, sin embargo, a lo lejos las puertas del templo en forma del restaurante de un vulgar mafioso nos muestran unos pálidos tonos verdes que tal vez podrían ofrecer un refugio.
Efectivamente, así es. La cocina supone el único terreno donde el mafioso encuentra resistencia. El cocinero reina en su terreno y ofrece un refugio verde y amarillo a los amantes. A salvo del enemigo, la mujer y el amante follan al ritmo de los utensilios de una cocina en la que se trabaja sin cesar.
Más allá de las fronteras del paraíso verde se encuentra el limbo, la antesala del infierno con acceso al baño, un pequeño remanso de luz y objetos blancos donde los amantes intentan dar rienda suelta a sus instintos.
Greenaway sigue en su línea, mientras los demás cagan ellos intentan follar. Pero no lo consiguen porque no cuentan con la seguridad del paraíso, el ladrón irrumpe y con él ese pequeño refugio blanco se tiñe ligeramente de rojo. Ese lugar ya no es seguro para los amantes.
Más allá solo queda el epicentro de la película, el gran salón rojo.
El infierno donde la comida se mezcla con la sangre y la constante humillación con la que el ladrón castiga a su mujer, el amante, el cocinero y todos aquellos que permanecen allí.
Greenaway despliega la escena teatral, compone el lienzo y pinta el desarrollo de su película. Sobre las tablas del escenario expone un cuadro que solo nos cuenta una cosa: como el diablo trata a los condenados. Finalmente, los amantes huyen del infierno rojo y tras refugiarse por última vez en el verde paraíso, son descubiertos por el diablo y expulsados al exterior azul. Huyen desamparados, pero Greenaway guarda un as en la manga tanto para el espectador como para los protagonistas.
La mujer y el amante alcanzan su torre de marfil, rodeados de paz y sabiduría, envueltos en un apacible tono marrón, los expulsados del paraíso comen, conversan, leen y follan. Parecen haber conseguido su propósito más allá de los colores de la película. Por desgracia para ellos, Greenaway es irreverente, ácido y duro. El diablo tira de recursos, tortura al ángel guardián de los fugitivos, los encuentra y mata al amante dejando a la mujer sola ante la desesperación y el dolor de los recuerdos o el retorno al infierno.
A partir de ese momento, Greenaway entrega la película a Helen Mirren -por algo es una de las criaturas más fascinantes del planeta- cambia ligeramente el paso, deja a un lado los planos generales y teatrales y nos acerca mediante primeros planos al dolor y el ansia de venganza de Mirren, ella vuelve al infierno, pero antes, en el antiguo paraíso verde lleva el guión a la cima mediante su conversación con el cocinero.
Reúne al ejército de condenados que deambulan por los dominios del diablo e irrumpe en el infierno a la cabeza de la marcha fúnebre de su amante. Del único amor de su puta vida.
Después, Greenaway muestra a Mirren como lo que es, una fuerza visceral de la naturaleza ante un pobre diablo al que ya no le quedan aliados. La película se convierte en un duelo al sol pintado en tonos rojos. El ángel caído obliga al diablo a comerse al amante. Mirren observa impasible mientras apunta con una pistola al ladrón y le ordena comerse la polla del amante. El diablo se niega y Mirren le vuela la puta cabeza. Después, para culpar al diablo, acusa al ladrón de canibalismo.
Greenaway nos conduce a través de los círculos del infierno en línea recta, nos mete de lleno en la miseria y el ambiente más enrarecido, desagradable e inquietante del mundo. Tira ligeramente de la distopía onírica de Terry Gilliam en su película Brazil y de la profundidad de campo en los planos generales de Kubrick.
Lo llena todo con la intencionada música de Michael Nyman y ya de paso, pide ayuda a Jean-Paul Gaultier para alcanzar una de las cimas del vestuario.
Nos obliga a contemplar todo aquello que realmente nos remueve y lo mezcla todo de una forma tan atractiva como desagradable. Devuelve el cine a la pintura y el teatro que lo engendraron y nos quita la respiración ante el salvaje atractivo -en absolutamente todos los sentidos- de Helen Mirren.
Después, nos desmayamos antes de entrar en coma. Yo al menos lo hago. Esta es una de las películas más fascinantes e inspiradoras que veré en mi vida.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://www.filmin.es/pelicula/el-cocinero-el-ladron-su-mujer-y-su-amante
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Julio 2021.